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El guardián de las películas olvidadas

Rick Prelinger, dueño de un archivo de 70.000 títulos, llega a España para hablar de la memoria del cine efímero

Para Rick Prelinger (Washington D. C., 65 años), la capital del cine en los Estados Unidos no es Los Ángeles, sino Detroit. «Es allí donde se rodaron más metros de película, más que entre Hollywood y Nueva York sumadas. Era la región más industrializada del país y se crearon muchas empresas de cine corporativo, se convirtió en un polo de producción increíblemente activo. Es una historia que todavía tenemos que reconstruir». A principios de los años ochenta, Prelinger empezó a coleccionar películas por las que nadie se interesaba aún. No solo aquellos viejos documentales corporativos de Detroit, sino una infinidad de películas publicitarias, propagandísticas, educativas, científicas y domésticas, desperdigadas por todo tipo de instituciones, empresas y hogares del país. A veces ni siquiera iba detrás de piezas terminadas sino de materiales en bruto, inutilizados, descartados. Llamó a aquel vasto y polimorfo conjunto Cine efímero, término paradójico si pensamos en la vocación de permanencia de cuanto ha sido filmado. «Es cierto que hay algo eterno en las películas, algo que vuelve con ellas cada vez que son mostradas. No obstante, los medios no son eternos, llega un momento en que decaen. Y hay muchas películas que tuvieron objetivos específicos y pasajeros, que hoy son interesantes sobre todo por lo que tienen de registro accidental», reflexiona.

De esa cualidad azarosa, involuntaria y hasta profética que puede desplegar cualquier filmación, por ínfima que sea, hablará Prelinger en el Festival Punto de Vista de Pamplona, donde el próximo lunes proyecta su última película de compilación realizada a partir de piezas de su archivo, y donde a lo largo de la semana impartirá un taller de cine colaborativo. También estará en el Museo Reina Sofía, que el domingo 17 ha programado una charla para discutir el papel de los archivos a la hora de construir narraciones históricas. «La reflexión sobre los archivos se considera para especialistas, pero lo cierto es que todos guardamos cosas y normalmente no lo hacemos muy bien. La supervivencia de nuestra memoria personal y colectiva es una tarea urgente. Creo que en España hay una conciencia aguda de que esta es una cuestión crucial. Los archivos tienen que dejar de ser vistos como repositorios donde los registros duermen eternamente y empezar a ser vistos como lugares para el compromiso, para pensar otros modos de organizar la sociedad. Laboratorios en los que la historia se produzca, no solo se almacene».

Para Rick Prelinger (Washington D. C., 65 años), la capital del cine en los Estados Unidos no es Los Ángeles, sino Detroit. «Es allí donde se rodaron más metros de película, más que entre Hollywood y Nueva York sumadas. Era la región más industrializada del país y se crearon muchas empresas de cine corporativo, se convirtió en un polo de producción increíblemente activo. Es una historia que todavía tenemos que reconstruir». A principios de los años ochenta, Prelinger empezó a coleccionar películas por las que nadie se interesaba aún. No solo aquellos viejos documentales corporativos de Detroit, sino una infinidad de películas publicitarias, propagandísticas, educativas, científicas y domésticas, desperdigadas por todo tipo de instituciones, empresas y hogares del país. A veces ni siquiera iba detrás de piezas terminadas sino de materiales en bruto, inutilizados, descartados. Llamó a aquel vasto y polimorfo conjunto Cine efímero, término paradójico si pensamos en la vocación de permanencia de cuanto ha sido filmado. «Es cierto que hay algo eterno en las películas, algo que vuelve con ellas cada vez que son mostradas. No obstante, los medios no son eternos, llega un momento en que decaen. Y hay muchas películas que tuvieron objetivos específicos y pasajeros, que hoy son interesantes sobre todo por lo que tienen de registro accidental», reflexiona.

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De esa cualidad azarosa, involuntaria y hasta profética que puede desplegar cualquier filmación, por ínfima que sea, hablará Prelinger en el Festival Punto de Vista de Pamplona, donde el próximo lunes proyecta su última película de compilación realizada a partir de piezas de su archivo, y donde a lo largo de la semana impartirá un taller de cine colaborativo. También estará en el Museo Reina Sofía, que el domingo 17 ha programado una charla para discutir el papel de los archivos a la hora de construir narraciones históricas. «La reflexión sobre los archivos se considera para especialistas, pero lo cierto es que todos guardamos cosas y normalmente no lo hacemos muy bien. La supervivencia de nuestra memoria personal y colectiva es una tarea urgente. Creo que en España hay una conciencia aguda de que esta es una cuestión crucial. Los archivos tienen que dejar de ser vistos como repositorios donde los registros duermen eternamente y empezar a ser vistos como lugares para el compromiso, para pensar otros modos de organizar la sociedad. Laboratorios en los que la historia se produzca, no solo se almacene».

En 2002, la colección de Prelinger —unos 60.000 títulos entonces, a los que después ha sumado más de 12.000— fue adquirida por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Él continuó coleccionando, y hoy su archivo sigue vivo y en expansión, con nuevos fondos gestionados a través de una agencia de imágenes. Pero también impulsa formas de difusión alternativas. A finales de los años noventa, una parte de su colección —el 10%— empezó a alojarse en Internet Archive, la mayor biblioteca digital de acceso libre en la Red. Desde entonces, son millones las personas que han podido descargar, reciclar o simplemente reproducir libremente gran número de piezas de su archivo. La nota que el mismo Prelinger firma en la página que da acceso a su colección, dice así: «Os animo encarecidamente a compartir, intercambiar, redistribuir, transferir y copiar estas películas, y sobre todo os animo a que lo hagáis de forma gratuita. Cualquier trabajo que produzcáis derivado del uso de estas películas será vuestro para ser utilizado, publicado, reproducido, vendido o distribuido de la forma que queráis, sin ningún tipo de limitación».

Para Prelinger, la diseminación de material de archivo proveniente de géneros cinematográficos poco visibles o largamente ignorados cumple un papel relevante en la formación de una determinada sensibilidad histórica: «Creo que el acceso a material en bruto supone una fuente de evidencia inmediata y una oportunidad para muchas personas que no se encuentran habitualmente ante este tipo de documentos. Mucho de lo que vemos en los medios, sobre todo cuando se trata de material histórico, está manipulado, intensamente mediado y montado. En nuestro caso, dejamos que el público haga el primer procesado, que saque sus propias conclusiones».

Tanto es así, que algunas de sus últimas películas de compilación, realizadas con materiales de su propio archivo, no tienen sonido y llevan este aviso inicial: «Haced vuestra propia banda sonora». Extiende así una invitación al público de las salas de cine, para que haga comentarios en voz alta mientras discurre la proyección, formando una suerte de asamblea improvisada. «En estos materiales hay registradas evidencias increíbles de la vida diaria. Sobre todo en las películas domésticas, que desde hace años son la parte más amplia de mi colección. Debido a la empatía que provocan, las películas domésticas son un medio maravilloso para acercar la Historia a la gente», asegura. «Cuando proyectas películas domésticas en una pantalla grande, se transforman en algo distinto. Los espectadores empiezan a comportarse como geógrafos, o como antropólogos. Hacen buena esa frase que me gusta tanto, la que dice que cada uno debería convertirse en su propio historiador».

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Para Prelinger, la diseminación de material de archivo proveniente de géneros cinematográficos poco visibles o largamente ignorados cumple un papel relevante en la formación de una determinada sensibilidad histórica: «Creo que el acceso a material en bruto supone una fuente de evidencia inmediata y una oportunidad para muchas personas que no se encuentran habitualmente ante este tipo de documentos. Mucho de lo que vemos en los medios, sobre todo cuando se trata de material histórico, está manipulado, intensamente mediado y montado. En nuestro caso, dejamos que el público haga el primer procesado, que saque sus propias conclusiones».

Tanto es así, que algunas de sus últimas películas de compilación, realizadas con materiales de su propio archivo, no tienen sonido y llevan este aviso inicial: «Haced vuestra propia banda sonora». Extiende así una invitación al público de las salas de cine, para que haga comentarios en voz alta mientras discurre la proyección, formando una suerte de asamblea improvisada. «En estos materiales hay registradas evidencias increíbles de la vida diaria. Sobre todo en las películas domésticas, que desde hace años son la parte más amplia de mi colección. Debido a la empatía que provocan, las películas domésticas son un medio maravilloso para acercar la Historia a la gente», asegura. «Cuando proyectas películas domésticas en una pantalla grande, se transforman en algo distinto. Los espectadores empiezan a comportarse como geógrafos, o como antropólogos. Hacen buena esa frase que me gusta tanto, la que dice que cada uno debería convertirse en su propio historiador».

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