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El enigma Simenon sigue vivo

Muerto hace 30 años tras una vida de novela, creadores y expertos reivindican la mirada del prolífico y excesivo creador del comisario Maigret y la calidad de toda su obra

Se le conoció como el hombre de las 10.000 mujeres y los 400 libros. Lo primero puede ser algo exagerado; lo segundo, no. Personaje excesivo de biografía imposible, Georges Simenon (Lieja, 1903- Lausana, 1989) dejó tras él una obra descomunal, un legado literario del que el comisario Jules Maigret es solo una parte y cuya mirada sigue ofreciendo claves sobre el ser humano de hoy. Con motivo de los 90 años de la primera aparición de Maigret en La maison de l’inquiétude, creadores y editores reivindican en el festival Quais du Polar de Lyon la figura de quien para el Nobel e íntimo amigo suyo André Gide era “el novelista más grande y más auténtico”.

“Es seguramente uno de los pocos si no el único autor de literatura policial reconocido como gran autor literario. Como grafómano que escribía todo el tiempo –no solo las historias de Maigret sino también las llamadas novelas duras, que son magníficas– constituye una especie de anomalía. Era un hombre que vivía para la escritura y su capacidad para escribir tanto y tan bien todo el tiempo le convierte en una especie de genio”, resume a EL PAÍS Stéfanie Delestré, editora de la Série Noire de Gallimard.

Nacido en una familia belga pequeño burguesa, este hombre precoz en todo que a los 15 dejó el colegio, a los 16 ya trabaja como periodista y a los 27, antes de publicar el primer libro con su nombre, ya conoce el éxito masivo gracias a más de 150 relatos y novelas populares firmadas bajo seudónimos como George Sims o Jean Du Perry, encierra una gran paradoja. Famoso y millonario con gusto por la ostentación, su vida está construida bajo un plan preciso del que poco sabemos con certeza. La verdad no está en las entrevistas o en las memorias a las que se dedicó con profusión cuando dejó la ficción en 1972, sino en detalles, pistas y rasgos dispersados por su ficción. “Está claro que le encantaba alimentarse de su vida personal y luego metamorfosearla en sus novelas”, explica a este diario Laurent Demoulin, poeta, crítico y conservador del archivo del Centro de Estudios Georges Simenon en la Universidad de Lieja. Sean policiales o novelas a secas, en las historias de Simenon hay culpa, soledad, fatalidad, incomunicación, traición, doblez y silencio y algo de todo esto también hubo en la vida del escritor.

John Simenon, Johnny, el hijo nacido en EE UU, es quizás quien mejor representa esta mezcla entre la creación y la existencia. “Mi relación con la obra de mi padre no es complicada, pero sí paradójica. Cuando empecé a leerlo sentía cierto malestar con algunos elementos que no eran biográficos pero que yo reconocía. Son características de los personajes porque las historias nunca eran biográficas, pero estaban ahí. Dejé de leerlo y cuando volví a los 35 redescubrí su obra de manera diferente; me di cuenta de cómo mi educación y mi juventud estuvieron marcadas por una ética y un espíritu que estaban en sus libros”. Sus episodios más oscuros -–la relación con su madre y su hermano o su actitud durante la ocupación nazi de Francia– están también ahí, en trazos sutiles, para quien sepa rastrearlos.

Su vida magnífica corría paralela a su obra. En 1948 vivía en Arizona en la misma casa con su mujer Tigy, su amante y secretaria Denyse y su cocinera Boule, con la que también se acostaba. Solo en ese año produjo dos de sus mejores novelas (La nieve estaba sucia y Pedigrí) y uno de sus más reconocidos episodios policiales, El muerto de Maigret. ¿Cómo trabajaba? “Solo, siempre solo. En una sala sin ruido, en calma, aislado, por eso nadie le veía trabajar”, cuenta a EL PAÍS su hijo para descartar otros mitos. “Luego había un proceso de maduración y en algún momento era más en modo automático. Además, antes de empezar una historia daba grandes paseos”.

En España su obra la publica Acantilado, que inició en 2012 la misión de sacarlo todo, a razón de dos libros por año. “Nos está costando que el lector se dé cuenta de su grandeza. Se le ve como autor de policiaca y no encaja con los parámetros actuales del género. Tiene una belleza en el lenguaje no tan habitual. Por otro lado, a los que no les atrae el policial ven a un autor de género y no les interesa lo que les va a contar. Pero Simenon va mucho más allá. Sus relatos trascienden absolutamente el tiempo y el espacio en el que están escritos y tienen una gran vigencia”, cuenta por teléfono la editora Sandra Ollo, responsable de su publicación.

No tienen este problema en el ámbito francófono ni en el resto del orbe. Las cifras, como siempre, son apabullantes. Es el 17º autor más traducido del mundo, el primero en francés entre los escritores del siglo XX y el tercero en toda la historia solo por detrás de Verne y Dumas, según la Unesco. Se pregunte a quien se pregunte, las loas se suceden: “Supo utilizar el género policiaco para escribir novelas de una gran profundidad”, asegura Demoulin. “Es el primero que no se basa en la búsqueda del culpable sino del ser humano en general. Gracias al noir llega a la exploración del alma humana”, añade su hijo John. “Con Simenon hay que ir desprendiéndose de todo para dejar solo la emoción, que es como llega”, explica el director Bertrand Tavernier.

A punto de ganar el Goncourt en 1937, Simenon también sonó con insistencia para el Nobel en 1961 pero su gran culminación literaria llegó con la publicación de parte de su obra en La Pléiade de Gallimard en 2003. Precisamente con Gaston Gallimard Simenon demostró que no era un escritor cualquiera. Rompió con el editor que lo había llevado a la gloria para irse con otro desconocido con el que ganar más, una operación que redefinió la posición de los escritores en el negocio en aquel tiempo. Si hay un biógrafo que se ha acercado más a la figura real es Pierre Assouline, quien en dos pinceladas define al personaje y al autor. La primera, en el prólogo de la colección Tout Maigret, que acaba de salir en francés (Ómnibus): “Su genialidad radica en que siempre habla del lector sin interpelar al lector”. La segunda en su libro Simenon (Folio): “Durante demasiado tiempo ha sido presentado como un fenómeno conocido por su notoriedad mientras que él quería ser ante todo un novelista y nada más que eso porque no servía más que para eso”.

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