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Discreta presencia española en Art Basel, la gran cita del sector

Solo nueve galerías nacionales están presentes. Los marchantes lo atribuyen a los costes elevados y a la falta de ayuda institucional

A primera vista, la situación se presta a confusión. Cuando se accede al recinto de Art Basel por una de sus entradas laterales, el visitante cree haber aterrizado en una feria exclusivamente dedicada al arte español. El aquelarre, tenebroso óleo que Goya firmó en 1798 para los duques de Osuna, preside el cruce de pasillos ocupado por la Fundación Beyeler, creada por el gran marchante suizo del mismo nombre en las afueras de Basilea. Prestado por el Museo Lázaro Galdiano, el cuadro es un aperitivo de la gran exposición dedicada al maestro español que el centro suizo inaugurará durante el verano de 2020. Justo enfrente, distintas obras de Picasso y Miró cuelgan de las paredes del espacio ocupado por la galería del neoyorquino Helly Nahmad. Entre ellos, obras tan rotundas como la Mujer con perro, del pintor malagueño, que se subastó en 2011 por 11 millones de euros, y el Vuelo de pájaro en claro de Luna, del artista catalán.

En realidad, es poco más que un espejismo. Basta alejarse unos metros para entender que esa acumulación no es solo excepcional, sino incluso paradójica, en vista de la relativa discreción del arte español en la gran cita internacional del sector, que se inaugura este jueves en la ciudad suiza. “Picasso y Miró se venden solos. El problema es el arte contemporáneo, cuya presencia es muy exigua”, confirma Isabel Mignoni, codirectora de la galería Elvira González, la única española que presenta sus obras en la planta noble de esta feria, a la que lleva 21 años acudiendo. Solo nueve salas españolas están presentes en las secciones comerciales de Art Basel, cifra inferior a las que llegan de puntos neurálgicos como Nueva York (76), Londres (51), Berlín (41), París (34) o China (23, sumando Hong Kong, Shanghái y Pekín), tercer mercado mundial en 2018 tras Estados Unidos y a poca distancia de Gran Bretaña. “Nos cuesta vendernos. Los estamentos oficiales no hacen nada por la promoción del arte español ya no joven, sino vivo. No se puede pedir a la feria el trabajo que no hacen las instituciones, porque esa no es su función”, añade Mignoni.

En la planta superior, Silvia Ortiz e Inés López-Quesada, responsables de la galería Travesía Cuatro, con salas en Madrid y Guadalajara (México), se estrenan en esta edición de la feria tras varios años en lista de espera. “La gente nos da la enhorabuena como si hubiéramos tenido un bebé”, sonríen entre obras de Sara Ramos y Mateo López. “Entrar aquí es hacerse mayor y pasar a formar parte de las mejores galerías del mundo. Es la mejor feria con diferencia y eso te da un certificado de calidad”. Para hacerse con él, han tenido que superar un particular rito iniciático: pasar la criba del comité de selección de Art Basel, considerado el más exigente del mundo del arte. Las galeristas denuncian el escaso voluntarismo de la feria a la hora de paliar ese déficit. “Hay una clara hegemonía germánica y anglosajona, alternada con una apertura puntual hacia lugares como China, India, México o Brasil. Nosotros quedamos en medio, en una tierra de nadie”, añade López-Quesada. “Presentamos un proyecto que tenía mucho que ver con esta idea: es inadmisible que España quede excluida de esta red de instituciones, galerías y coleccionistas”.

Algunos pasillos más allá, la incombustible Juana de Aizpuru ha comenzado la feria con buen pie. Tiene casi cerrada la venta de LifeDress, la instalación de Alicia Framis que se expone en la sección Unlimited, a un importante coleccionista de Miami. Y ha vendido algunas de las obras de su stand: una serie fotográfica de Cristina de Middel y una pieza del cubano Dagoberto Rodríguez. A sus 86 años, lleva casi cuatro décadas acudiendo a Basilea. La considera una feria imprescindible para un galerista, pese a sus costes elevados. “Solo por el alquiler del estand pagamos más de 100.000 euros. Y, cuando vas a ocho ferias anuales, es un presupuesto difícil de asumir. Es una cantidad que tienes que estar dispuesta a perder, porque nunca sabes cómo irán las ventas. No todos los galeristas pueden permitírselo”, afirma. Si no siempre se amortizan los costes, se suelen recuperar en ventas en diferido o a través de contactos con comisarios e instituciones. El martes por la mañana, durante la previa reservada para los compradores VIP, se paseaba por la feria el filántropo estadounidense Steve Cohen, supuesto comprador del conejo de Jeff Koons que, adjudicado por 91 millones de dólares, batió un récord a mediados de mayo, además de los responsables de adquisiciones de la Tate y el Centro Pompidou.

También estaba Elisa Hernando, fundadora de la asesoría Arte Global, que colabora con la Fundación Santander y con el programa First Collectors de ARCO. Acompañaba a sus clientes como sherpa en territorio inhóspito, mostrándoles obras susceptibles de despertar su interés, de una tirada original de Cartier-Bresson a otra del afroamericano Gordon Parks. “Hay que entender que los compradores ya no van a las galerías. Todo se ha desplazado a las ferias. El coste de venir es muy elevado, pero en pocos días logran alcanzar todos los perfiles posibles. Para las galerías españolas, la internacionalización resulta básica para salir del impasse”, afirmaba. Mientras tanto, otra veterana como Helga de Alvear, presente en la feria desde 1980 y antigua integrante de su comité de selección, lamentaba no haber colocado ninguna pieza por primera vez en años. La galerista protestaba ante una tendencia de fondo: “Yo quiero vender cultura, pero los compradores buscan cuadros para el comedor”.

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