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Un Art Basel con el Me Too y la crisis medioambiental como telón de fondo

El despertar feminista y el calentamiento global colman la mastodóntica oferta de una feria que aspira a ser más sostenible

En la primera feria de arte del mundo también hay espacio para la denuncia social. La nueva edición de Art Basel, la mastodóntica feria suiza fundada hace casi medio siglo, abrirá sus puertas este jueves con un puñado de obras que aspiran a dialogar con la realidad política en lugar de seguir ignorándola. «Me alegro de este cambio. Hubo unos años en que la feria era muy superficial y solo estaba centrada en el mercado. Ahora veo más concienciación», se felicita la artista barcelonesa Alicia Framis, que ha generado interés durante las jornadas previas a la inauguración, reservadas a los profesionales, con su nuevo proyecto: una colección de alta costura pensada para los tiempos del Me Too.

Las prendas, confeccionadas a partir de airbags, se hinchan cuando perciben la más mínima amenaza externa. Son armaduras blandas que permiten que cualquier mujer acuda sin preocupación a la oficina, como Framis escenifica en un vídeo rodado con las trabajadoras de un banco de Ámsterdam, donde reside. «Es otra manera de manifestarse contra las agresiones, sin pancartas y usando la poesía del arte y el sentido del humor, que siempre son las formas más eficaces de llegar a la conciencia de los demás», señala Framis. No es un giro oportunista: el tema le preocupa por lo menos desde los noventa, cuando protestó contra tres artistas que simularon una violación en la Fundació Miró de Barcelona. «Supongo que a ellas nunca las habían violado», añade con una sonrisa helada.

Su pieza, titulada LifeDress, se ha convertido en una de las sensaciones de la sección Unlimited, que reúne 75 proyectos de gran formato que no cabrían en los pequeños estands que casi 300 galerías ocupan en las plantas inferiores. La vecina de Framis se llama Andrea Bowers, artista de Los Ángeles y responsable de Open Secret, “monumento al movimiento feminista” que recuerda 200 casos de agresión sexual denunciados desde la irrupción del Me Too. El visitante puede leer la apabullante documentación recolectada por Bowers en los últimos dos años sentado en una silla de oficina, que recuerda que la mayoría de casos de acoso tienen lugar en el entorno profesional. La artista no ha estado a salvo de la polémica: tuvo que retirar de su instalación la imagen de una de las víctimas de violencia sexual en la que aparecía con la cara y el cuerpo magullados por su agresor. La joven protestó en las redes contra su uso no autorizado.

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Los guiños al clima social se han vuelto recurrentes en la parte comisariada de la feria. En Parcours, un estimulante recorrido de arte público por el casco antiguo de Basilea, el francés Pierre Bismuth propone híbridos que fusionan las banderas de países distintos. Por ejemplo, la bandera suiza se mezcla con la de Eritrea, evocando identidades en crisis, pertenencias múltiples y migraciones masivas, en lo que parece una crítica encubierta al auge de los nacionalismos en el continente. La sorpresa es que ese tipo de obras también abunden en el apartado comercial de la feria. En el espacio de la galería londinense Kate MacGarry, la artista polaca Goshka Macuga presenta imágenes de residuos industriales, catástrofes naturales y otros presagios de la crisis medioambiental, convertida en tema estrella de esta edición. En otros rincones de la feria, artistas como Olafur Eliasson, Ai Weiwei, Sam Falls o Tomás Saraceno reman en la misma dirección.

“Es un giro que empieza en 2016, con el Brexit y la elección de Trump. Los artistas se han puesto a trabajar de una manera más abiertamente política, pero también detecto una mayor sensibilidad por parte de los galeristas, coleccionistas y los comités de selección de las ferias”, señaló el director global de Art Basel, Marc Spiegler, que admitía una voluntad de hacer aumentar la visibilidad de esas obras políticas. “Si no fuera buen arte, no estaría aquí, pero en este momento tendemos a escoger este tipo de obras por encima de otras que son más formalistas o que se miran más el ombligo. A igual calidad, se prioriza un arte que habla sobre el mundo y que se dirige al mundo”.

Esa politización es relativa en una feria que sigue quedando inaugurada con un exclusivo desayuno a base de ostras y champán reservado para una selecta minoría y cuyo público prioritario siempre será ese 1% de peces gordos del mundo del arte. Pero eso no impide que Art Basel abra reflexiones que, hace solo un par de años hubieran resultado impropias. Una de las charlas del programa de conferencias organizado durante la feria se preguntaba ayer cómo reducir la huella de carbono en el mundo del arte. Sus responsables han prometido que los materiales de construcción serán reutilizados en ediciones sucesivas, mientras que distintos proveedores experimentan con métodos ecológicos para el transporte y la conservación de las obras de arte.

Art Basel también ha puesto en marcha un nuevo sistema de alquiler de los espacios expositivos, inspirado en las políticas escandinavas de redistribución para pagar las multas de tráfico. Desde esta edición, las galerías grandes pagarán más por cada metro cuadrado que las pequeñas. Por los estands de formato reducido se pagan este año 670 euros por metro cuadrado. El precio de los mayores espacios, que superan los 120 metros cuadrados, asciende hasta los 800 euros. La feria intenta frenar así la deserción de las galerías pequeñas y jóvenes, incapaces de asumir los elevadísimos costes que implica acudir a Basilea.

La galería Travesía Cuatro, que este año se estrena en la feria, se ha visto beneficiada por esta nueva política, a la que caber sumar un 20% de descuento adicional para los marchantes que exponen en Basilea por primera vez. En cambio, la veterana Elvira González, que cuenta con un espacio superior, tuvo que pagar más que en las ediciones anteriores. “Para mí se ha vuelto más caro venir a la feria, pero me gusta que se haga una apuesta por la diversidad y para que no haya solo un tipo de galería y de cliente”, afirma su codirectora, Isabel Mignoni. Según la feria, dos tercios de los exhibidores han pagado menos que el año pasado. En un sector tan volcado a la ostentación y al despilfarro, no deja de ser una pequeña revolución.

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