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Decadencia y renacimiento

Hay existencias sobre las que parece haberse depositado una inmisericorde pátina de polvo, como las protagonistas de esta prodigiosa película

Hay existencias sobre las que parece haberse depositado una inmisericorde pátina de polvo. Es lo que les ocurre a Chela y Chiquita, dos mujeres de mediana edad, nacidas en el seno de la burguesía paraguaya, cuya relación sentimental ha acabado, con el paso de los años, solidificando rutinas y roles que empiezan a parecerse al ensayo de un ritual funerario. Sus privilegios de clase están en claro proceso de desintegración: a esa casa señorial, cada vez más vaciada de sus viejos esplendores, suelen llegar ocasionales compradores de mobiliario, vajilla, cuadros y cubertería que tratan el eco del lujo como el objeto de saldo en que se ha convertido. Pareja que acaso nunca tuvo que trabajar para vivir, que gestionó mal sus herencias familiares y que mantiene un limitado servicio doméstico, no tanto por cuestión de estatus como por atrofia de su capacidad para lidiar con los deberes cotidianos, Chela y Chiquita tendrán que hacer frente a una radical transformación de sus rutinas cuando la segunda ingrese en prisión por un delito relacionado con sus deudas familiares. Chela, la más dependiente e insegura de las dos, siempre en el umbral de la depresión, aprenderá a sobrevivir en esa casa de habitaciones mal ventiladas como quien ha naufragado de su propia vida.

Ópera prima del director Marcelo Martinessi, Las herederas es una película de mujeres donde los hombres son solo nefasto recuerdo o mala praxis intuida en fuera de campo. La descripción de su opresivo universo decadente, mediante planos de composición tan meditada como poco exhibicionista, es tan vívida que sorprende bastante que esta no sea tanto la historia de un final como la de un principio, una liberación: la de Chela, que, entre su doméstica cámara mortuoria y el bullicio y la promiscuidad del patio de la cárcel donde visita a Chiquita, encontrará una inesperada vía de escape haciendo de choferesa de una amiga con afición por el bridge.

La mirada vidriosa de la debutante Ana Brun, en la piel de Chela, se irá iluminando progresivamente en el curso de este relato que extrae oro y luz de un universo anómalo.

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