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Albert Serra sumerge a Cannes en el sexo del siglo XVIII

La película ‘Liberté’, que participa en Una cierta mirada, ilustra una noche de ‘cruising’ en un bosque en la Ilustración

Albert Serra (Banyoles, 44 años) se relaja y sonríe. Cuando en febrero presentó su instalación Personalien en el Reina Sofía, aún no había encarado el montaje de su nueva película, Liberté, y su productor francés le azuzaba con las prisas para llegar a Cannes. Lo ha hecho -otra vez más, es un cineasta hijo del certamen francés- y con éxito: su nuevo largometraje concursa en Una cierta mirada, y su proyección de gala el sábado contó con la presencia del ministro de Cultura, José Guirao, seguidor de su carrera. «Al final, lo que parecía que me iba a romper el ritmo [la instalación en el Reina Sofía], me iluminó en el montaje. La idea de multiplicidad de puntos de vista viene de ahí. Quién mira, qué está mirando… Eso salió de la instalación y la he aplicado en una sola pantalla para la película».

Liberté transcurre durante una noche en un bosque europeo, probablemente Alemania, del siglo XVIII donde los ilustrados expulsados de la corte de Luis XVI se dedican al cruising (sexo en lugares públicos). «En realidad, es más transgresor lo que dicen que lo que se ve», ríe Serra, que aún así ha llenado la pantalla de lluvias doradas, penes flácidos, azotes… De todo, menos coprofagia, y por poco. «Me gusta más la película que la instalación, porque es más dura. Si en Personalien había placer culpable por parte del espectador, y participabas un poco, aquí en Liberté la frontalidad de la pantalla lleva a la alteridad con los personajes. Y he podido contar algo más de esa evolución histórica, que yo he llevado hacia lo trash», apunta.

Pero la película aporta algo más, un soterrado mensaje político. «De la manera en que yo ruedo, sin parar [ha filmado 300 horas], la línea dramática aparece en el montaje, por lo que construyo un guion férreo previo, no pienso en significados, aunque es cierto que el cruising tiene una nivelación social clara. El filme empieza con un libertinaje típico del XVIII, en el que la clase privilegiada quiere someter a otros, con pequeños placeres perversos, y acabamos en una angustia contemporánea, del malestar profundo que contaba Freud y que afecta a todos», explica Serra, un cineasta dotado de verbo fácil y de una colección de haters que se cebarán en Liberté. «Bueno, de la sesión de gala se salieron unas 40 o 50 personas, lo normal en Cannes. El resto se quedó y disfrutó de un filme que habla de ese momento conspirativo prerrevolucionario». Serra ríe con una secuencia en la que varios personajes cogen a un anciano al que van a matar por volverse puritano: al anciano le da vida el actor Helmut Berger, «el gran libertino del siglo XX», como le define su director.

Serra siempre ha defendido un discurso radical sobre el cine de autor. Y eso implica su minucioso cuidado por la imagen y el sonido («Me encanta la pátina plástica con la que se va desaturando el color y cómo el sonido añade incerteza y arbitrariedad») o sus ataques a las películas melifluas: «Yo lucho por defender un carácter subversivo, aunque pienso que hoy en día sería imposible, por ejemplo, una representación visual precisa del mundo de Sade». Y por eso agradece la presencia del ministro: «Cannes envía una señal clara al cine español. Selecciona lo que selecciona. Hace una radiografía clara de hacia dónde debemos encaminarnos. Por primera vez, ve que en el ministerio hacia cierta pasión cultural. Y eso me gusta, porque en tiempos inciertos para la industria cinematográfica, esta ilusión se agradece».

Su trabajo previo, La muerte de Luis XIV, parecía presentar a un Serra más cercano al público generalista. «Prometí que volvería a las andadas, y he cumplido. Soy hombre de palabra. Me sabe mal que la película tuviera tanto éxito entre gente que le gusta lo sentimental, pero ya está»:

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