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Un desfile cultural

Michel Ocelot renueva su ideario con una historia ambientada en el París de la Belle Époque, una especie de parque de atracciones artístico y científico

Con Kirikú y la bruja (1998), Kirikú y las bestias salvajes (2005) y Azur y Asmar (2006), el director francés Michel Ocelot, procedente de las bellas artes, se convirtió en uno de los nombres fundamentales de la animación cinematográfica mundial gracias a su singularidad. En un universo habitualmente copado por el realismo de movimientos, personajes y fondos, Ocelot se dirigía hacia una esencia con trazos mucho más sencillos, colores uniformes y diseños y ambientes alejados del naturalismo.

Con Dilili en París renueva su ideario con una historia ambientada en el París de la belle époque, que es, al mismo tiempo, una especie de parque de atracciones cultural y científico, una reivindicación del papel de la mujer en la historia de ambas vertientes, y un relato de activismo feminista. En ella ha trabajado sobre la base de la animación en tres dimensiones, con apoyo del tradicional 2D, pero con la novedad de que los fondos donde se desenvuelven los personajes no son diseños pintados, sino calcos fotorrealistas. Así, cada plano de la película se convierte en un peculiar entramado de fantasía y realidad, de colores primarios sin apenas matices y sin una sola sombra, que sin embargo adquiere formas artísticas conforme sus numerosos personajes van haciendo acto de aparición.

Por Dilili en París desfilan decenas de figuras de la ciencia (Louis Pasteur, Marie Curie, Alberto Santos Dumont…), la ingeniería (Gustave Eiffel, Ferdinand von Zeppelin), la pintura (Picasso, Renoir, Monet, Degas, Rousseau…), la moda (Paul Poiret), la música (Erik Satie, Claude Debussy) y el arte en general, con especial hincapié en mujeres hasta hace poco ninguneadas por la historia y la sociedad (Colette, Camille Claudel, Louise Michel…). Y en su, en apariencia, débil trama en forma de mcguffin (una investigación sobre el secuestro en serie de niñas y jóvenes) acaba escondiéndose una denuncia sobre la penosa sumisión de la mujer al hombre en ciertas comunidades, ideal para una película que puede jugar en dos ligas en paralelo: la de los niños pequeños, que encontrarán un Baby Einstein de caligrafía verdaderamente artística, y la de los adultos con inquietudes, buscadores de productos animados alejados del convencionalismo.

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