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The Strokes: una fiesta de rock de guitarra

El grupo neoyorquino ofrece en el festival bilbaíno un jolgorio sencillo, sin fuegos artificiales

Lo fácil era no esperar nada de los Strokes, una banda que, a decir verdad, y por mucho que duela a sus fans, nunca inventaron nada. Es más: lo copiaron tanto que para cualquiera con dos oídos bien puestos no colaba como rompedor, por mucho que la prensa los elevase a los altares. En esta tesitura, lo difícil era ver en un concierto de esta banda neoyorquina, que años atrás había dado actuaciones sonrojantes, algo que mereciese la pena, en lo que creer. Pues bien, cambiaron el paso y lo hicieron. Descargaron el cartucho de tal manera que, por un momento, parecía que no eran unos tipos consagrados, sino más bien el grupo que empieza en un garito de Nueva York con ganas de comerse el mundo.

Es bueno para la música cuando el combo liderado por Julian Casablancas todavía tiene un hambre extraño, casi primerizo, en un festival como el BBK Live de Bilbao. Salieron con 10 minutos de retraso en llegar al escenario, aquello ya olía a chamusquina, pero terminó por ser una forma más de hacerse valer. Simple pose estudiada o a saber qué, pero lo único importante era lo que sucedía en el escenario, un lugar que nunca admite medias verdades. The Strokes pusieron la directa y, sin inventar el fuego, dieron tanto y de una forma tan sencilla que su música sonó verdadera, como esas cosas que pasan al final de la noche cuando todos los gatos son pardos.

Fue una buena fiesta de rock de guitarra, ese instrumento que pierde terreno en este siglo XXI. Un jolgorio directo, al grano, sin medias tintas, tan bien pensado que se agradeció. En su propia música, como en canciones como You Only Live Once, The Modern Age o Meet Me in the Bathroom, The Strokes repasaron a todos esos referentes que les abrieron camino y les llevaron a ser lo que son: una banda muy importante para entender el pop-rock del siglo XXI.

Repasaron a los Ramones, a Television, a Blondie e incluso Johnny Thunders y sus Heartbreakers. Es la célebre escena del Nueva York de los setenta, que rompió barreras, que ocasionó el punk y que abrió una vía musical tan visceral y viva que todavía estremece al que la conoce. The Strokes la conocen y han hecho de ella un modo de tocar y ser. No son mejores, tampoco peores, pero, siendo un sucedáneo, son algo.

Y anoche en Bilbao fue una ocasión para celebrar aquello que son: niños ricos, bien criados al amparo de una prensa ávida de nuevas estrellas en el nuevo siglo, pero suficientemente listos como para aprovecharlo. Lo hicieron entonces y ayer lo volvieron a hacer. Se divirtieron e hicieron divertirse al personal. Sin acrobacias, sin locuras, sin efectos especiales. Simplemente, con música de bar, aunque a veces sonase un poco tosca y Casablancas hablase más de la cuenta.

Viendo a los Strokes, fue bueno también recordar de dónde vienen. Pensar en la grandeza de Television, a los que más se deben, pero también en Ramones o Talking Heads. O un tipo como David Byrne, cuya última fantástica gira da motivos más que suficientes para que se le reivindique. The Strokes, a fin de cuentas, es la culminación fácil, primorosa, mediática, de un sonido neoyorquino que jamás debería desaparecer.

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