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Peregrinos del apóstol Alejandro

Público de tres generaciones acompaña en Santiago a Alejandro Sanz en su último concierto de #LaGira en España, con Antonio Orozco, Luis Fonsi, Ana Guerra, Miriam y Judit Neddermann como artistas invitados

Duende tiene el pelo pintado como una antorcha y muchas correas de perro en el cuello y las muñecas. Viene con la música puesta en su altavoz con bluetooth, y suena a todo trapo La Polla Records. Duende se llama Mario de nombre de pila, «Mario López del Monte, nacido en el 76″, y ha venido a Galicia desde Madrid para asistir a un concierto. Cualquiera pensaría que está muy perdido, porque el aquelarre musical del fin de semana tiene lugar en el Resurrection Fest de Viveiro (Lugo) y él está de cuerpo presente en el Monte do Gozo (Santiago), donde esta noche actúa Alejandro Sanz. Pero no. El hombre está donde quiere. Quince centímetros más abajo del último collar de pinchos, el estampado de la camiseta negra lo confirma: es un perfil bastante estilizado del autor de Amiga mía. «La gente me ve punki, pero a mí me gusta la música y no tengo prejuicios», aclara. «El otro día me compré el último disco [#ElDisco]. Cuando tocó en Madrid no conseguí localidad, así que me he venido aquí a verlo. Fui a comprar la entrada a El Corte Inglés con un amigo que tiene una cresta enorme y vino el segurata… ¡Allí no se creían que yo estuviera dispuesto a pagar 61 euros por ver a Alejandro Sanz!».

El espíritu libre entra solo, pero decidido, en el anfiteatro entre oleadas de mujeres que sí serían adolescentes cuando Sanz (Madrid, 1968) lo era. Entre las 23.400 almas del aforo hay gente de toda España y extranjeros, sobre todo americanos. Peregrinas a Compostela que han programado sus etapas para llegar al Monte do Gozo (secular entrada jacobea) y adorar al cantante antes de bajar mañana a dar el abrazo al apóstol en la catedral. Muchos hombres que vienen acompañando a sus esposas pero que luego bracean y corean las canciones como la que más. Personas que superan el medio siglo en mucha mayor proporción que veinteañeros, pero también algunos niños que reducen considerablemente la media de edad.

Samuel Lemos, por ejemplo, cumple 12 años en septiembre y es fan. Le gusta Alejandro Sanz porque le gusta a su madre, pero también porque lo oye «por la radio». Le interesa, sobre todo, el repertorio más nuevo: «Azúcar en un bowl o No tengo nada», escoge sin dudar. Y Samuel tiene suerte, porque esos son dos de los primeros temas que el artista interpreta esta noche: «Yo no tengo miedo / Yo lo que tengo, niña, es un plan secreto / Que es muy difícil que no nos salga / Tengo unas bengalas / Yo te quiero ver en la mañana susurrándome a la espalda».

El concierto, previsto para las diez de la noche, empieza con más de media hora retraso pero en cuanto aparece Sanz con su guitarra azul se mete al público en el bolsillo: «Vengo con la energía del que siente que algo va a pasar… Este va a ser un gran concierto», vaticina. Y nada más cantar dos temas, al tercero comienzan las «sorpresas» de la velada. «Voy a invitar a un amigo, que es el papá de otro amigo mío. En realidad, al padre nadie lo conoce… pero su hijo nos va a dar sopas con honda a los dos». El primer artista invitado resulta ser Antonio Orozco, y su prodigioso vástago, Jan, no está aquí pero se lleva todos los piropos: «Atila nos va a destronar a todos», profetiza sobre él Alejandro Sanz.

Esta es la última cita en España de esa gira que se llama como su propio hashtag, #LaGira, después de congregar a decenas de miles de personas en Sevilla, Barcelona, Elche y Madrid, siempre con varios músicos invitados. A lo largo de esta noche al aire libre, después de Orozco acompañan al artista en el escenario Luis Fonsi, las triunfitas Ana Guerra y Miriam Rodríguez, y casi ya al final Judit Neddermann, que canta en catalán. A la tierra en la que hoy toca, no obstante, pocos guiños se le dedican: un «Galicia caníbal» que suelta Sanz intempestivamente; la presencia (y todo su vozarrón y su cabellera) de Miriam, que es de Pontedeume (A Coruña); y la Rianxeira con la que se arranca al final, de forma espontánea, el público del flanco diestro para decir adiós a su artista favorito.

«Le sigo por todas partes»

Para despedirse en esta noche de luna creciente, en cambio, el cantante elige Corazón partío. Aunque el corazón hace ya al menos hora y media que ha hecho el gesto de lanzárselo a los asistentes, después de haber simulado que se corta el pecho, que se extrae la víscera temblona con las manos y que toma impulso para arrojarla más allá de la «zona premium», la de las entradas a 110 euros. En total, el músico y su banda, en un gran escenario con una decena de pantallas dispuestas en escala que dan volumen a las imágenes proyectadas (entre las que se incluye una campaña de Greenpeace para salvar los océanos), han tocado unos 30 temas hasta pasada la una de la madrugada.

Primero los más nuevos y después muchos de los otros, que son los que fidelizaron, por ejemplo, a Juan Carlos Ballesteros, de 29 años, que con su hermano Gabriel (38) y su primo Gabriel (34), ha volado desde Mallorca porque, si puede, no se pierde un concierto de Sanz. «Le sigo por todas partes, colecciono todos sus discos desde niño», confiesa al lado de Noelia, su pareja, que le regaló las entradas por el aniversario. En este grupo, las tres mujeres vienen para acompañar a los varones. Justo lo contrario que en el caso de Carlos García y Miguel Machuca, que viajaron estoicamente desde Santa Coloma de Cervelló (Barcelona) porque la esposa del primero fue al concierto en el campo del Espanyol y a la mujer del segundo le fastidió que no le avisara. «Ahora Alejandro Sanz es más salsero, pero eso es bueno, porque nosotros también somos más salseros», sentencia García, «es lo que pasa cuando nos hacemos mayores».

Una incondicional, arrimada a la pasarela en forma de A invertida que se adentra como una cuña en el público (y que a lo largo de todo el concierto el artista apenas transita), trata de mostrarle al cantante una reliquia. Se trata de la carátula del primer vinilo de su carrera, que ella agita incansable en la mano. Otra persona logra entregarle un cartel de México, y Sanz lo alcanza y lo guarda. Hoy abundan, sobre todo, los lemas de «te queremos», y algunos a título individual de «quérote moito» («te quiero mucho»).

Una semana en colchonetas

Isabel Corugedo, con sus 16 años y su prometedora sonrisa de brackets, ha venido desde Gijón y baila al lado de su madre, Mónica Alonso, como dos amigas de instituto. Lorena Prieto, sin embargo, voló de mucho más lejos: acude al concierto desde México, a pesar de que en breve lo volverá a ver. Porque en cuanto se conoció la fecha del próximo recital de Sanz en su país, el 7 de noviembre, fue a «comprar el boleto, por 5.000 pesos» (234 euros). «A mí, sobre todo, me gusta él. Más que su música», admite. «Una vez coincidimos en un avión y nos hicimos un selfie. Incluso nos dimos un beso, pero me quedé muda… ¡no me atreví a hablar!», lamenta.

En cambio, a la viguesa Cecilia González de Alejandro Sanz le gusta absolutamente «todo». «Tengo los mismos años que él y me siento muy representada. Es una persona con los pies en la tierra, sensible, vulnerable, ¡y un padrazo!», defiende al lado de su amiga Miriam Mouco. «Su música ha ido cambiando, pero sus letras siguen siendo igual de inspiradoras». Ambas se declaran «fans-fans», aunque esta vez no hayan cometido la proeza de Irene Casavella y Rebeca de la Cruz, a la cabeza del club oficial de admiradoras en Galicia, que llevaban aguardando el concierto, en colchonetas sobre la hierba, desde el domingo pasado. La organización las premió por esto, junto a otras heroicas seguidoras, con 20 plazas inmersas en el propio escenario, dentro del triángulo cerrado que forma la A de la pasarela. La A de Alejandro.

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