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Las pinturas feroces

Esta inclasificable joya animada aglutina guiños cinéfilos y pictóricos para contar una acelerada historia que entronca con la tradición del folletín cinematográfico

En su novela breve Los últimos días de Nueva París, China Miéville fantaseaba en torno a un combate imaginario entre el ejército nazi y una guerrilla surrealista en el seno de una Francia ocupada que trascendía sus conocidos límites históricos. Un ingeniero estadounidense lograba liberar el inconsciente insumiso de artistas y poetas, sembrando las calles de un París delirante de feroces obras de arte: “En las fecundas ondas de choque de la explosión, no fueron solo los sueños de los surrealistas los que se habían manifestado. Con ellos nacieron figuras del simbolismo y el decadentismo, las fantasías de los antepasados y predilectos de los surrealistas, los fantasmas de su protocanon. Ahora la aviesa araña de diez patas de Redon iba de cacería en un extremo de la calle Jean Lantier, haciendo castañetear sus enormes dientes. Una figura con la cara de fruta coagulada de Archimboldo acechaba en los límites del mercado de Saint Ouen”.

Cada plano de Ruben Brandt, coleccionista, primer largometraje del artista plástico de origen esloveno Milorad Krstic, podría competir en densidad referencial con el citado párrafo de Miéville: con un trazo que hermana la herencia del cubismo con los ecos del underground y adscribiéndose de lleno a la dinámica omnívora y antijerárquica del arte pop, esta inclasificable joya animada aglutina guiños cinéfilos –esa silueta hitchcockiana literalmente helada- y pictóricos –de la menina velazqueña devoradora a una tentacular Venus botticelliana- para contar una acelerada historia que entronca la tradición del folletín cinematográfico con la pervivencia del thriller conspiranoico. Su protagonista es un psiquiatra asaltado por insistentes pesadillas donde destacadas obras maestras de la pintura cobran vida: una ladrona de élite –clara descendiente de la Musidora de Los vampiros (1915)- le ayudará a superar el trauma con la ayuda de un delirante equipo delictivo entre el que figura un finísimo tipo bidimensional.

Ganador del Oso de Plata en la Berlinale con su único trabajo de animación previo –el corto My Baby Left Me (1995)-, Krstic exprime a fondo en Ruben Brandt, coleccionista las posibilidades de la animación para crear una realidad alucinógena. El resultado no se parece a nada.

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