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Jacques Audiard revienta también los códigos del wéstern clásico

“La fuerza y la virilidad son estupideces en estado puro”, asegura el director francés, que estrena ‘Los hermanos Sisters’, un desmitificador relato sobre la conquista del Oeste

A lo largo de su carrera, Jacques Audiard (París, 67 años) se ha hecho un nombre dinamitando los géneros cinematográficos, construyendo un nido para sus obsesiones en medio de esos cúmulos de códigos manidos y convenciones trilladas en los que casi nunca se reconoce. Por difícil que se presente la hazaña, Audiard siempre logra poner un cordón sanitario al tropo y al arquetipo. Su nueva película, Los hermanos Sisters, wéstern revisionista que llega el viernes a las salas españolas, no es ninguna excepción. Con este proyecto, que supone su debut en inglés, el director revienta los relatos canónicos sobre la conquista del Oeste y demuestra que en el mito fundacional estadounidense hubo menos heroísmo del que reza la historia oficial.

“En realidad, no me despierto por las mañanas pensando en cómo subvertir los géneros. Es un proceso mucho menos deliberado”, protesta el atildado director, sentado en un café parisiense pegado a la Sorbona. Lo flanquea su inseparable guionista, Thomas Bidegain (Mauléon-Licharre, 51 años), afable vascofrancés –como atestigua su mechero con la ikurriña– que recuerda que este personalísimo proyecto nació como un encargo. Fueron el actor John C. Reilly y su esposa, la productora Alison Dickey, fan acérrima de Audiard, quienes asaltaron al director en un lejano festival de Toronto. “Nunca habría rodado un wéstern si no fuera por este encargo”, admite Audiard. “Descubrí el género de manera tardía y siempre confundo los títulos clásicos…”, añade el director. Pero cree que eso le permitió acercarse al género por otras vías que la veneración. “Es un wéstern sin sacralidad, pero también sin la ironía que demostró Sergio Leone”, afirma sobre el padre del spaghetti, en cuyos escenarios almerienses rodó parte de la película, además de hacerlo en Aragón y Navarra.

A Bidegain, el género le interesaba más. Su primer filme como director, Mi hija, mi hermana (el título original era Les Cowboys, y en la que actuaba Reilly), fue un acercamiento contemporáneo al wéstern teñido de tentación yihadista. “En aquel caso, había que llevar el wéstern a la vida. Aquí era al revés: había que traer la vida al wéstern”, resume el guionista. Cuatro personajes protagonizan una historia ambientada en 1851, en plena fiebre del oro. Reilly y Joaquin Phoenix interpretan a los hermanos del título, dos pistoleros que aspiran a terminar con la vida de un químico (Riz Ahmed) que ha dado con una fórmula mágica que facilita la búsqueda del codiciado metal precioso. Para encontrarlo, contratarán a un detective (Jake Gyllenhaal) que, contra todo pronóstico, entablará amistad con su presa y hasta se planteará cambiar de destino vital.

La película se inspira en la novela homónima firmada por el canadiense Patrick deWitt que ganó el premio Man Booker en 2011 (en España la editó Anagrama). El largo monólogo del libro deja lugar en esta adaptación a nuevos personajes, acentos cómicos, sabor a cine de aventuras y temas “más europeos”, según Audiard. “En especial, el conflicto entre la utopía y la avaricia, con resonancias en nuestra época”, añade el director, pese a puntualizar que no lo hizo adrede. “Más que de la búsqueda del oro, la película habla de la creación de una utopía humanista y socialista”, le secunda Bidegain. Se refiere a una subtrama que no figuraba en la novela, en la que los personajes de Ahmed y Gyllenhaal se plantean colgar los hábitos y fundar un falansterio en el siglo XIX, como los que propuso el socialista francés Charles Fourier. Esas comunidades utópicas, que apostaban por una igualdad real entre individuos y donde la propiedad privada estaba prohibida, prosperaron en algunos puntos de un Nuevo Mundo que quería ser digno de ese nombre.

Hombres solos

El filme reincide en un tema habitual en la obra del director de Un profeta o Dheepan (Palma de Oro en Cannes 2015): la catástrofe inevitable que se produce cuando los hombres se quedan solos. “Mi primer filme se titulaba Regarde les hommes tomber (Mira cómo caen los hombres). Entonces no sabía que sería tan programático”, ironiza el director. Hoy la masculinidad está en crisis. Pero se diría que, para Audiard, siempre lo ha estado. “Lo está desde los días de La gata sobre el tejado de zinc o Reflejos en un ojo dorado. Todas esas ideas sobre la fuerza y la virilidad me parecen estupideces en estado puro”. Bidegain está de acuerdo: “Si uno quiere cargarse a los hombres, el Oeste es un buen lugar”. Audiard atribuye su opinión a su traumática experiencia en el internado donde estudió. Pero también a ciertos atenuantes históricos. “Nací en 1952, en plena posguerra, y asistí al desplome de muchas cosas que dábamos por ciertas respecto a los hombres”, explica el director, en referencia “al mito del resistente francés y a todo el credo gaullista”, de los que trababa en su segunda película, Un héroe muy discreto.

En el Oeste también hubo muchas mentiras. Si Audiard nunca se apasionó por el wéstern es porque la masculinidad de John Wayne le parecía, en el fondo, una ficción. “Prefería a Paul Newman o Jean-Louis Trintignant, hombres que no tenían miedo de su lado femenino. Con ellos aprendí a vestirme y a hablar a las mujeres. Durante mi adolescencia, el cine fue una fuente de conocimiento”, asegura.

Cada nuevo proyecto de Audiard se opone al anterior. Tras explorar el género cinematográfico por excelencia, el director se dirige a la televisión, donde rodará dos episodios de la exitosa serie Oficina de infiltrados. Y, después de filmar una historia sin apenas mujeres, dice tener “muchas ganas de dirigir a una actriz”. Su próxima película, que tendrá tintes mexicanos, lleva el título provisional de Emilia Pérez. “Es la historia de un hombre que se opera para convertirse en mujer”, resume con cierto pudor. Audiard seguirá dinamitando los géneros. Solo que, esta vez, serán los biológicos.

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