El coreógrafo francés de origen argelino trae triunfalmente al festival Madrid en Danza su emblemático himno al cuerpo mediterráneo
En su etapa de bailarín, ya Hervé Koubi era un tipo singular; luego, una vez inmerso en la harina coreográfica y creativa, ha insistido en ser él mismo, el plasmar sus explosivas y a veces muy dispares iniciativas. Es coreógrafo, obviamente, pero es un poeta de la estructuración del cuadro coréutico; no desprecia las influencias, los orígenes sanguíneos de sus tradiciones ancestrales y sobre todo, no camufla ni un ápice sus preferencias y adoraciones, sus inspiraciones y sus propósitos estéticos. Ese cierto empecinamiento le ha salido bien, le ha hecho distinguirse y mostrase en una formidable y efusiva demostración de nervio y luz, de canto físico y de planteamiento coral del trabajo. Sus espectáculos brillan por el conjunto; esporádicamente da sitio al fragmento solista, en la figura del solo, pero siempre como bisagra a otra andanada del grupo, a otra ola portentosa que vuelve el escenario como una especie de mar proceloso e implacable.
Si viendo esta pieza titulada Las noches bárbaras con la que el argenilo ha triunfado en Madrid en danza he pensado inmediatamente en el poema de Cavafis Esperando a los bárbaros, a la vez he pensado en otro libro que ya hoy imprescindible: El gran mar de David Abulafia, volumen clave para entender el lugar donde estamos y que nos alimenta desde siempre, pues el otro gran protagonista del espectáculo de Koubi es ese mar Mediterráneo viejo, mítico, diario y vital, una linfa comunicante que aporta el alimento esencial más allá de los peces y que justificadamente ha sido cantado desde tiempos ancestrales. Nos comunica y hermana la belleza mitológica y la devastadora crueldad de los hechos, a la par, en una aparente contradicción entre vida y muerte, entre pasado y futuro. La salud muscular de los artistas en escena es espejo de una limpieza moral, de un idioma claro y de un sencillo vocablo como bisagra hacia el espectador; respiran anhelantes hacia las luces, los focos son como un destino fuera de alcance, y hay un cierta voluntad expresiva de rito, de éxtasis y de entrega.
Los fragmentos wagnerianos o de los Réquiem de Fauré y Mozart aportan una gravedad monumental, una idea de misa solemne; la rítmica la pone el desierto y sus ecos, sus tambores y sus acentos ternarios, el eco libio o nubio con la gráfica chawi elevan la pulsión hacia lo aéreo y el reto tanto a la gravedad como a la rendición temporal entre caída y recuperación, entre giro y abrazo. Nunca es gratuita la exhibición, se trata de una plenitud dionisiaca, un regusto capaz de reordenar las figuras hacia una grandeza propia en lo monumental escultórico, y esto también es herencia clásica.
Abulafia como premisa expresa que su Mediterráneo no habla en el fondo de política, y guerras, sino de hombres. De ahí la vitalidad. Hervé Koubi canta en la misma dirección, rebusca en la acción colectiva la búsqueda de un acorde común, y una vez afinado, lanzado al aire del arte dancístico, es una hebra maravillosa y lúcida que encanta y absorbe, y esa es la razón porque el público asiente primero en silencio y luego estalla en una ovación victoriosa y unánime. La búsqueda formal de Koubí es profundamente humana y se enraíza en las grandes aventuras de conquista, pasa de una épica gestual a una lírica ‘transhomérica’. Los 14 hombres que se expresan mediante una extrema calistenia física son un mural promisorio. A la brillantez y dominio de las técnicas del baile urbano suman un disciplinado sentido del ensemble y de la coordinación grupal. Vienen muy precisos y exactos, como un guante, los dos versos finales del poema de Cavafis (aquí en la traducción de Alfonso Silván): “Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros. / Esos hombres eran una cierta solución.” El público ovacionó en pie a los artistas, se mostraba claramente partícipe de una electricidad tan tensada como las cuerdas de la lira de Orfeo, donde descansa a la vez el misterio y la voluntad.
Hoy domingo se podrá ver la segunda y última función en la sala verde de los Teatros del Canal.
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