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“Estoy harto de que los extranjeros se meen en la bandera”

Augusto Ferrer-Dalmau viaja al pasado desde hace casi dos décadas a rescatar sobre lienzo el orgullo de la bandera española y el honor de sus ejércitos

Español hay que decirlo más. También: “No hay huevos”. Porque es el arma secreta que ha hecho invencible a las tropas españolas. “¿Qué crees que dijo el capitán del Glorioso?”. Eso. “Lo mío es pintar la goleada histórica y el buque El Glorioso pudo con siete barcos británicos. ¡Un 7-1! ¡Eso fue una goleada!”. Habla Augusto Ferrer-Dalmau, sin pelos en los titulares. Estamos en el estudio del pintor de soldados y batallas, donde compone una tortilla de honor, nobleza y épica para recuperar una memoria heroica que, dice, se nos olvida a los españoles. “Porque nos sentimos avergonzados de ser españoles. Yo quiero recuperar la otra memoria histórica”, cuenta. Su batalla está resumida en un libro, Bocetos para la historia, que acaba de publicar Espasa.

Es su particular viaje al pasado, cargado de orgullo rojigualda y una exquisita técnica, después de convertirse, en los años noventa para gusto de su marchante, en el Antonio López de Barcelona, en el pintor nacionalista que hoy le ha hecho famoso entre los más leales a la bandera española. Este catalán de 54 años ha recogido la tradición decimonónica de la pintura de historia, empeñada en levantar el ánimo patrio, la creación de mitos y el suflé de las leyendas. Una máquina de iconos no sobre la Marca España, sino sobre la marca de la hispanidad. El ADN de los españoles, a los ojos de Ferrer-Dalmau, es lanza en astillero y “la fórmula de la mala leche”.

La contraprogramación del buenismo

Sus escenas son evocadoras de un tiempo tan pasado y adaptado a ese genio guerrero, instantes decisivos de una bravura y altanería que ha desaparecido. Porque, por encima de los sables, las nieblas, los caballos y el barro, hablamos de pura nostalgia. De algo que el pintor echa de menos. “No me gusta que la gente muera, pero si hay que defenderse, hay que luchar. No quiero conquistar nada, pero quiero defenderme y debemos defendernos del yihadismo. ¿Quién nos va a entender cuando se acabe el petróleo y vengan a conquistarnos? No entenderé jamás a quien está en contra del Ejército. Nosotros, los españoles de 2018, somos lo que somos por los que combatieron antes por nosotros. España es un gran cementerio, no hay un palmo de suelo sin huesos de soldado. Es injusto que no les recordemos. ¡Somos una pandilla de desagradecidos!”, cuenta el pintor.

¿A qué teme más Augusto Ferrer-Dalmau, al anacronismo o al pacifismo? “Estoy harto de que me llaman facha por pintar estas cosas. Me acusan de apología militarista, pero yo pinto la esencia española y si no nos peleamos una vez al año, algo raro ha pasado. ¡Nacimos guerreros! No me siento avergonzado de ser español y estoy harto de que los extranjeros se meen en la bandera”. Por eso reconoce que pinta el momento épico, porque quiere dar a conocer las gestas. Que defendemos lo indefendible y debemos sentirnos orgullosos de esto. “No podemos negarlo: somos lobos”, explica el artista que habla con desencanto de las vanguardias que, a principios del siglo XX, destruyeron la pintura clásica. “Un abstracto lo pintas en 20 minutos y te pagan diez veces más. Un cuadro de historia no es fácil, hay que documentarse mucho. El pasado es muy complicado”.

El pintor de batallas tiene una colección completa de espadas del ejército del siglo XIX a la entrada de su vivienda. Es un coleccionista del pasado bélico, pero necesita paz y un mercado estable para seguir reproduciendo sus imágenes de honor y resistencia. Nunca pinta mujeres porque dice que no sabe hacerlas, que le salen muy hombres. Pero sí hay, al menos, una, que levanta a su bebé en brazos para que su padre, soldado a caballo que se va a hacer la guerra, se despida de él. No hace mujeres ni representa el lado innoble de las contiendas, es decir, las torturas, las violaciones, las barbaridades. “Esa no es la esencia española. Busco la parte honorable de los soldados”, dice. Otro tabú en su carrera: la Guerra Civil. “Me gustaría porque hay escenas muy bonitas, como la del cruce del Ebro, pero es un arma política y así no puedo pintarlo”, lamenta. A la División Azul sí la ha pintado.

En la batalla de la pintura, Ferrer-Dalmau desaloja el cuadro de alegorías. Su pintura es de acción, contra lo simbólico, pero a favor del símbolo. La bandera y son buenos tiempos para el mercado de la demanda y exaltación del símbolo. Por eso propuso al anterior ministro de Exteriores crear un taller de pintores que se dedicaran a levantar grandes murales, esculturas, cuadros “inmensos” sobre acontecimientos que no tienen representación iconográfica. “No podemos permitir que ese americano diga que Colón fue un genocida”, subraya. La obra de Ferrer-Dalmau es propaganda sentimental, una especie de ‘Sálvame’ militarizado que agarra al espectador por sus emociones, gracias a escenas de sangre, sudor y miseria. “En España no pintamos sucio”, dice. Y tiene razón, quizás porque la épica siempre tiene un lado nauseabundo.

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