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Emmanuel Carrère y Javier Cercas, un diálogo al límite de la ficción

EL PAÍS reúne a los dos autores para hablar de inspiración, afinidades y la presunta muerte de la novela. “Hay una sensación de parentesco: pisamos las mismas tierras”, asegura el francés

Ambos empezaron en los años ochenta con novelas de ficción y con argumentos imaginativos, incluso fantásticos. Ambos se pasaron en el transcurso del siglo XX al XXI a la literatura de la realidad. Y ambos se plantean ahora acabar con este ciclo de novelas y relatos sin ficción. Se admiran, pero nunca se habían conocido en persona, aunque aquí las versiones difieran.

Los escritores Emmanuel Carrère (París, 61 años) y Javier Cercas (Ibahernando, 57) conversaron este fin de semana ante EL PAÍS, durante una pausa en el Festival Internacional de Periodismo de Couthures, organizado por el grupo Le Monde. El encuentro, de tres días, ofrece coloquios sobre periodismo, literatura, política, educación, igualdad de género, Túnez y otras cuestiones en un pueblo de 346 habitantes en el suroeste de Francia, a orillas del río Garona. Las diferencias entre Cercas y Carrère —en los temas, en la forma, en sus influencias literarias— son evidentes. Las afinidades, también.

Javier Cercas. Quería contar una anécdota sobre cómo nos conocimos. Debía de ser hacia 2006. Estábamos en la brasserie Lipp, en París, con personas del mundo de la edición.

Emmanuel Carrère. Ah, sí.

JC. No, tú no estabas.

EC. Entonces tenemos versiones contradictorias.

JC. Estábamos en Lipp. Se hablaba entonces de que la literatura francesa ya no era lo que fue y de que estaba en decadencia. Yo dije: «Sí hay grandes escritores franceses». Cité a Jean Echenoz y a Emmanuel Carrère. En la mesa de al lado, un hombre me interrumpió y me dijo: «¿A usted le gusta la literatura de Emmanuel Carrère? Espere un momento». El hombre sacó el teléfono y me preguntó cómo me llamaba. Marcó un número y dijo: «Emmanuel, te paso a Javier Cercas». ¿Te acuerdas?

EC. No.

JC. El hombre era un actor: el hijo de Lindon, el editor.

EC. ¡Vincent Lindon! Mi memoria es detestable. Lo curioso es que recuerdo haber conocido a Javier en Lipp, aunque nunca voy a Lipp. Además yo no conocía sus libros. El primero que leí fue Soldados de Salamina… Debía de ser en 2007 o 2008.

JC. Yo descubrí a Emmanuel en 1989. Había vuelto a Barcelona después de vivir en América y había publicado la novela El inquilino, cuando solo me leían mi madre y mis hermanas. Mi amigo Sergi Pàmies, que es escritor, la leyó y me preguntó: ¿No has leído El bigote, de Carrère?

EC. Años después dirigí una adaptación al cine de este libro, con Vincent Lindon como protagonista.

JC. Formidable.

EC. Todo encaja.

JC. Pàmies me dijo: “Tienes que leer El bigote”. Lo leí y, efectivamente, hay algo…

EC. …próximo, familiar.

JC. En El bigote un hombre se afeita el bigote y su vida cambia completamente. En El inquilino, un hombre se tuerce el tobillo y todo cambia. Ahí estaba el humor, lo fantástico.

EC. Las historias que se apoyan sobre los pequeños granos de arena que lo cambian todo.

JC. Ambos venimos del mismo mundo. Borges, Kafka, Beckett. Y entonces, tú publicas El adversario [crónica sobre el caso de Jean-Claude Romand, el falso médico que durante 18 años vivió como un impostor y acabó asesinando a su familia]. Este hombre que hacía literatura fantástica encuentra lo fantástico en la realidad. En este momento yo también me dirigía hacia la realidad. En mi caso fue la escritura periodística lo que cambió algo en mí: debía salir de casa y tomar notas.

EC. Yo te descubrí con Soldados de Salamina y Anatomía de un instante. Eran libros extraordinariamente interesantes en sí. Y había una sensación de parentesco: pisamos las mismas tierras. Pero tengo una pregunta. Cuando hablas de autores posmodernos, citas a Borges, Kafka o Beckett, pero ¿para ti también fue importante la literatura popular y de género, los autores menores?

JC. Como en tu caso Philip K. Dick.

EC. Y otros. Bolaño adoraba esto.

JC. Philip K. Dick no fue importante para mí. Otros sí: H.G. Wells. Pero no la ciencia-ficción. Para mí fueron más importantes las novelas de aventuras, como Verne o Stevenson.

EC. Y para mí: El maestro de Ballantrae [de Stevenson] es una de las novelas más extraordinarias que conozco.

JC. La isla del tesoro es la mejor novela que he leído.

EC. No subscribo la ideología según la cual la novela ha muerto. Falta mucho para que muera. Soy lector de novelas. Simplemente, dejó de convenirme escribirlas, aunque en el fondo, lo que he hecho desde El adversario son novelas, pero con material no ficticio. Están concebidas y estructuradas como novelas.

JC. Estoy de acuerdo. Alguna vez leí que no te sentías cómodo con la idea de que tus libros fuesen considerados novelas. Quería convencerte de que lo eran.

EC. Pues quizá me has convencido.

JC. Para mí la escritura en los periódicos fue esencial. ¿Y para ti? ¿Cuándo empezaste?

EC. Muy pronto, como crítico de cine. Para mí lo determinante fue hacer reportajes, porque son narración. Limonov era un reportaje para una revista francesa. Cuando lo terminé, me dije que me apetecía continuarlo. No hay diferencia de tono entre el reportaje y el libro.

JC. Para mí hay una especificidad en la novela.

EC. ¿Cuál?

JC. La forma. Un novelista cree que por medio de la forma pueden decirse cosas que de otra manera no pueden decirse. Un reportaje debe reflejar bien la realidad, pero la forma no es esencial. En una novela, hay que encontrar una estructura, unas correspondencias. Otra cuestión es la ironía, esencial en una novela, y no en un reportaje. Tenemos la idea de que lo esencial en una novela es la ficción, pero hay una novedad en los últimos años: Sebald, Carrère, Echenoz y sus novelas sin ficción, Knausgård. Históricamente la novela es un género omnívoro: se lo come todo. Balzac se comió la historia. Flaubert, la poesía. Mann, el ensayo. Y hoy la novela se ha comido el periodismo.

EC. La novela es algo indestructible. Se nutre de todo y lo devora todo. Antes de que la novela muera podemos esperar. Respecto a la cuestión de la forma, estoy de acuerdo con Javier, pero pienso que hay una especie de pasaje natural entre el reportaje y el libro a través de algo que no es forma, sino el tono, la voz. Los escritores que me gustan son aquellos cuya voz tengo la impresión de oír, los que, al leerlos, me parece que me hablan.

JC. Cuando publiqué El impostor [la historia de Enric Marco, que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis] algunas personas decían: “Ah, el impostor es el adversario”. Yo pensaba: “O no han leído El impostor o El adversario”.

EC. Un punto en común es el relato, tanto de la historia del tipo como de la investigación sobre la historia del tipo.

JC. La forma es diferente. En El impostor hay mezcla de géneros y es un libro de expansión. El adversario va a lo esencial.

EC. Es comparable el vértigo ante estos personajes y la intimidad con ellos.

JC. He leído que Emmanuel ha dicho: “Estoy en crisis, no sé qué voy a hacer ahora”. Cuando acabé de escribir El monarca de las sombras, pensé que era el fin de lo que comenzó con Soldados de Salamina. Por suerte, acabo de terminar un libro que es un retorno a la ficción de una manera diferente. Y es el resultado de un choque personal: el de la crisis catalana. Tenía la impresión de haber llegado a un cruce de caminos por el que no podía continuar sin el riesgo de repetirme.

EC. Con El reino me ocurrió lo mismo. Ahora he hecho una película, que estoy acabando, y me apetece volver a ponerme a escribir un libro.

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