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El testamento de Chirino: dos esculturas inéditas y sus memorias

Un libro póstumo de charlas con Antonio Puente y ‘Violonchelo’, la última obra de su carrera, sirven de homenaje al escultor, fallecido en marzo

«Poned algo bonito». Esa fue la instrucción que Martín Chirino le dio a su familia sobre la dedicatoria que debía aparecer en su biografía póstuma La memoria esculpida. Conversaciones con Antonio Puente (Galaxia Gutenberg), que se presentó en el Círculo de Bellas Artes este miércoles, institución que Chirino presidió y que acogerá un acto en su honor el 4 de junio. El escultor canario murió el 11 de marzo, diez días después de cumplir los 94. En la fiesta que celebró por su aniversario, cuenta el escritor y periodista Antonio Puente que el maestro del hierro dijo sobre su obra literaria conjunta que había que cuidarla porque «no va a ser un texto más, sino el libro de Chirino». En aquella ocasión, Puente solo alcanzó a balbucir unas palabras interrumpidas por el alborozo que protagonizó la última obra del escultor, mostrada después al público —este jueves— junto a Cabeza. Crónica del siglo XX, en la galería Marlborough de Barcelona. Se trata de Violonchelo. Sueño de la música (hierro forjado y madera), que supone la continuación de su obra Guitarra (2018). Ese día, «quiso que pusiéramos un paño blanco por encima de la pieza, para cuando estuviéramos todos juntos, desvelásemos la obra», recuerda su hija, la dibujante y licenciada en Botánica Marta Chirino.

La tarde del martes siguiente al cumpleaños, Martes de Carnaval en su tierra, se celebró en Madrid una reunión con la editorial —que iba a tener lugar en su taller, pero que tuvo que ser en el hospital en el que estaba ingresado— para pormenorizar los detalles de la publicación de sus memorias. Allí, arropado por varios familiares y amigos, se presentaron María Cifuentes, editora de Galaxia Gutenberg y Antonio Puente, entre otros. «Chirino se mostró distendido, risueño, cariñoso… Pedía escuchar, por enésima vez, fragmentos de sus reflexiones», escribe Puente en el prólogo. Cifuentes lo describió como «débil pero atento, interesado en el formato, la cubierta, la tipografía», haciendo gala de un perfeccionismo que su hija reconoció como un rasgo que resultaba vitalísimo en él. «Este libro era la ilusión de mi padre». 

Sin embargo, no pudieron enviarle una maqueta con el acabado. Martín Chirino falleció el lunes siguiente a la reunión, el día en que se cumplían quince años de la tragedia del 11-M, a la que había dedicado un monumento titulado Alfaguara. Arco para el mundo II. Nunca pudo tener el libro entre sus manos, fruto de las conversaciones que mantuvo con Puente entre 2015 y 2018 sobre su vida, su trayectoria artística y las transversalidades que atraviesan a ambas. Resulta una suerte de manifiesto donde los diálogos se suceden en formas espirales, fraguadas por la intelectualidad y la pasión. Chirino «era un gran solucionador de contradicciones pero, a la vez, decía que un artista sin contradicciones estaba muerto», apunta el escritor.

Sus conversaciones con él materializan ese espíritu de la paradoja que destila su propia obra. Si sus vientos caminaban entre opuestos («Localismo y universalidad. Viento y hierro. Presencia y ausencia. Ligereza y gravidez. Tensión y distensión»), él era «un trotamundos apegado al taller; un errante cosmopolita y intelectual pasional». Sobre el libro, podría decirse que también lo recorre la contracción y que discurre de manera circular. Chirino vuelve sobre frases de juventud para matizarlas u oponerse a ellas o responde a preguntas concretas con abstracciones discordantes, solo en apariencia. Es así, por ejemplo, cuando Puente pregunta si se siente nonagenario o, más bien, de otro tiempo y el forjador de símbolos contesta: «Comparto esa frase de Shakespeare que dice que, a partir de cierta edad, ya no se tiene juventud ni vejez, sino que todo transcurre como una siesta después de comer».

«Mantuvo hasta el final una lucidez absoluta. Mi padre, gran herrero fabulador, nos dejó una serie de máximas como ‘sin pasión no hay vida’ o ‘desde el origen hasta el universo», rememora Marta Chirino. Sobre esta idea de lo galáctico gira, justamente, el último de tres epígrafes incluidos al principio del libro —que cumple, a la vez, con la petición del escultor de añadirle «algo bonito»—, firmado por Vladímir Nabókov: «¡Qué pequeño es el cosmos (bastaría la bolsa de un canguro para contenerlo), qué baladí y encanijado en comparación con la conciencia humana, con el recuerdo de un solo individuo y su expresión verbal!».

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