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El creador de Kirikú salta al París rupturista de la Belle Époque

Michel Ocelot estrena ‘Dilili en París’, su nueva joya de animación

Más allá de Disney, Pixar o Illumination hay otra animación. Durante décadas Michel Ocelot (Villefranche-sur-Mer, 75 años) ha sido una de esas almas solitarias que defendían opciones estéticas y narrativas alejadas de las modas imperantes. Curtido en series de televisión y cortometrajes, en 1998 logró subir en el escalafón de la animación gracias a la primera película de la trilogía Kirikú, Kirikú y la bruja. Igual éxito tuvo con Azur y Asmar (2006), en la que reiteraba su apuesta por un 2D respetuoso con su alma artesanal. Tras Los cuentos de la noche (2011) y el cierre de Kirikú, ahora estrena Dilili en París, donde insiste con un protagonista infantil, en esta ocasión de Nueva Caledonia, antigua colonia francesa, aunque en esta ocasión cambia radicalmente de ambiente: su Dilili correrá aventuras por el París de la Belle Époque, donde se cruza con todo tipo de artistas, escritores, científicos mientras resuelve una serie de crímenes.

Y ese nuevo paisaje ha obligado a Ocelot a modificar su técnica. En persona, Ocelot, educado, pausado, explica cómo ha afrontado el París de aquellos años de bullicio creativo. «Me dediqué a investigar los paisajes urbanos, a fotografiar y recorrer calles y edificios, y con ellos he creado esos fondos casi realistas», cuenta. «De paso mezclo 2D y 3D», y sonríe: «Ha sido un trabajo largo. Poner a los personajes en esos fondos me parecía obligado porque siempre he apostado por la verdad». El animador subraya una de sus características: «Me parece fundamental recuperar a las mujeres que en su momento tomaron parte destacada en aquella época y que posteriormente fueron ninguneadas por la historia. Por eso muestro una ciudad y un arte que existió… ¿Cómo se dice en español art nouveau?». «Modernismo». «Eso, modernismo [pronuncia perfectamente]. En ese arte hubo grandes artistas femeninas».

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A Dilili pocos la tienen en consideración: por edad, género y procedencia. Y gracias a ello se mueve por París sin cortapisas. «Se nos olvida lo complicado que era ser mujer en aquella época. Los hombres eran como lobos para las mujeres y las niñas. Sabía desde el inicio que tenía que sobrevolar la trama», recuerda. «Y por otro lado, entonces -y hoy-, mucha gente considera la civilización occidental como sinónimo de bueno, en una falsa contraposición a lo que procede de otros continentes, que es calificado de barbarie. París en la Belle Époque me pareció perfecto como momento en que una gran capital se abre a nuevas tendencias, corrientes… e incluso a gente distinta».

Para Ocelot, el momento más divertido de su preproducción estuvo en la elección de los creadores que saldrían en Dilii en París. «Bueno, escribí una lista con los artistas que amo, los dibujé con todo mi cariño, y aunque no fue siempre sencillo, me lancé a ello», ríe. Y se pone serio para una última reflexión: «Soy consciente de la responsabilidad moral que conlleva dirigir una película. Por eso hasta en mi estética hay una postura… casi espiritual. De ahí que me gusten los niños como protagonistas, porque son fascinantes. Sienten de forma más intensa que los adultos. Ven el mundo tal y como es, lo describen con libertad… algo que solo hacen también los artistas, quienes no creen en lo políticamente correcto». Y sí, seguirá con ellos como protagonistas: «Al menos, mientras pueda».

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