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Cuando la radio se rinde ante la televisión

El mayor archivo musical de España se usa básicamente para hacer chistes. Y a todo el mundo le parece supergracioso

En el universo de la radio, coexisten dos posturas respecto a cómo cubrir los avatares de la televisión. La minoritaria opta por ignorar en lo posible todo lo relacionado con la pequeña pantalla. Es la única respuesta razonable, piensan: radio y TV compiten por el escaso tiempo libre de los consumidores de información y entretenimiento; resulta suicida someterse al medio imperial. Que, en general, ignora majestuosamente a la radio.

Dudo de que eso proporcione algo más que satisfacción íntima a los locutores resistentes. Recuerden que, durante décadas, el cine nunca reflejó la dieta televisiva de sus personajes, las cuatro-cinco horas de exposición a los rayos catódicos. Y ese ninguneo para nada impidió que la TV colonizara nuestras vidas.

Hoy, los radiofonistas prefieren abrazar con entusiasmo los éxitos de la televisión. Se trata de obedecer a la actualidad, me explican. Hasta tiempos recientes, participé en una sección del Hoy por hoy, de la Cadena SER, donde personajes conocidos compartían sus canciones favoritas. Aprendí allí a temer a los famosos televisivos. Frecuentemente, carecían de buenos modales: entraban en el estudio y se dedicaban a trastear con sus móviles, a veces incluso mientras se desarrollaba la conversación.

Su arrogancia tendía a ser olímpica. Cuando se apagaba la luz roja, podían alardear de sinceridad: “en realidad, no me interesa demasiado la música: ¡Si me hubierais preguntado por películas!”. Y el descaro de un aventurero televisivo, que reconocía ignorarlo todo respecto al pop y me pidió que ¡le enviara listados de los discos que debía escuchar! En las alturas en que vive el tipo, supongo que está habituado a que sus deseos se traten como órdenes. Pinchó en hueso, debo añadir.

En general, la radio se muestra genuflexa, acrítica, embobada ante los triunfadores televisivos. Estos días he escuchado loas sin fin sobre la edición de Nochevieja del programa Cachitos. Y lo entiendo. La fórmula es infalible para ese momento tonto en que, como decía Juan Cueto respecto a Julio Iglesias, uno baja la guardia: canciones pasadas por la trituradora, unas gloriosas y otras horribles, todas unificadas por rótulos que revelan la “sana irreverencia” de la era Twitter (y los agujeros de la Cultura Wiki, pero esa es otra guerra).

Para la radio convencional, no hay más que hablar: un divertido pelotazo confeccionado por gente de lo más guay, que se inventa “chistes geniales” con Vox y Franco. En los abundantes comentarios radiofónicos que he oído, nadie profundizó en la moralidad de despiezar canciones o en el afán de mofarse al modo posmoderno. Todo a costa de unos artistas que, cuando fueron contratados para actuar en TVE, no sabían que terminarían como carne de cañón. Imposible imaginar entonces que el inmenso archivo musical de Prado del Rey sería malbaratado en raspaduras de 45 segundos.

Esa es otra. No deberían ser incompatibles, pero el impacto de Cachitos bloquea la posibilidad de confeccionar otros hipotéticos programas que exploren la música como expresión artística, reverberación de su época histórica, incluso como crónica de la evolución de la propia TVE. Son asuntos, responden, que solo interesan a minorías (y las minorías ¿no pagan también RTVE?). Así que me incomodan tantos aplausos en espacios radiofónicos que, paradoja, luego hilan fino en cuestiones políticas o sociales. Tal vez la antropofagia sea signo de nuestro tiempo pero convendría reservar el confeti y las ovaciones para mejor causa.

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