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Ceremonioso rejoneoLas

Martín Burgos, Moura y Telles pasearon una oreja cada uno de una mansa corrida de Los Espartales

Lo más emotivo de la tarde de los seis caballeros en plaza fueron las dos ceremonias de confirmación. Sale al ruedo el caballero más antiguo, Martín Burgos; a continuación, el confirmante, y detrás los cuatro rejoneadores restantes. El veterano espera al novato, al que hace entrega de un rejón de castigo, le suelta una parrafada y lo despide con un abrazo. Seguidamente, los demás, de uno en uno, protocolariamente, se acercan y dan la bienvenida al compañero con abrazo o apretón de manos según la confianza de cada cual. Y la gente se parte las manos a aplaudir. Y así, dos veces. Total, más ceremonia que toreo.

La verdad es que la corrida de Los Espartales fue mansa y deslucida en demasía, lo que unido a la inexperiencia de algunos caballeros, la falta de calidad y la pretendida espectacularidad de otros, provocó que el festejo solo se salvara por la generosidad de un público aplaudidor.

La primera oreja la paseó el maestro de las ceremonias descritas, Martín Burgos, quien deslumbró a la concurrencia con piruetas, carreras y un buen sentido del marketing. Vendió muy bien su producto. Acertó con las banderillas, se lució con un par a dos manos y mató mal.

Abrió plaza Armendáriz, quien no tuvo suerte con su primer toro en Las Ventas. Le salió el más manso de la dehesa, que buscó las tablas con desmedido afán e intentó saltar al callejón y se quedó a mitad de estas. Muy laboriosa resultó su infructuosa labor. Clavó con soltura, quebró bien en banderillas y pasó un auténtico quinario a la hora de matar.

Le siguió su compañero iniciático, Pérez Langa, inexperto en exceso y sobrado de picardía. Ante otro manso y tras una actuación deficiente en extremo —toreó muy poco, clavó muy despegado y abusó de las pasadas en falso— dio una vuelta al ruedo por su cuenta mientras parte de la plaza protestó airadamente la decisión impropia de un rejoneador con futuro. Su falta de respeto a su profesión y al prestigio de la plaza queda para los anales. La delegación portuguesa la encabezó el veterano Rui Fernandes, con 20 años de alternativa ya. Su labor fue muy aseada, más templada y torera que en actuaciones precedentes ante otro toro manso y descastado. Es un caballero sobrio y le cuesta llegar a los tendidos; como no mató con precisión se conformó con unos cariñosos aplausos.

Subió el nivel Joao Moura júnior, más placeado y torero que sus compañeros. Clavó a la grupa, como manda el rejoneo moderno, pero templó muy bien a dos bandas y se lució en banderillas a lomos de Hostil. Todo lo emborronó con un feo bajonazo, a pesar de lo cual paseó un trofeo.

Cerró la tarde-noche (normal, con tanto ceremonial) Joao Telles, sobrio, acertado en rejones de castigo y banderillas y muy por encima de su manso oponente.

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