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Bailar una biografía

Es la historia de un destino impuesto sobre quien prefería la tierra y el afecto al arte pero supo encontrar en la danza una forma de autobiografía

El futuro bailarín Carlos Acosta recorre, en compañía de su padre, la finca donde sus antepasados sobrevivieron como esclavos. Allí, Pedro Acosta, hombre crecido en los márgenes más humildes de la sociedad cubana, camionero dispuesto a todo para proteger la llama de talento que detectó en su hijo, ofrece a este una orgullosa lección de vida. La secuencia da paso a un segmento coreográfico donde el artista, ya adulto, convierte el abrazo en síntesis de ese vínculo paternofilial que, en realidad, se manifestó en primera instancia como la relación conflictiva entre quien quiso imponer una disciplina en nombre del arte y una emancipación vital a la que no todos podrían acceder y quien sentía que impostar una vocación que no se tiene es una forma de negar la vida. A continuación, Acosta –que se interpreta a sí mismo en la vida adulta y es encarnado por otros dos actores en sus años de infancia y juventud- charla con los miembros de su compañía y dice: “Mi padre nunca me llevó allí. Todo eso es ficción. Eso no sucedió, pero es verdad. Mi abuela era hija de una esclava en Central Acosta. (…) Si bien eso no ocurrió, ¿significa eso que no es verdad?”.

Con esa honesta declaración de intenciones, Acosta parece dejar claro que construirse un biopic a medida exige el mismo proceso de depuración que el de elaborar una pieza de danza, pasando de las circunstancias biográficas concretas a lo esencial, a lo que permite entender el motor de una vida y el fundamento de una identidad. Al mismo tiempo, ese tránsito de lo narrativo a lo coreográfico y más tarde a lo autorreflexivo desvela el dispositivo de una película que bien podría entenderse como el punto de encuentro entre tres autorías distintas: la del bailarín, que parte de su propio libro autobiográfico No mires atrás, la del guionista Paul Laverty y la de la directora Icíar Bollaín.

Como si fuese la respuesta habanera, cálida y luminosa al Dancer (2016) de Steven Cantor –que documentaba la ascensión, caída y resurrección del bailarín ucraniano Serge Polunin-, Yuli es la historia de un destino impuesto sobre quien prefería la tierra y el afecto al arte pero supo encontrar en la danza una forma de autobiografía. Es una lástima que los diálogos quieran explicar tanto cuando los movimientos de Acosta y la mirada de la cineasta sobre Cuba ya lo dicen todo.

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