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Aviñón busca soluciones a la gran crisis de Europa

El gran festival de teatro mira al pasado para alertar sobre el peligro que sobrevuela el continente

Para encontrar una salida a este presente convulso, el Festival de Aviñón echa la vista atrás. La 73ª edición de la cita, que arrancó el jueves en la ciudad provenzal con temperaturas apocalípticas, propone un examen crítico de los capítulos más negros de la historia del último siglo, como recordatorio alarmado de lo que podría reproducirse ahora. También recurre a los grandes textos de la tradición grecolatina en busca de posibles soluciones a las numerosas crisis —política, económica, migratoria y ecológica, por citar solo un puñado— que vive el continente en la actualidad.

La inauguración corrió a cargo de Architecture, la nueva obra del director Pascal Rambert, figura imprescindible del teatro francés, conocido en España por La clausura del amor, su obra más exitosa e internacional, que estrenó en Madrid con la compañía Kamikaze, para la que ya prepara un nuevo espectáculo de cara a 2020. Desde que abandonó la dirección del Teatro de Gennevilliers, centro experimental en la periferia parisina, Rambert ha recorrido el mundo con sus puestas en escena, que logra montar con cadencia estajanovista. A lo largo de sus viajes, se encuentra con una preocupación común por el devenir del mundo. “En París como en Nueva York, en Lisboa como en Zagreb, me encuentro con personas preocupadas”, relataba Rambert el viernes, a la sombra de un patio aviñonés. “Por ejemplo, mientras ensayaba Hermanas, que se estrenó en Sevilla en diciembre, nos dimos de bruces con el resultado de Vox en las elecciones andaluzas”.

Su obra es una reacción personal a ese inquietante contexto. El director de 57 años reúne a la plana mayor de la interpretación en Francia, encabezada por Emmanuelle Béart, Stanislas Nordey, Audrey Bonnet, Denis Podalydès o el veterano Jacques Weber, para describir la destrucción de una familia de intelectuales en la Viena de comienzos del siglo XX, atrapados en un ciclón populista que no vieron venir y que no saben cómo resolver. Las armas con las que contaban —la palabra, el pensamiento, el raciocinio— sirven de poco ante el potencial de destrucción de los bajos instintos. Cuesta no ver en la obra el presagio de una historia que se repite. “No va a volver a suceder lo mismo. No nos encontraremos con un nuevo Hitler en el poder, lo que no quita que el ambiente sea horripilante”, matiza Rambert. Su ideario se llama Europa. “Es mi coto de caza. Creo en el proyecto europeo porque lo vivo a diario. Nos enseña que tenemos dos maneras de vivir en el mundo: abriéndonos o cerrándonos”. No es necesario precisar que él milita por la primera.

Architecture no es su mejor obra. Sus cuatro plúmbeas horas de duración han dividido a la crítica francesa, poco convencida por el ardor intermitente que Rambert alcanza en el patio del Palacio de los Papas, donde el director ha cubierto la piedra medieval de una escenografía minimalista: un manto blanco lleno de muebles de estilo Biedermeier y telas dignas de la Bauhaus. Rambert esperaba que la obra hiciera más ruido, pero la noche del estreno el público aplaudió educadamente. Nada que ver con el escándalo que protagonizó en 2005 con After/Before, con la que llegó a “sentir miedo a un linchamiento físico”. Esta vez, en cambio, reinó el silencio, como lamenta Rambert, consciente de que la indiferencia del público subraya su sombrío diagnóstico sobre la actualidad.

Hasta el 23 de julio, Aviñón también acudirá a los clásicos para trazar posibles hojas de ruta. La Odisea ocupa un lugar primordial en el programa de mano de esta edición. La directora brasileña Christiane Jatahy acerca ese monumento literario a la realidad de los Ulises que pueblan la actualidad. En un jardín público de la ciudad, la francesa Blandine Savetier hace recitar sus versos a jóvenes actores de todas las razas. Dentro de unos días, Maëlle Poésy pondrá al día La Eneida completando el texto de Virgilio con testimonios de exiliados y refugiados actuales, mientras que Jean-Pierre Vincent propondrá una relectura de La Orestíada, de Esquilo, en la que subraya los defectos de fabricación de la democracia ateniense.

“Se trataba de recordar que Europa comienza con esos grandes relatos, que son los que definen nuestra identidad cultural”, señala el director del festival, Olivier Py. Después de centrarse en la cuestión del género y sus mutaciones en la pasada edición, Py quiso volver a los relatos en mayúsculas. “No podemos hablar de temas sociales cada año. Esta vez he querido tratar la crisis migratoria y el peligro del nacionalismo, pero a través de lo poético. Por eso recurrí a Homero”.

El primer festival del mundo, con un ojo siempre puesto en la vanguardia escénica, no ha encontrado nada más moderno que volver al pasado. “Ninguna experimentación radical surge de la nada, porque el arte no aparece ex nihilo. No se puede hacer teatro sin convocar lo que nos constituye a nivel de mitos, metáforas y alegorías”, añade Py, que no quiere despertar el lado consciente del cerebro, sino “el inconsciente”.

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