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A un palmo del desconcierto

Tres años después de impactar en Cannes con ‘El hijo de Saul’, Nemes regresa con ‘Atardecer’, pero esta vez el dispositivo no acaba de encajar

El Festival de Cannes del año 2015 quedó marcado por la aparición del húngaro László Nemes. Su primera película, El hijo de Saúl, se adentró en un tema inabarcable que parecía agotado en muchos aspectos, el Holocausto, con un ejercicio de cine radical en cuanto a sus formas. La clave, una reducidísima profundidad de campo, de apenas un metro, quizá menos, que ejercía también de metáfora, y he ahí su maestría: la imposibilidad de una visión global en un campo de exterminio, donde cada uno mira por su piel, y toma decisiones a partir de la búsqueda de la supervivencia. La película era una experiencia cinematográfica difícilmente soportable por su clima visual y su contundencia sonora. Y era fascinante.

Tres años después, Nemes regresa con Atardecer y exacta metodología formal. Pero esta vez el dispositivo no acaba de encajar: huele a sello de autor, a irrenunciable estilo, aunque no acabe de convenir. Esta vez en la Budapest de 1913, con el principio del fin, con la descomposición del Imperio Austro-húngaro, adentrándose en la suciedad moral tras la pompa aristocrática y el poder económico.

No es una película fácil Atardecer, deliberadamente opaca: en los datos sobre la época y los personajes, en sus transiciones, sus elipsis, y en un epílogo difícilmente comprensible. Y solo en los momentos de revolución, de asalto al poder, consigue transmitir la fuerza que logró el director en su primera obra. Esos en los que se olvida por un momento el cada vez más gastado recurso de la cámara en el cogote del protagonista, lo que a veces es perfecto por las sensaciones que transmite y en cambio otras no es más que puro ornamento, procedimiento que otrora fue radical y ahora no pasa de lo convencional.

Tampoco le ayuda la interpretación de su protagonista absoluta, Juli Jakab, sin belleza cinematográfica ni fuerza dramática, un pasmarote. El contexto es apasionante, pero Atardecer, presentada en el pasado Festival de Venecia, es más hermética que misteriosa. Nemes quiere desafiar al espectador, y eso le honra, pero está por ver que al espectador, incluso al más formado, le apetezca el laberíntico desafío, la pesadilla sin respuestas de una mujer en tiempos convulsos. El caos debería estar solo en el interior de la película, pero se transmite hacia fuera. Y así, pese a momentos de indudable brío, el director nos aleja de su criatura pese a la cercanía de su mirada. De estar a apenas un palmo de ella.

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