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Los populares europeos buscan frenar la sangría sin caer en la tentación ultra

El fiasco español eleva la incertidumbre ante las próximas elecciones europeas

Todas las encuestas vaticinan la victoria de los populares europeos en las elecciones del 26 de mayo, pero la atmósfera está lejos de ser festiva en los cuarteles del centro-derecha. Los tiempos en que Nicolas Sarkozy, Mariano Rajoy y el partido de Silvio Berlusconi acompañaban a Angela Merkel en un pleno conservador de las grandes economías del euro se han evaporado ante la burbujeante irrupción de nuevas fuerzas a ambos lados del arco parlamentario. Y el nerviosismo es la nueva normalidad a dos semanas de la cita con las urnas.

El fin del bipartidismo ha pillado a los democristianos con el pie cambiado, sin una estrategia unitaria sobre alianzas y haciendo malabares dialécticos para cuadrar un mensaje inequívocamente proeuropeo con los pactos con la extrema derecha. Un ejemplo ha sido la gestión de la presencia en el grupo del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, habitual motivo de crisis internas por sus exabruptos antiinmigración y su disposición a estrechar lazos con el líder ultra Matteo Salvini. Las reacciones ante Orbán han generado división y retratado a cada delegación. El PP de Pablo Casado ha estado entre los que menos reparos ha puesto a compartir espacio político con Orbán, suspendido por el PPE pero todavía miembro de pleno derecho. En septiembre, cuando el Parlamento Europeo aprobó la apertura de un expediente contra Hungría sobre la base al artículo 7 del Tratado por entender que había violado los valores fundamentales de la UE, ningún eurodiputado español del PP votó a favor. Se abstuvieron o votaron en contra.

Sin embargo, la escalada verbal de Orbán ha hecho cambiar el tono del PP. “Orbán cada día está más incómodo dentro del Partido Popular. Si ve la oportunidad de formar un grupo diferente la aprovechará. Está por irse antes de que le echemos”, afirma el eurodiputado español Esteban González Pons.

Muchos culpan a la ambigüedad con los ultras de la pérdida de apoyos. El batacazo de 2014, cuando los populares europeos pasaron de 274 a 217 escaños, no tuvo consecuencias prácticas dado que junto a los socialistas seguían bastándose para conformar una mayoría en la Eurocámara. Pero con los sondeos reduciendo sus diputados a 180, el candidato de los populares, el alemán Manfred Weber, es consciente de que esta vez necesitará a los liberales, y tal vez a Los Verdes, para que las cuentas salgan. Y eso puede suponer cesiones, e incluso, en caso de victoria pírrica, restarle legitimidad para convertirse en presidente de la Comisión Europea, con el presidente francés, Emmanuel Macron, pujando para que el nombramiento se desvincule del ganador de las elecciones europeas. La esperanza está en la otra pata del eje francoalemán: Angela Merkel ha transmitido a los populares su compromiso de respaldar a Weber.

Durante años, las sucesivas crisis de la socialdemocracia europea han opacado la sangría de los populares, menos evidente al ser dueños de la presidencia de las tres grandes instituciones de la UE. Pero tras quedar fuera de la segunda vuelta en las presidenciales francesas, sin poder en la Italia de Salvini, y con el inesperado hundimiento de Pablo Casado en España, el ocaso es ya imposible de ocultar, y sus rivales se preparan para que los futuros repartos de poder reflejen mejor el equilibrio de fuerzas.

Weber ha huido de programas kilométricos que muy pocos leen y basa su proyecto de Gobierno en 12 propuestas breves y directas. Entre ellas se encuentran reivindicaciones para su electorado tradicional, como el despliegue de 10.000 guardias fronterizos europeos en 2022 para frenar la inmigración, la paralización de las negociaciones para la adhesión turca a la UE, un FBI europeo contra el terrorismo y la delincuencia o recortes en el número de funcionarios públicos.

En un intento por ampliar horizontes, la docena de promesas incluye guiños más sociales, como la creación de cinco millones de empleos para los jóvenes, un plan de lucha contra el cáncer, préstamos en condiciones ventajosas para familias jóvenes, medidas para mejorar la calidad de vida de los ancianos que viven solos e impuestos a los gigantes de Internet. Además, se suma a una idea fuerza, la de la lucha contra el cambio climático, apenas explotada por los populares. Y hace un ejercicio de voluntarismo al «prohibir el trabajo infantil a nivel mundial», en realidad un veto a firmar pactos comerciales con países donde los niños sean obligados a trabajar.

En la formación especulan con avances por encima de lo esperado en Alemania, Austria, Francia, Portugal y Croacia. Cuentan con mantenerse en los países nórdicos, y ven el Este como una de sus grandes debilidades. También Italia, eclipsados por Salvini, y Reino Unido, un desierto para los populares desde que los conservadores británicos abandonaran el grupo. «La incertidumbre existe en todos los partidos tradicionales frente a las novedades extremas de izquierdas y derechas, no es patrimonio del PPE», replican fuentes populares.

Comprensión con Casado

El revés de una de sus delegaciones más potentes, la española, será próximamente objeto de estudio. Ante las dudas sobre el liderazgo de Casado, los miembros de la coalición le lanzaron un capote desde Sibiu en forma de comunicado de apoyo. Pero un nuevo tropiezo le dejaría en una posición delicada ante sus socios, a pesar de que en el PP creen que predominan la empatía y la comprensión. «Es un club de gente que ha pasado por lo mismo. Muchos de ellos han sufrido traspiés antes de llegar al liderazgo, y entienden que la herencia de Casado ha sido muy pesada. Pelillos a la mar», afirma uno de sus altos cargos europeos.

En el encuentro de los populares en Sibiu ha habido alivio por que la entrada de Vox en el Congreso haya estado por debajo de las expectativas. Sin embargo, dos almas conviven todavía en su seno: el modelo austriaco de pacto con la extrema derecha se percibe como positivo por haber servido para neutralizar a los ultras, y el primer ministro, el jovencísimo Sebastian Kurz, aparece reforzado en las encuestas. Mil y una veces revivido, Silvio Berlusconi apuesta desde Italia por más acercamiento a partidos como la Liga. Y la salida del populista húngaro Viktor Orbán del grupo genera división. Mientras, en Francia, el líder de Los Republicanos, Laurent Wauquiez ha optado por virar al centro y marcar distancias con Marine Le Pen. Y en Suecia el centro derecha se sumó finalmente al cordón sanitario para dejar fuera del Gobierno a los ultras.

Una de las dudas es hasta qué punto el ideario original de los populares puede resistir al contacto con amistades peligrosas. «Es cierto que el apoyo a la extrema derecha se ha reducido en Austria una vez que se convirtió en parte del gobierno, pero también llevó a la derecha tradicional a adoptar una postura más dura sobre inmigración», afirma Pawel Zerca, analista del think tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

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