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Los exguerrilleros intentan asentarse en la paz

Más de 3.000 antiguos combatientes de las FARC de Colombia viven en zonas ideadas para preparar su reintegración en la sociedad que caducan en agosto

Las lluvias intensas ablandan las arcillosas calles sin pavimentar de Agua Bonita. Por esto, los exguerrilleros de las FARC, que se preparan en este paraje rural para reintegrarse en la sociedad colombiana, se quitan las botas para entrar a la Biblioteca Popular Alfonso Cano como si se tratara de un templo. El módulo que la alberga se alza en medio del poblado que es también una galería de muralismo a cielo abierto. En una de sus paredes un enorme mapa del departamento de Caquetá (al sur del país y donde se ubica Agua Bonita) muestra las vías que la extinta guerrilla de las FARC, hoy desarmada y convertida en un partido político, construyó en la selva cuando campaba a sus anchas en esta región conocida como la puerta de entrada a la Amazonia colombiana.

“Entre 2003 y 2005 la confrontación fue muy dura”, rememora Esteban Páez, un veterano con 20 años en las filas de las otrora Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, mientras señala el mapa. “Cuando estábamos en armas, cada uno iba con un libro y así cargábamos una biblioteca móvil”, explica al destacar que la educación siempre estuvo presente entre los miembros de aquella guerrilla de origen campesino.

En la biblioteca de Agua Bonita, junto a títulos como El principito y Ensayo sobre la ceguera, se apilan los estatutos tanto de la insurgencia como del nuevo partido surgido de los acuerdos de paz sellados a finales de 2016 con el Gobierno de Juan Manuel Santos. Incluso editaron un libro propio, Una guerrilla por dentro, con relatos e ilustraciones de varios excombatientes. Los estantes han dado paso a una sala con 27 ordenadores con conexión a Internet, una muestra de la transformación que ha representado el pacto para los casi 300 habitantes de esta comunidad, entre ellos medio centenar de niños.

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Agua Bonita es una de las zonas en las que los excombatientes se concentraron para dejar los fusiles, que después dieron paso a lo que en la jerga gubernamental se conoce como un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR). En total son 24 a lo largo y ancho del país, que aún albergan a 3.296 de los 13.000 exguerrilleros en proceso de reintegración. Aunque no están confinados en estas zonas, muchos quieren quedarse. En varias viviendas se apilan los ladrillos para reemplazar los endebles materiales con los que se construyó en un primer momento.

Más de dos años y medio después de la firma de la paz, la implementación atraviesa un momento crítico. La violencia persiste en varias regiones. En algunas, grupos armados ocuparon el vacío dejado por los rebeldes, mientras en otras acechan los disidentes. Sin ir muy lejos, la Defensoría del Pueblo denunció el mes pasado que el cartel mexicano de Sinaloa tiene presencia en Caquetá. Se desconoce el paradero de algunos excomandantes guerrilleros, y el incesante asesinato tanto de líderes sociales como de exguerrilleros acaba de enturbiar el ambiente.

A pesar de los obstáculos, la reintegración en Agua Bonita marcha a toda máquina. En muchos sentidos, este ETCR es el alumno aventajado de la clase. Y el primero en resolver el espinoso problema de la tierra: la comunidad se organizó para ahorrar y comprar la propiedad de 165 hectáreas donde llevan a cabo sus proyectos productivos.

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Su ejemplo cobra vigencia en momentos en que la figura jurídica que da vida a los ETCR está a punto de expirar el próximo 15 de agosto. El Gobierno del presidente Iván Duque, un férreo crítico de la negociación, ha planteado mantener 13 y trasladar 11 a terrenos en mejores condiciones. “Va a ser una prueba de fuego donde el Gobierno va a demostrar su voluntad de construir paz o va a generar un éxodo, un desplazamiento masivo y una crisis humanitaria con los firmantes del acuerdo”, valora Federico Ríos, uno de los líderes de Agua Bonita.

El ejemplo de Agua Bonita

Otros espacios están más decididamente volcados a proyectos turísticos, como Miravalle, donde campesinos y exguerrilleros se certificaron como guías de rafting, o Pondores, donde recrean los campamentos de los tiempos en armas. Pero el experimento cooperativista de Agua Bonita despierta interés y un flujo permanente de visitantes, cerca de 300 personas todos los meses, que incluyen todo tipo de estudiosos y formadores. También universidades que desean acompañar la construcción de la paz, desde la Nacional, la gran institución pública del país, hasta La Sábana, privada y de corte conservador.

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En este colorido pueblo, decorado por incontables grafitis, muchos inspirados por la exuberante fauna de este rincón de Colombia, abundan los perros y los gallos que cantan a todas horas. Hay una cancha de fútbol —en arena, no en césped—, un espacio [TABERNA]con juegos populares como el billar o la rana y una casa de la cultura. También negocios como un colmado, una panadería, una suerte de supermercado y una ebanistería que le ha vendido camas a los militares que los protegen. Otros proyectos incluyen piscifactorías y cultivos de frutas. Las 175.000 piñas de la variedad oro miel que ya cosechan son uno de los productos estrella, de la mano de una sofisticada planta despulpadora recién inaugurada.

Como ha ocurrido con muchos hitos del proceso de paz, el empujón de la comunidad internacional ha sido decisivo. Tanto la biblioteca como la despulpadora fueron financiadas por el Fondo Europeo para la Paz, de 125 millones de euros, que invitó a EL PAÍS a visitar los proyectos. “No es solo Agua Bonita, hay algunos más que funcionan y hay otros que no. Depende mucho del liderazgo del ETCR y de que la gente se lo crea, y aquí se lo han creído desde el principio”, señala el español Francisco García, jefe de cooperación de la Unión Europea en el país. “Desde fuera de Colombia, esto lo vemos como una luz de esperanza en un mundo de conflictos”, apunta.

“Adoptamos tres formas organizativas que han sido la clave del éxito”, detalla Montes. Una de carácter económico, que es la cooperativa que lidera las iniciativas productivas; otra social, mediante la junta de acción comunal que regula cómo se relacionan internamente y con otras comunidades del entorno; y una política, que es el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC). “Lo que estamos haciendo aquí es una pequeña muestra, un piloto, de la visión de país que tenemos”, apuntilla. “No es solamente resolver las necesidades económicas, también nos estamos planteando un modelo de educación, una visión ambiental, una política y una cultural, y todo eso está anclado”. Ahora sus esfuerzos se concentran en ser reconocidos como un centro poblado cuando acabe la figura de los ETCR. “¿Qué hemos querido hacer nosotros? Un ejercicio de dignidad”, resume Montes, vestido de sombrero y camiseta con el logo de la rosa del partido FARC. “Demostrarle a todos los enemigos del proceso, y también a los amigos, que aquí hay una comunidad dispuesta a jugársela por construir la paz”.

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