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Joven, licenciado, con máster y varios idiomas busca… ser voluntario

Tasas de paro juvenil europeo aplastantes, especialmente en el sur, han empujado a muchos ciudadanos muy formados a agarrarse a los voluntariados de la UE para seguir desarrollándose en la vida

Todo empezó hace tres años en Gandía. Allí también comienzan las buenas historias. Alexandros Ioannou Peletie, chipriota, tenía entonces 26 años. Había estudiado Administración de Empresas –Business, que lo llaman-. Completó sus estudios en Escocia. Pero Alexandros quería algo más. El trabajo no abundaba así que surgió la idea: ser voluntario en el levante español. El cómo: con una plaza en el Servicio de Voluntariado Europeo (EVS, en sus siglas en inglés). El alojamiento, viaje y facturas estarían pagadas durante un año. Para sobrevivir, por los pelos, algo más de 200 euros mensuales. Alexandros tenía que viajar por los pueblos promoviendo el EVS o el popular programa Erasmus, ambos con el sello de la Unión Europea. “La idea era esa”, dice desde un viejo mercado de Nicosia reconvertido en centro social, “pero ni atraía a la gente, ni las comunicaciones eran buenas y ni yo hablaba español”. Plan b: recoger basura y transformarla. Osea, economía circular, algo que a él no le sonaba todavía mucho. Tres años después, Alexandros vive de enseñar y trabajar esa economía circular en un taller del viejo mercado de la capital de Chipre. Un periplo personal que no hubiera sido posible sin la aventura que empezó en Gandía

Para hacer lo que Alexandros hizo, acceder al EVS, hoy rebautizado como Cuerpos Europeos de Solidaridad (con un presupuesto de 375 millones de euros para 2018-2020), hace falta tener entre 18 y 30 años, ser residente en la UE –o en vecinos como Islandia, Marruecos, Liechtenstein, Rusia…-, no tener planes para un periodo de máximo 12 meses, elegir proyecto (cultura, medio ambiente, salud, inmigración…) y esperar la llamada. Así empieza una suerte de Erasmus laboral, una alternativa de vida para miles de jóvenes europeos maltratados por una crisis que especialmente en el sur ha llevado la tasa de desempleo muy por encima del 20%.

Pero, ¿qué tenía que ver aquel EVS de Alexandros con recoger basura? “Ser voluntario”, explica este joven chipriota, “fue como un buf [lanza el brazo por detrás de su espalda], di un paso hacia atrás, fue un cambio de mi zona de confort, en un país nuevo, con un idioma nuevo…Y eso reactiva tu cerebro. Las grandes cosas aparecen más claras”. Y entre esas cosas, le golpeó fuerte la cantidad de desechos que acababan a diario en la basura o en donde no debían. “Me sentía devastado”, dice. Convenció a una organización para que le diera un espacio donde acumular algunos de estos desperdicios y darles un nuevo uso. Siguió con sus rutas pueblo a pueblo, explicando a los jóvenes aquello del Erasmus, el EVS, pero ahora también lo que hacía en su nuevo proyecto. Lo llamó Tesura, una mezcla entre tesoro y basura. Funcionó y se lo llevó a su tierra.

A cinco minutos a pie de este viejo mercado, junto a uno de los puntos fronterizos más llamativos del viejo corazón de Nicosia –ciudad partida en dos, como el resto del país, desde la invasión turca de 1974- trabaja el italiano Federico Ribechi, de 29 años. Tiene la cara descompuesta. Resopla. La situación es algo esperpéntica: por un lado debe averiguar por qué una ciudadana rusa, aparentemente turista, ha llegado al centro donde él trabaja queriendo ser solicitante de asilo. Por otro, tiene que atender a una familia de origen árabe, con una pequeña bien revoltosa, que anda informándose sobre sus papeles. Agobio, sí, pero con gusto. “Cuando llegué a Cáritas”, recuerda Federico en un receso, “pensé que solo era un tipo europeo que ayudaba a refugiados de África y Oriente Próximo, pero entonces me di cuenta de que tenía cierta capacidad para tratar con gente en un contexto terrible, que viene de la guerra, del tráfico de personas, de sufrir violencia sexual, de lo peor”. Es decir, que eso de ser entretenido, abierto, de saber “dar la mano y hacer bromas” le podía servir. Nunca lo había pensado.

Federico llegó a Nicosia para hacer un voluntariado europeo. Su currículum: licenciado en Ciencias Políticas, máster en Relaciones Internacionales y con experiencia en bares y restaurantes de su Roma natal. “Nunca me había sentido satisfecho en el trabajo”, prosigue con su historia, “mis estudios estaban bien pero quería sentirme satisfecho”. Esa necesidad le hizo agarrarse con dientes a un voluntariado en YEU Chipre, siglas en inglés de la organización Jóvenes para el Intercambio y el Entendimiento. La cosa fue bien hasta que pasó a muy bien cuando se descubrió feliz colaborando con Cáritas. El idilio era mutuo y los responsables de esta ONG acabaron contratándole.

Alexandros, Federico… Hay más nombres de voluntarios que un día se liaron la manta y la llevaron a Chipre. Todos con estudios superiores, muchos reclutados por YEU: Óscar Fernández, español de 25 años (Historia); Miranda Zavrou, chipriota de 28 años (Contabilidad); Adina Nutu, rumana de 29 años (Historia), Chloe Burlit, martiniquesa de 26 años (Marketing); Gabriele Occhiodoro, italiano de 30 años (Teatro). Consultados sobre el conflicto que puede llegar a suponer realizar un voluntariado por encima de los 25 años, coinciden: mejor voluntarios de lo que les gusta a empleados remunerados de lo que no. Mejor seguir creciendo a bajo coste que detenerse en un tajo cualquiera.

En un café cerca del control de seguridad que da acceso al norte ocupado por Turquía aguarda Andreas Charalambous, chipriota de 28 años. Es periodista, entre otras muchas cosas y también sabe de voluntariados. “La gente los percibe como trabajar para alguien que no te paga”, dice, “y si me preguntas a mí, también rechazaría ser voluntario si supiera que estoy beneficiando a alguien financieramente”. Andreas hizo un EVS en Italia en 2017. Fue más corto de lo habitual. Pasó tres meses metido de lleno en la producción audiovisual de un festival de música itinerante. Le dijeron que quizá dormiría en el suelo 15 días, pero los demás en un cama. “Fue un poco frustrante porque fue exactamente al revés”.

Ahora, a agua pasada, se ríe. Le sirvió para adaptarse, para organizarse mejor, trabajar en equipo. Era un mundo lleno de creatividad, pero también de plazos y tareas que cumplir en poco tiempo. Aprendió todo eso con gente de Taiwán, Uruguay, Italia, Rusia… Fue voluntario entonces y lo sigue siendo ahora de otras cosas. “La experiencia de contribuir a la sociedad es una de las mejores cosas que he sentido. Se podría decir que soy un adicto a eso. No hay mejor forma de pago que cuando ves el cambio a través de tus acciones”. Una forma de vida que combina con trabajos remunerados. Lo último: ha montado un arcade pub (local recreativo al estilo de los noventa y ochenta) y participa en una candidatura a las elecciones al Ayuntamiento de Nicosia que se celebrarán en 2021.

https://www.facebook.com/tesuracyprus/

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