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‘Su último deseo’: el problema de adaptar a Joan Didion

Anne Hathaway y Ben Affleck protagonizan la película estrenada en Netflix, una versión del libro tan esperada como criticada

A Hollywood casi siempre le ha gustado Joan Didion, aunque casi nunca ha sabido qué hacer con su obra. A Joan Didion, por otro lado, nunca le ha gustado la industria de Hollywood. Así, Su último deseo, presentada en el último festival de Sundance y ya disponible en Netflix, es solo la segunda adaptación de una de las novelas de esta escritora y reportera, acaso la única de su estirpe que, sin necesidad de adaptarse a nada, fue igual de relevante cuando Charles Manson era una figura para algunos que cuando Harvey Weinstein empezó a ser un villano para todos. Dirigida por Dee Rees (Mudbound, Pariah), la cinta está basada en el libro del mismo título editado a mediados de los noventa por esta autora nacida en Sacramento en 1934. Escrito por la propia Rees junto a Mario Villalobos y protagonizada por Anne Hathaway en el papel de una periodista que en algún momento puede recordar incluso al Orlando de Virginia Woolf, Ben Affleck —un diplomático intachable— y William Dafoe —un padre facineroso e incómodo—, la cinta ha sido tildada de desastre de dimensiones épicas por la crítica especializada.

En la obra original, Elena McMahon, el personaje de Hathaway, se ve obligada a dejar de investigar la administración Reagan y su rol en la financiación de la Contra nicaragüense y es enviada por el Washington Post (en la película el nombre del rotativo para el que trabaja es ficticio) a cubrir la campaña de reelección del Presidente. Esto es raro, pero Didion logra que resulte interesante y funcione. En cambio, Rees decide hacer que Elena se embarque en un extraño tour por Centroamérica en una mezcla de canción de Warren Zevon y a escenas descartadas de la serie Narcos. Ahí, se verá involucrada en el negocio de venta de armas de su padre y la gestión del escándalo de la Contra, cuyo fuego trata de apagar el diplomático interpretado por Ben Affleck (no se veía con tantas de ganas de irse a casa desde la promoción de Batman vs Superman).

Hasta aquí podría parecer que lo que ha acometido la cineasta es una simple licencia argumental para tratar de encajar las partes más disonantes —las cuales no encaja ni una voz en off— de la obra de Didion, que juega con el tiempo, el espacio, los sentimientos y las realidades personales, profesionales y políticas. Pero, al final, la directora ha logrado acabar en el centro de cientos y cientos de críticas unánimes en tildar la película de embrollo descomunal, falto de coherencia y difícilmente explicable, no solo para el lector, sino también para los actores, cuya cara de pasmo preside la mayor arte de la cinta. No por exigencias del guion: a causa del guion.

Es posible rastrear el germen del fracaso en la propia Didion. Se ha hablado mucho desde el estreno de Su último deseo de cómo todos sus errores son justificables desde lo complicado que resulta adaptar a esta autora. Pero, claro, solo justificamos una película mala porque la obra original es irreproducible cuando la cinta es abiertamente mala. David Cronenberg salió más que airoso de su versión de El almuerzo desnudo de William S. Burroughs e incluso Alan Rudolph solventó la papeleta de llevar al cine El desayuno de los campeones de Kurt Vonnegut. En el caso de Rees, la sensación que da la adaptación de Joan Didion es la de tener más interés en aparecer en las búsquedas de Google cuando se teclea el nombre de la autora de El año del pensamiento mágico que en realmente aportar algo. Desde la edición de este libro en 2005 —luego llegaría una exitosa obra de teatro con David Hare, Vanessa Redgrave y la propia autor—- y del estreno de El centro cederá en 2017, documental alrededor de su vida dirigido por Griffin Dunne, actor y sobrino de Didion, la figura de la veterana escritora se ha convertido en uno de los más certeros e irreprochables consensos culturales de este siglo. Pero Didion es material inflamable cuando se trata de llevarla al cine. Y es curioso, porque la escritora adora la farándula y gusta de pavonearse de tener amigos célebres en Hollywood. Harrison Ford fue su carpintero.

La otra ocasión en que se llevó al cine un libro suyo fue en 1972. El guion de Play it as it lays (Según venga el juego) fue escrito por la autora junto a su marido, John Gregory Dunne. Formaban una pareja de aquellas que se acaba las frases y cuando suena el teléfono lo coge a la vez en distintas habitaciones. Rees queda muy lejos de entender a Didion como lo hacía Dunne, hasta el punto de que lo único valioso de esta película tal vez sea el tráiler: dos minutos que prometen un cruce entre El informe pelícano y Bajo el volcán. Es mejor verlo después de visionar la cinta, así no se enfada uno por haber sido engañado, sino que, simplemente, se entristece por lo que pudo haber sido y no fue.

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