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¿Influye la política en los votos de Eurovisión?

Hay unos patrones, a los que con el televoto se añade el factor diáspora

Los grandes estudios demoscópicos todavía no han llegado al festival de Eurovisión. Así que eurofans y comentaristas no apartan la vista del avance de sus países en las casas de apuestas, que a medida que los países cierran sus candidaturas son fórmula para medir las posibilidades de cada país. Tras las dos semifinales, hay al menos cuatro países pugnando por ese primer puesto: Holanda, que no logra una buena posición desde 2014; Australia, que el año pasado acabó en una mediocre vigésima posición, y Suiza, que se clasifica por terca vez en diez años y no se alza con la victoria desde que Céline Dion se impusiera en 1988. Y, por supuesto, Suecia, esa máquina capaz de imponer cánones festivaleros.

Las apuestas se asemejan a las encuestas en que pueden errar. Pero si no lo hacen, Holanda, Australia y Suiza no parecen estar entre los más beneficiados por los criterios políticos o geoestratégicos que cuando acabe el festival más de uno (los que no ganen) argumentarán. Es cierto, José Luis Uribarri era capaz de saber a quién iban los doce puntos de Chipre o Irlanda. También adelantaba siempre los twelve points de Portugal sir Terry Wogan, que después de 35 años de comentarista del festival para la BBC decidió despedir su trayectoria denunciando la conformación de bloques con un amargo lamento: «Me temo que nadie quiere a Reino Unido».

¿Votan los europeos guiándose por criterios políticos? Hay quien cree que es así, e incluso las quejas de muchos países (en especial los big five) han hecho más transparente el sistema. Pero hay una amplia literatura académica académica que lo analiza, desde tesis doctorales a papers elaborados en universidades de prestigio, y todos llegan a la misma conclusión: salvo un par de excepciones, no hay ninguna prueba de que eso sea así.

El estudio más célebre es de Gad Yair, del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Ya en 1995, apuntó la existencia de al menos tres bloques cuyos países se votaban especialmente entre sí: el mediterráneo, el nórdico el de Europa del Este. Otro paper de Victor Ginsburghy Abdul Noury ponen como ejemplo la victoria de Ruslana en 2004 por Ucrania. En conjunto de los participantes le dieron una media de 8 puntos, pero sus vecinos se prodigaron ortándole casi sin excepción los douze points. En su estudio, los autores ven un especial intercambio de votos entre Grecia y Chipre, Dinamarca y Suecia, Irlanda y Reino Unido y Holanda y Bélgica.

Es decir, los estudios concluyen que sí hay unos patrones, a los que con el televoto se añade el factor diáspora. Cuando participaba Turquía, esta recibía multitud de votos de Alemania, Francia, Holanda, Austria o Bélgica. Es decir, allí donde habían ido a vivir sus ciudadanos.

Pero para ningún académico eso constituyen factores políticos, sino históricos lingüísticos o de proximidad cultural o bien migratorios. Para que existiera ese sesgo político debería haber una discriminación o prejuicios constantes. Y no se han dado, con una excepción: Azerbaiyán y Armenia no se votan entre ellos.

Eso no significa que la política no se cuele en el festival. Allí han aflorado las tensiones entre Rusia y Ucrania, pero también es el lugar donde se ha reivindicado el movimiento LGTBI ante la el de Europa del Este. Pero Austria, en 2014, y Portugal, en 2017, han demostrado que para ganar no es necesario vivir en un gran bloque de vecinos.

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