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Eurovisión ofrece al mundo la cara amable de Israel

El festival culmina hoy en Tel Aviv en un ambiente hedonista ajeno a los conflictos del Estado judío

El tiqui-taca de las pelotas de tenis de playa es la banda sonora de Tel Aviv: la cara más amable de un país nacido hace 71 años con una guerra y aquejado de cíclicos conflictos. El escenario entre californiano y oriental de la metrópoli costera israelí, una riviera que rinde culto al hedonismo, acoge esta noche la final de Eurovisión. El derroche de medios técnicos con ecos de charanga intentará ofrecer la mejor imagen del Estado judío ante una audiencia estimada en cerca de 200 millones de telespectadores en medio centenar de países.

Las baterías del escudo antimisiles Cúpula de Hierro llevan desplegadas en el área de Tel Aviv desde comienzos de mes, cuando más de 700 proyectiles fueron disparados hacia Israel desde la franja de Gaza. La escalada bélica entre el Ejército hebreo y las milicias palestinas, la más grave desde la devastadora guerra de 2014, se saldó con un rápido alto el fuego negociado por Egipto. Tras la reapertura de los pasos fronterizas y la llegada de fondos de ayuda de Qatar a Gaza, las marchas de protesta que se han sucedido cada viernes desde hace más de un año en la frontera del enclave quedaron suspendidas ayer, en un gesto inequívoco de calma en la víspera de la gran final.

Ningún cantante, ninguna de las 42 cadenas de televisión invitadas, ha cancelado su participación. Las acciones emprendidas por el movimiento propalestino de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), que persigue imponer al Estado judío el mismo aislamiento internacional al que fue sometido el régimen sudafricano del apartheid, apenas han tenido repercusión. Varios centenares de manifestantes pacifistas desfilaron el martes junto la sede del festival, en el recinto ferial y de exposiciones de Tel Aviv, y un puñado de eurofans acudieron el jueves a visitar la dividida ciudad de Hebrón, en territorio palestino ocupado.

Al menos por una noche, los ciudadanos de Israel esperan poder sentir que son el centro de atención de una celebración global. Ansían tener la fiesta en paz, también por una vez, y que los únicos cohetes que sobrevuelen el cielo de Tel Aviv sean los de los fuegos artificiales de la traca final de Eurovisión. Muchos se han congregado durante dos noches en las terrazas de los cafés para seguir en pantallas gigantes las peripecias de las semifinales del concurso musical, como si se tratara del Mundial de fútbol.

No todos ven con buenos ojos en el Estado hebreo el festival de Eurovisión. El gran rabino askenazi (judíos de rito centroeuropeo), David Lau, ha condenado la “profanación” del carácter sagrado el sabbat que ha acarreado el certamen. El ensayo general de la final, en la que participan 26 países, irrumpió ayer en la jornada sagrada de descanso. Están vetadas desde el atardecer del viernes un sinfín de actividades, como el uso de material eléctrico o el transporte público. Lau ha pedido que se prolongue hoy el final del sabbat como expiación por el pecado eurovisivo.

Tras la victoria de Netta en la edición de Lisboa con la canción Toy, el primer ministro Benjamín Netanyahu prometió hace un año organizar el festival en Jerusalén. Pretendía sacar partido político de Eurovisión y reivindicar su carácter de capital del Estado, pese a que a día de hoy tan solo Estados Unidos y Guatemala lo reconocen. La designación de Tel Aviv como sede facilitó la decisión final de Eurovisión. En la cosmopolita ciudad costera apenas el 17% de sus habitantes observan el precepto judío del sabbat, un porcentaje que se eleva hasta el 66% en la conservadora Jerusalén.

El presidente del comité directivo de Eurovisión, Frank-Dieter Freiling, recordó entonces que Israel debía comprometerse a respetar “los valores de diversidad e inclusividad del concurso”. Tel Aviv, célebre por su multitudinario desfile del orgullo LGTBIQ, es la meca gay del Mediterráneo oriental. A pesar de tener reconocidos derechos en la Administración, el Ejército y la Seguridad Social, las parejas homosexuales israelíes no pueden contraer matrimonio, salvo que se celebre en el extranjero. El Estado, por lo demás, concede a los rabinos el monopolio de todas las bodas.

Gastos extraordinarios

El canal estatal de televisión KAN ha presupuestado 25 millones de euros para la organización del certamen, aunque la prensa hebrea eleva a más de 40 millones el gasto originado por Eurovisión a Israel. Estas partidas no incluyen las aportaciones del Ayuntamiento de Tel Aviv, que se ha volcado con el festival a fin de consolidarse como destino de escapadas turísticas para viajeros europeos.

Tampoco se ha sumado el coste del paraguas de protección desplegado por el Ejército más poderoso de Oriente Próximo. Como es habitual en Israel, mecenas privados se han hecho cargo de desembolsos extraordinarios. El magnate de origen canadiense Sylvan Adams correrá con el caché de 1,25 millones de dólares de la actuación de Madonna, que pondrá la guinda a la final de Eurovisión.

A fin de cuentas, ni la amenaza de los misiles ni las advertencias de los ultrarreligisosos parecen haber pesado tanto en la limitada afluencia de eurofans extranjeros —por debajo de los 10.000 visitantes—, como los altos precios que imperan en Tel Aviv, situada según una escala elaborada por The Economist entre las diez ciudades más caras del mundo.

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