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‘The Terror: Infamy’, un fantasma tras las alambradas

La nueva entrega de la serie destapa el gran drama de los campos para japoneses en EEUU tras Pearl Harbour y añade una trama sobrenatural

Hace un día radiante en el campo de concentración de Colinas de Oro, donde las autoridades estradounidenses, presas de la histeria colectiva que sacude a la nación tras el devastador ataque a Pearl Harbour, han encerrado a parte de la comunidad de origen japonés que reside en el país, considerada una peligrosa quinta columna. Tras las alambradas, reforzadas con torres de vigilancia, los internados, familias enteras, han tratado de continuar sus vidas. Se ve ropa tendida, incluida alguna prenda tradicional, entre los barracones, que muestran nombres japoneses en las puertas (algún gracioso ha escrito en una el de Murakami).

Estamos en uno de los decorados, el más impresionante, de la serie The Terror: Infamy, la nueva entrega de 10 episodios, aunque totalmente independiente, que sigue a la exitosa The Terror (y en la que vuelve a figurar en la producción Ridley Scott). Si la primera narraba un hecho histórico, la desgraciada expedición Franklin de 1845 que trató de hallar el paso del noroeste y desapareció en los hielos árticos, introduciendo un elemento fantástico que era una legendaria criatura feroz, el tuunbaq, que se cebaba en los tripulantes, esta segunda aborda, con parecido virtuosismo en la puesta en escena, otro tema de la historia, el bastante poco conocido del injusto internamiento en campos de la población estadounidense de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial, añadiendo también un ser sobrenatural, en este caso un fantasma de la tradición folclórica nipona, un yurei o bakemono, “una cosa que cambia” (que cambia a espantoso, claro).

El paseo por el campo, recreado con tanto realismo que uno inconscientemente silba el tema de La gran evasión y busca de reojo por dónde fugarse, lleva hasta el cementerio. Es difícil no sentir un estremecimiento porque aquí transcurre alguna escena de aúpa y casi te parece que la tierra se remueve en alguna tumba…

El Colinas de Oro War Relocation Camp nunca existió, pero ha sido modelado a imagen del Manzanar Camp de California (hoy Sitio Histórico Nacional), uno de la decena de campos en los sitios más desolados de EE UU donde fueron miserablemente confinados hasta 1945 los más de 112.000 estadounidenses de origen japonés que sufrieron esa ignominia (no reparada hasta la presidencia de Reagan). Se les tachó de “enemy aliens”, extranjeros enemigos en el territorio nacional, aunque la inmensa mayoría eran patriotas orgullosos de su país, EE UU, y preferían con mucho a Babe Ruth que a Tojo.

En realidad, por esos avatares de la ficción televisiva, tampoco estamos en California, sino a las afueras de Vancouver, el lugar de rodaje de la serie, que se estrena el lunes en nuestras pantallas (AMC, 22.10 h). The Terror: Infamy sigue la peripecia de un joven estadounidense de origen japonés (nisei), Chester Nakayama, y su familia y amigos, que sufren el clima de odio provocado por el ataque a Pearl Harbour y son internados tras sacarlos con malas maneras de sus hogares de la comunidad pesquera californiana de Terminal Island. Con Chester y los suyos se marcha al campo un espíritu maligno y vengativo encarnado en una misteriosa mujer, Yuko Tanabe. Si estar encerrado en un campo es malo, estarlo con un bakemono cabreado es ya una verdadera faena.

Este enviado especial al campo japonés con fantasma pudo arrancarle unas declaraciones al mismísimo espectro. En un descanso del rodaje, Kiki Sukezane, la actriz que interpreta a Yuko Tanabe (Kioto, 1989), muy despeinada, explicó que para ella, que creció en Japón, la historia de la serie no resulta extraña. “Creemos en seres sobrenaturales: el sintoismo, nuestra religión, se basa en la veneración de los espíritus de la naturaleza”. Para Sukezane, las referencias al mundo espiritual japonés relacionan esta segunda serie con la primera, en la que se aludía a las creencias de los esquimales, los inuitl. Destaca que en la serie hay muchos efectos especiales, sobre todo en relación con su personaje, al que vemos sufrir alteraciones de la piel y mutaciones espeluznantes, lo que significa, deploró, largas sesiones de maquillaje y prótesis.

Derek Mio encarna a Chester, el joven y rebelde fotógrafo japonés-estadounidense de tercera generación que se enfrenta a las ideas tradicionales de sus mayores y cree que tiene grandes problemas hasta que llega Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 (“el día de la infamia”). Californiano de 37 años y él mismo descendiente de japoneses en cuarta generación, Mio explicó que se siente aludido personalmente por la serie y que en su familia, que fue internada en Manzanar, no se hablaba de esa época sombría. “Era algo muy vergonzoso, mi familia dejó de hablar japonés, que era el idioma del enemigo, y yo ya no lo aprendí. Es un capítulo muy complicado y trágico de nuestra historia. Mi abuelo vino a ver el rodaje y me dijo que la realidad había sido incluso mucho peor, que era terrible que cuestionaran tu lealtad y se te considerara un espía”. El actor recalcó que la serie “trata de entretener y educar al mismo tiempo, desvelando una historia que hasta muchos de los propios estadounidenses desconocemos”.

Una interesante opinión sobre la serie es la de otra de las intérpretes, Cristina Rodlo, que interpreta a la novia del protagonista, la enfermera estadounidense de origen mexicano Luz Ojeda. Rodlo es ella misma mexicana y ve similitudes entre la injusta forma en que se trató a los estadounidenses japoneses (de lo que no tenía ni idea antes de la serie) y cómo se trata hoy a algunos emigrantes latinos. Le parece también que culturalmente hay similitudes entre el carácter supersticioso de los japoneses y el de los mexicanos.

Uno de los puntazos de la serie es la aparición en la misma del veterano actor George Takei, el celebérrimo Sulu piloto de la Enterprise en la serie original de Star Trek, que interpreta al octogenario abuelo de Chester, Yamato-San, un personaje fundamental de la comunidad. Takei (Los Ángeles, 1936) fue internado de niño con sus padres (en el campo de Rohwer , Arkansas, primero y luego en el de Tule Lake, California), siguiendo la infame Orden Ejecutiva 9066 firmada por Roosvelt y es un activo defensor de que se recupere la memoria histórica de ese episodio. Verlo aparecer de carne y hueso te hace sentir teletransportado (y valga la palabra) a momentos estelares de la televisión y de la historia. “Esta serie tiene para mí un significado muy especial, pues pone sobre aviso a la gente de un capítulo muy oscuro de la historia de EE UU, con ecos actuales en las comunidades de emigrantes. Siempre me ha chocado mucho que personas que se consideran muy informadas no sepan que esto sucedió”.

Takei explica que para él personalmente el internamiento fue “como unas vacaciones en Arkansas; los niños son muy adaptables, en mi memoria lo recuerdo como una aventura, pero esa decisión de Roosvelt, por lo demás un gran presidente, fue un gran error y resultó devastadora para nosotros. Era insultante que se creyera que nuestra lealtad era hacia el emperador del Japón. Mi padre fue el que más sufrió; se presentó voluntario para la guerra y fue rechazado. Algunos se suicidaron al padecer la sospecha y el desdén. Al volver, tras la guerra, lo habíamos perdido todo, y la hostilidad persistía. Recuerdo haberle dicho a mi madre, ‘mamá, volvamos a casa’: casa era el campo”.

Para Takei, la mezcla de los hechos históricos y el relato de fantasmas, funciona bien y responde a la tradición japonesa de ese tipo de cuentos. “Se mezclan los dos horrores”, subraya, “y la ficción intensifica para el público la experiencia terrible de los campos”.

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