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El síndrome de ‘Misery’: el día que los fans secuestraron ‘Juego de tronos’

Fue una vez una serie que, desde el género, desafió las convenciones en una narración muy arriesgada. Pero hubo un momento en que el éxito la rompió

Un escritor sufre un accidente en una carretera secundaria y es auxiliado por una enfermera que resulta ser su fan number one. Lo lleva a su casa y aprovecha la convalecencia para secuestrarle y obligarle a que escriba una novela más de una serie que el autor había dado por terminada, al matar a su protagonista. Esto es Misery, el libro donde Stephen King sublimó el terror que, como estrella literaria, le inspiraba su propio público. Pero el argumento explica también qué ha pasado con Juego de tronos: los fans han secuestrado a sus creadores y les han obligado a hacer la serie a su gusto. A diferencia de Annie Wilkes, la enfermera inventada por King, los fans de Juego de tronos han logrado su objetivo.

Morir devorado por el público es una pesadilla recurrente de muchos creadores de éxito. Bob Dylan lleva décadas espantándola, haciendo lo contrario de lo que sus fans esperan, pero no todo el mundo tiene su autoconciencia de genio ni su firmeza antipática. Lo normal es dejarse vencer por los coros que piden un bis o que toques otra vez esa canción que ya no significa nada de tanto tocarla. A todos nos gusta complacer, y los artistas son ligones por naturaleza, pero, cuando se escribe para molar, el arte pierde todo lo que lo hace arte.

Juego de tronos fue una vez una serie que, desde el género, desafió las convenciones en una narración muy arriesgada de la que el propio Alfred Hitchcock (maestro en romper los códigos y defraudar las expectativas del espectador, haciéndole creer que contaba una historia cuando estaba contando otra muy distinta) se habría sentido orgulloso. Pero hubo un momento en que el éxito la rompió. Hace varias temporadas que no se escribe un arco argumental ni se planifica una secuencia sin tener en cuenta qué pensarán los fans. De ahí que apareciera el amor romántico, por ejemplo, que solo se trataba desde el cinismo y la perversión en las primeras temporadas, o que ya no mueran los personajes favoritos del público (o que resuciten en la temporada siguiente, si el estudio de mercado dice que su muerte disgustó demasiado a los tuiteros más gritones).

El resultado es un producto al gusto del consumidor, despojado de la menor vocación autoral, cuyo propósito casi único es satisfacer las demandas de los fans más fans, que suelen ser los más conservadores y los que tienen un sentido más patrimonialista de la serie: creen que es más suya que de los creadores. Y no digo que esto sea malo del todo. A la vista está que los seguidores gozan mucho y que las críticas proceden de quienes no somos entusiastas. Pero, como simple espectador, me apena ver secuestrada la creatividad de gente que demostró que sabía narrar grandes historias, reducidas ahora a poco más que un culebrón con muchos caballos y espadas.

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