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Una mirada de 1839 para entender la Rusia de hoy

El marqués de Custine marcó la imagen del país en Europa con un libro clásico de viajes que ahora se rescata en español

Rusia en 1839 es un influyente clásico de la literatura de viajes del marqués Astolf de Custine (1790-1857). Publicado por primera vez en Francia en 1843, fue un polémico bestseller de la época, cuya impronta perdura aún en la imagen de Rusia acuñada en Occidente, que ahora rescata en parte Acantilado bajo el título de Cartas de Rusia. 

Menos de tres meses pasó el aristócrata en territorio ruso, desde principios de julio a fines de septiembre de 1839. Al viaje le animó el escritor Honoré de Balzac después de leer el libro que el marqués publicó tras recorrer la España de Fernando VII. Las cartas desde Rusia de Custine se basan en un recorrido de corta distancia por ese inmenso país y en un conocimiento limitado del Imperio y de su vida cultural de entonces. El mismo autor admitió que en el tiempo dedicado al viaje no pudo ver bien las cosas.»Es cierto: no las he visto bien, pero las he intuido bien”, afirmaba en defensa de sus implacables puntos de vista.

La Rusia que Custine dibuja es un mundo asiático con pretensiones y falsas apariencias europeas, que ocultan su verdadera naturaleza desmesurada y brutal; se trata de un escenario de déspotas y esclavos: por una parte, el zar autócrata, con su corte, sus estructuras administrativas, policiales y militares, y por la otra, el pueblo. Y entre estos dos polos, un vínculo religioso, masoquista e irracional. Rusia, a los ojos del viajero, es una cárcel administrada por bárbaros crueles y poblada por súbditos resignados y apáticos dispuestos a dejarse matar antes de desobedecer.

Custine consideraba a los rusos como burdos imitadores de Europa, que recurrían a la astucia y a la mentira como forma de supervivencia frente a unas clases dirigentes que recurrían al exhibicionismo y al derroche como forma de afirmarse y deslumbrar al extranjero. Los rusos, vistos por el autor, forman una sociedad conquistadora y militarista que se vale de la guerra como forma de realización de la misión en el mundo.

El marqués no dejó títere con cabeza en el imperio de Nicolás I, con el cual departió en varias ocasiones durante los festejos a los que fue invitado en San Petersburgo. Sus descripciones de lo visto y vivido se entrelazan con los relatos de sus informantes, cuya identidad protege por miedo a la represión policial. También se mezclan con sus juicios moralizantes, interpretaciones psicológicas y visiones premonitorias del futuro. «O el mundo civilizado volverá a encontrarse, antes de 50 años, bajo el yugo de los bárbaros, o Rusia sufrirá una revolución más terrible aún que aquella de la que el occidente de Europa acusa todavía los efectos», escribe el marqués, que compara a Rusia con una “caldera de agua hirviendo”.

En la Rusia de Custine, donde el pueblo está “encuadrado” y no “civilizado”, triunfan la mentira, la hipocresía, el secreto, los malos tratos “regulados como una tarifa de aduanas” e incluso el espíritu vengativo del zar Nicolás I sobre los sublevados decembristas, los oficiales de espíritu liberal que se atrevieron a pedir una constitución en 1825.

Cartas de Rusia es un mosaico en el que se advierten contradicciones entre los sentimientos de repugnancia predominantes con el placer suscitado en ocasiones por los mismos objetos de su observación. Un ejemplo es San Petersburgo, que el marqués considera una imitación de lo occidental ejecutada a modo un campamento militar y contrapone al orden urbano occidental.

El aristócrata regresa a Francia transformado. «Tras dirigirme a Rusia en busca de argumentos contra el gobierno representativo, regreso siendo partidario de las constituciones», escribe.

Traducida inmediatamente al inglés y al alemán, la obra fue prohibida de inmediato en Rusia, pero circuló en versión francesa y también por medio de traducciones fragmentarias o abreviadas y, por ello, reducidas a panfletos en los que se concentraban los juicios más fustigadores y más escandalosos. Para neutralizar el daño causado por el libro a la imagen de Nicolás I, la administración rusa se planteó incluso contratar a una pluma francesa de renombre para que firmara otra obra para publicar en Francia, pero preparada en San Petersburgo.

La primera publicación completa de la obra de Custine en Rusia data de 1996. En España, El Alcantilado ofrece una selección que abarca entre un tercio y un cuarto del conjunto, formado por 36 cartas dirigidas a un amigo. Custine, a quien la aduana rusa confiscó todos sus libros, las escribía a escondidas de su séquito y las guardaba en su ropa por temor a que cayeran en manos de la policía.

Para un analista de la relación entre Rusia y el resto de Europa, la descripción de lo visto y lo vivido por el viajero es menos importante que el papel desempeñado en Occidente por su libro, como conjunto de claves interpretativas sobre Rusia. Más allá de las radicales conmociones históricas que han afectado a Rusia y al mundo desde 1839, las interpretaciones de Custine siguen siendo aplicadas no solo a la época, sino a otros periodos posteriores como el estalinista e incluso a aspectos de la actualidad.

“El libro de Custine es una de las fuentes para el estudio de nuestra relación con Europa y sería tendencioso no tenerlo en cuenta, pero también lo sería basarnos solo en esta obra que recoge y acuña una importante parte de los mitos occidentales sobre nuestro país, especialmente de carácter rusófobo”, puntualiza el escritor y literato Alexander Arjángelski. “Es un libro del que no se puede prescindir, pero también es un libro que no puede ser tomado como única base para conocer Rusia”, agrega el especialista.

Curiosamente una parte de la “rusofobia” de Custine viene de los propios rusos europeizados, que cuando no se sentían vigilados contaban al extranjero el horror que les producía el régimen del que se evadían y al que no estaban dispuestos a combatir, excepto contados casos como el de los decembristas. El trágico destino de estos sublevados y sus familias hace que el marqués considere a Nicolás I un déspota vengativo.

La Rusia de hoy no es la del siglo XIX y tampoco es la de Custine, pero leer hoy al marqués es un buen ejercicio. Cuando se lee el episodio en el que el marqués, pese a las prohibiciones encubiertas, logra astutamente penetrar en una fortaleza y descubre que hay presos en sus mazmorras, ¿cómo no pensar en las visitas de responsables de derechos humanos en el Consejo de Europa a Chechenia a principios de este siglo cuando todavía había combates en aquella república caucásica?

Y ¿cómo no pensar en los temores propiciados por la anexión de Crimea en 2014 o por las supuestas interferencias en campañas electorales occidentales? Ante párrafos como este: “Rusia ve en Europa una presa que tarde o temprano le será entregada debido a nuestras discordias; fomenta en nosotros la anarquía con la esperanza de aprovecharse de la corrupción que ésta trae consigo y que es favorable a sus objetivos.”

Y ¿acaso no recuerdan los consejos de Custine las opiniones de políticos europeos actuales?

“Si en Occidente se calman las pasiones y se establece la unión entre los Gobiernos y los individuos, el ansia esperanzada de los eslavos conquistadores se convierte en una quimera. De ahí el peligro de dejarlos entrometerse en nuestra política y en las deliberaciones de nuestros vecinos.”

Pero, paradójicamente, Custine ha sido integrado en la cultura rusa actual. El director de cine Alexander Sakúrov lo convirtió en un personaje (el “europeo”) en su singular cinta El Arca Rusa (2002), una película única en su género por constar de una sola toma de 90 minutos, a lo largo de los cuales el marqués europeo recorre las espléndidas salas del museo del Hermitage de San Petersburgo, llenos de tesoros de la cultura rusa y universal.

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