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Una Copa envenenada para el Barcelona

Messi, durante el partido de Champions en Anfield – Copa del Rey

La final ante el Valencia se presenta como una reválida para el equipo de Valverde, con mucho que perder y bastante menos que ganar en el Villamarín

Anfield, además de eliminar al Barcelona, derribó unas cuantas certezas bien arraigadas en el seno de la disciplina azulgrana. Para empezar, que no todo vale cuando competir le gana terreno a jugar, la pauta primordial en una disciplina tan peculiar como la que hoy dirige Valverde. Donde hoy se espera con urgencia sanadora a De Jong, el técnico azulgrana dispuso de Vidal, un centrocampista tan aguerrido como contracultural en el Barça. Su concurso en Liverpool sirvió como epítome de las prioridades de Valverde, apreciadas por la parroquia del Camp Nou cuando se trata de festejar, rechazadas cuando en Roma y ante los discípulos de Klopp vinieron mal dadas.

Podría ser, por tanto, esta final un recurso ideal para cauterizar la herida de la Champions, un estímulo que anime a pensar que Messi no basta, que hay que acompañarlo, en esta ocasión al área del Villamarín, pendiente de sus goles para dirimir un campeón. Pero las circunstancias dibujan un Barcelona hastiado por el compromiso. Basta con mirar a la plantilla. Suárez echó la persiana a la temporada en Anfield y ahora sólo tiene ojos para la Copa América. Se someterá a una artroscopia en su rodilla derecha y verá la final por televisión. A Coutinho se le pintaba en una situación similar, también con el torneo de selecciones al fondo, pero parece que llegará. Dembélé y Ter Stegen no van a llegar, y Arthur, también convocado con Brasil, lo tiene crudo.

La Copa, a todas luces una fiesta del fútbol en el ocaso de la temporada, se planta en Can Barça como un trago peligroso. Nadie se extrañaría si Messi toca a rebato y los azulgrana terminan celebrando un doblete magnífico, por más que el festejo pinte a contenido vistos los delicados ánimos del club de las treinta Copas. Bartomeu y Valverde llevan días repitiendo con obstinación la importancia que tiene el título por el que este viernes viajan a Sevilla.

Nadie parece pararse a pensar en las consecuencias de una victoria del Valencia. Seguramente por indigeribles. Valverde, confirmado ayer (otra vez) por el presidente del Barça, vería su silla peligrar en la medida en que caer supondría la última gota en el vaso de la paciencia del sector de la afición más preocupado por la deriva estilística de su equipo. No digamos si el campeón de Liga se adelanta en el marcador, se achata y terminá concediendo a los de Marcelino la pelota y el espacio necesario para voltear la final.

La importancia de este título para el Barcelona de la 18/19 la verbalizó Piqué después de caer en el Pizjuán en la ida de cuartos de final (2-0): «Si no puede ser, otra vez será». Por suerte para el central, el conjunto de Valverde se aplicó como pocas veces este curso y terminó avasallando al Sevilla (6-1). Antes habían sufrido para apear a la Cultural Leonesa y al Levante, con el lío por la alineación de Chumi de fondo. Y después llegó el Madrid, ventilado en el Bernabéu (0-3).

El reto para el Barcelona es mayúsculo, no tanto por lo que puede ganar sino por lo que podría perder. Un resultado positivo, no digamos si llega acompañado de buen juego, disiparía en parte los fantasmas que se volvieron de Inglaterra con el grupo y recubriría los labios azulgrana de un ungüento dulce con el que amenizar la espera que la ilusión se revitalice el curso que viene. Mejor para Valverde no pensar en la derrota, porque lo siguiente podría ser ir revisando su currículum.

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