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Trump no quiere que se investigue con fetos muertos y es una mala noticia

Alex Azar, actual Secretario de Salud y Servicios Humanos, junto a Donald Trump

El pasado mes de octubre, The New York Times realizaba en este artículo una serie de perfiles sobre seis jóvenes de la comunidad evangélica estadounidense. Su objetivo era contrastar la visión que se tiene generalmente de este colectivo ultraconservador a través de voces más moderadas. Una de las conclusiones extraídas del texto es que las nuevas generaciones están abiertas a negociar diversos aspectos idelógicos con otros sectores de la población, salvo uno muy concreto.

El aborto sigue siendo un asunto controvertido en la vida política de los Estados Unidos. Según datos del Pew Research Center, hasta un 59% de votantes republicanos creen que abortar debería ser ilegal en todos o en la mayoría de los casos. El porcentaje sube hasta el 61% si hablamos de evangélicos blancos. Es un dato destacable, ya que el apoyo a la administración Trump por parte de esta comunidad ascendía al 71% a principios de otoño.

Ahora, el gobierno republicano comienza a adoptar medidas claras para proteger las demandas de estos votantes. A principios de diciembre, la Universidad de California en San Francisco (UCSF) recibió una carta del Departamento de Salud y Servicios Sociales que sitúa a la institución en un período de prueba. Durante 90 días, los laboratorios no podrán usar ningún tipo de tejido fetal para sus investigaciones. También se les exige paralizar las investigaciones de técnicas de fecundación in vitro con ratones, entre otros requisitos.

Tras los tres meses del período de pruebas, el contrato de investigación se renovará a voluntad del propio Departamento de Salud. La universidad se juega un contrato de más de dos millones de dólares, de acuerdo con la información publicada nuevamente por The New York Times. 

El Departamento ya advirtió del giro en su política en septiembre. En un comunicado, expresó que «se revisarán exhaustivamente todas las investigaciones que involucren tejido fetal» debido a «consideraciones legales, morales y éticas». El escrito añadía que se financiarían investigaciones alternativas al uso de embriones. Caitilin Oakley, portavoz del organismo, se ha negado a responder si cartas similares han sido enviadas a otras universidades o centros de investigación estadounidenses.

Los estudios con tejidos de embriones humanos tienen numerosas aplicaciones médicas. Lishan Su, de la Universidad de Carolina del Norte, explicaba en Nature como sus investigaciones sobre la hepatitis B y C serían inviables sin este material a su disposición. «Muchísimos investigadores y biomédicos dependen del tejido fetal para salvar vidas humanas», expresaba. Este tejido se emplea para desarrollar medicamentos, vacunas, estudios sobre el cáncer, VIH o Parkinson, entre otros.

En el caso del VIH, el propio departamento admite que no hay materiales que puedan sustituir al tejido. Ahora mismo, este elemento tiene todos los únicos componentes que recrean un sistema humano inmune en ratones de laboratorio. Posibles alternativas involucrarían alteraciones celulares para su reprogramación.

El uso de este material es especialmente controvertido en Estados Unidos desde 2015. Un lobby antiabortista filtró conversaciones entre médicos sobre este tema en una clínica de Planned Parenthood. Esta ONG ofrece asesoramiento y servicios relacionados con la salud reproductiva de las mujeres estadounidenses. Para muchas, es un parche con el que cubrir las carencias de un estado con una cobertura sanitaria pública prácticamente nula.

En 2017, 29 millones de ciudadanos continuaban sin ningún tipo de asistencia sanitaria. Estos gráficos de Vox.com resumen cuanto pagan los estadounidenses por un medicamento estándar o una cama de hospital por día. En comparación, el sistema sanitario español sale muy bien parado.

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