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Todos los monstruos de Ignacio Padilla

La editorial madrileña Páginas de Espuma publica ‘Micropedia’, los cuentos completos del escritor mexicano fallecido hace dos años

Cuando a Borges le preguntaban por qué no escribía novelas, respondía que no podía darse el lujo de equivocarse tanto. Demasiadas páginas para demasiadas palabras corrían el riesgo de convertirse en demasiados errores. Insoportables para el gran perfeccionista, capaz de recorrer las librerías de Buenos Aires en busca de las primeras ediciones de sus libros para destruirlas. Mirándose en el espejo del maestro argentino, Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968 – Querétaro, 2016) lo explicó también en más de una ocasión: “Yo soy demasiado neurótico, soy quijotesco, no me quiero equivocar. Por eso le entro al cuento”.

Representante de la generación nacida en pleno estallido del Boom que propuso desde el nombre –Crack– una fuga del canon, Padilla se concedió algún respiro largo –escribió seis novelas con las que ganó cuatro premios– pero nunca dejó de considerarse ante todo un cuentista, un cirujano de precisión, un físico cuéntico. Para muchos, el mejor de entre sus contemporáneos. Su muerte en un accidente de tráfico hace dos años dejó incompleta su obra mayor, el broche a toda una catarata de relatos. Su amigo y cómplice del Crack, Jorge Volpi, ha sido el encargado de bucear por su ordenador y sus libretas para terminar de configurar la Micropedia, toda su obra cuentística desperdigada por distintas editoriales y reunida ahora –junto a un puñado de textos póstumos– por el sello madrileño Páginas de Espuma.

“Se trata –apunta Volpi– del proyecto más ambicioso de Ignacio, al que dedicó más de 20 años y que le confirma como uno de los mejores cuentista de nuestra época”. 54 relatos repartidos por cuatro volúmenes, cada uno con un título simétrico y temático: El androide y las quimeras, Los reflejos y la escarcha o Lo volátil y las fauces. Mundos plagado de monstruos y criaturas fantásticas, figuras dobles y viajes en el tiempo, tan herederos de Poe y Lovecraft como de García Márquez o el propio Borges. Pollos decapitados, muñecas parlamentes, dragones con tres cabezas, nazis enloquecidos, murciélagos en llamas o soldados amnésicos.

Catedrático en filología, miembro de la Academia de la Lengua mexicana, experto en Cervantes y católico, a Padilla le gustaba explorar los resortes del mal. “Esos universos divididos, extremos, a veces maniqueos, junto con la obsesión por la simulación y el parecer otro tienen que ver con su condición de creyente”, dice Volpi. Siguiendo con esa dualidad, la escritora y académica mexicana Rosa Beltrán apunta en un libreto que acompaña la edición, con reflexiones de amigos y colegas, que los autores de lo fantástico suelen escribir en dos direcciones: hacia la repulsión o hacia el deseo. “Nacho escribió construyendo primero una atracción inevitable por sus criaturas y enseguida condenándolas al rechazo o al abandono culposo”. Como el inventor de las muñecas parlantes que acaba ahogándolas a todas en el mar. No hay redención, empatía o compasión para ningún Frankenstein.

Sus monstruos, como él mismo explicaba, “hablan más de la insurrección que de la resurrección de los muertos”. No por nada, su tesis de doctorado se tituló Lo diabólico y lo monstruoso en Cervantes. “Los relatos de Nacho reproducen la lucha desigual que el autor del Quijote libró con el demonio y sus demonios: derrotas siempre asumidas de antemano, pero que al ser narradas adquieren dimensiones épicas, simbólicas y culturalistas que son las claves que explican sus cuentos”, apunta el escritor peruano Fernando Iwasaki.

Narradores escondidos o derrotados desde el corazón de Nueva Jersey, Edimburgo, Darjeeling o Capadocia. “Siempre escribió en mundos dislocados que se parecían a la realidad pero que no lo eran. El objetivo era no anclarse en un territorio real y menos en México”, explica Volpi sobre el aroma cosmopolita de sus narraciones, otra de las constantes generacionales del Crack. En el baúl de Padilla aún queda al menos una novela más y un ramillete de ensayos sobre literatura, nuevas disquisiciones sobre la naturaleza utópica del cuento: “Aspira a una perfección que nunca va a alcanzar. Es como el poeta que emprende un soneto. Hay una búsqueda por la simetría muy estricta. Es una quijotada que cuando llega el lector solo puede ser la expresión de una derrota”.

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