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No tan blanca, no tan feliz Navidad

Un análisis de la actualidad internacional a través de artículos publicados en medios globales seleccionados y comentados por la revista CTXT

Oh, blanca Navidad. No precisamente. Y menos este 2018. Por lo pronto, las navidades están siendo las menos blancas en todo el hemisferio norte debido al calentamiento global. «Desde Alaska hasta Finlandia, media docena de ciudades árticas se reclaman hogar de Santa Claus», escribía The Guardian en vísperas del día de Navidad, y todas ellas «sin excepción» están experimentando el cambio climático.

En Suecia, los sami se quejan de que «los renos están confundidos por las temperaturas poco habituales», y que, mientras en primavera «hubo riadas», en verano algunos «bosques cercanos fueron arrasados por los incendios». En la capital de la región finlandesa de Laponia, Rovaniemi, «el verano fue extrañamente caliente y seco, con temperaturas de más de treinta grados durante varias semanas consecutivas», y el invierno «ha llegado tan tarde este año que los tour-operadores tienen que improvisar nuevas actividades para los turistas, incluyendo excursiones a través de los lagos, donde el hielo es tan transparente que se puede ver a los peces en el fondo».

«Los lagos normalmente están cubiertos de nieve», explicaba al diario el director de Visit Rovaniemi, Sanna Kärkkäinen, quien subrayaba que «el clima ha cambiado en los últimos tres a cinco años» y que este «acostumbraba a ser antes más estable, pero ahora pasa de largos períodos de temperaturas suaves a un frío extremo repentino». En North Pole (Alaska, EE UU) las temperaturas únicamente comenzaron a descender la semana pasada. Los primeros copos de nieve, señalan, solían caer en octubre, pero ahora los habitantes de la cercana Fairbanks se han acostumbrado a ver durante esos días una lluvia fría.

Nueva derecha, mismo neoliberalismo

Por lo general, en esta época se acostumbra a hacer balance del año que pronto nos abandonará y realizar pronósticos para el que está a la vuelta de la esquina. Franz Schellhorn hace lo propio en Der Standard con el primer año de la coalición entre conservadores y nacionalpopulistas en Austria. «Si durante años se oían quejas [sobre todo de los medios] sobre la parálisis de los Gobiernos de gran coalición, ahora a muchos [sobre todo a muchos medios] les parece que la transformación del país va demasiado rápido y, aún más, en la dirección equivocada», ironiza el autor.

De las medidas del Gobierno de coalición entre el Partido Popular Austriaco (ÖVP) y el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), Schellhorn destaca algunas que han pasado más bien desapercibidas para la prensa internacional, como la flexibilización del horario laboral, que ahora permitirá jornadas de hasta 12 horas siempre y cuando no se sobrepasen las 48 horas laborables a la semana, o la reforma del sistema de pensiones.

El alemán Die Zeit resume el programa de gobierno en una línea: «Tras las amenazas sobre el asilo o el islam se recorta el Estado del bienestar». El ÖVP del canciller Sebastian Kurz sigue subiendo en los sondeos mientras «al mismo tiempo la oposición parece no hacer pie y chocar una y otra vez contra un muro de unidad y confianza mutua nibelunga». Joachim Riedl, el autor de este artículo, atribuye esta situación a la capacidad del Ejecutivo para construir un aparato mediático «constantemente ocupado en escenificaciones políticas». ¿Y cómo funciona este aparato? «Cuando trasluce un error en el gobierno», por ejemplo, «los partidos que forman la coalición de gobierno reaccionan con una ofensiva para aliviar la carga, en la que, por regla general, anuncian un endurecimiento en la cuestión migratoria», responde Riedl.

Un trasfondo neoliberal que, por cierto, comparte con el nuevo Gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil. Como explica Wouter Hoenderdaal en Counterpunch, un partidario de las privatizaciones y la desregulación, Paulo Guedes, dirigirá un nuevo «superministerio» que combinará finanzas, industria, comercio y planificación. Otros dos chicago boys estarán al mando de departamentos clave: Joaquim Levy dirigirá el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), mientras que Roberto Castello Branco será el director ejecutivo de Petrobras. «Los inversores internacionales y medios como Financial Times y The Wall Street Journal no intentan esconder su entusiasmo: saben lo que va a ocurrir», comenta mordazmente Hoenderdaal.

El torcido eje franco-alemán

Al norte de Austria, la locomotora alemana ha dejado de funcionar con su proverbial efectividad. Esto no es —o no solamente— una metáfora económica. Según informaba Der Spiegel, hasta el 30% de los trenes de Deutsche Bahn (DB) no llegaron puntuales a su destino el pasado mes de noviembre. Además, los sindicatos alertan que no se destinan suficientes recursos a las infraestructuras, los propios trenes y el personal.

«No son pocos los que piensan que la cosa no mejorará, muchos colegas han perdido la esperanza», lamenta el presidente del sindicato de ferrocarriles y transporte (EVG), Alexander Kirchner. «Nuestros colegas en los trenes y en las estaciones se enfrentan directamente a la ira de los viajeros por los retrasos, deben justificarse de manera constante por problemas que ni han causado ni pueden evitar», agrega.

En 1994 DB fue convertida en una sociedad anónima, cuyas acciones pertenecen en exclusiva al Estado federal. Como los laboristas en Reino Unido, la izquierda pide que el servicio se vuelva a nacionalizar. «Lo que hacen la generosamente remunerada directiva, los gerentes y el consejo de administración podrían hacerlo administradores del Estado desde hace tiempo, y no cobrarían salarios multimillonarios por ello», defiende Jan Korte, diputado de La Izquierda en el Bundestag. Marco Buschmann, del liberal FDP, considera «grotesca» esta propuesta. «Los orígenes de los problemas son una mala gestión y una insuficiente supervisión», argumenta.

En Francia, los ministros del Gobierno de Macron siguen estrujándose los sesos sobre qué hacer con las protestas de los chalecos amarillos, que se mantienen aunque la asistencia a las manifestaciones vaya a la baja. El diario regional Sud Ouest narraba cómo un grupo de chalecos amarillos simuló el pasado sábado un juicio al presidente francés que terminó con su condena y decapitación simbólica. John Lichfield se pregunta en la edición francesa deThe Local si sucesos como este o las abiertas simpatías de algunos de los miembros de este movimiento hacia la Agrupación Nacional de Marine Le Pen no dejan al descubierto «su lado oscuro». «Al Gobierno de Macron le encantaría poder tachar a todo el movimiento de los chalecos amarillos como extremista y antidemocrático», escribe Lichfield, que reconoce que la protesta «presenta motivos de queja genuinos sobre el injusto tratamiento a las personas en la periferia regional y social de Francia».

China y el año crucial de 2019

Mientras, el diario South Morning China Post informaba de cómo China, el principal contrincante de las guerras comerciales de Donald Trump, ha anunciado «avances» en sus negociaciones con Washington tras hacer diversas concesiones, de manera destacada evitar que el yuan se deprecie respecto al dólar, lo que favorecería sus exportaciones.

El asesor económico de Trump, Peter Navarro, sigue con todo insistiendo en apretar las tuercas. En una reciente entrevista al diario japonés Nikkei, en la que llegaba a decir que «China está tratando de robar el futuro de Japón, EE UU y Europa», Navarro aseguró que Pekín tiene que estar preparado «para una revisión completa de sus prácticas comerciales e industriales» si quiere evitar la aprobación de aranceles del 25% a sus mercancías. El plazo se agota el 1 de marzo de 2019.

En paralelo, en una nota de Xinhua se detallaban las medidas económicas que China prepara para el año que viene que será clave, ya que el país celebra el 70 aniversario de la República Popular China y que es el inmediatamente anterior a 2020, la meta que el Gobierno se fijó para el establecimiento de una «sociedad moderadamente próspera». De momento, cuenta con el apoyo de Rusia, que, bajo la presión de las sanciones occidentales, mira a China como socio preferente.

Richard Lachmann aborda en la revista Jacobin una cuestión de fondo que rara vez aparece en los medios y menos desde una posición antimperialista: por qué EE UU sigue perdiendo guerras a pesar de su ciclópea inversión en defensa, la mayor del mundo y con una considerable diferencia respecto al resto de países, según demuestran año tras año las estadísticas del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI).

«Si los viejos pudieran…»

Todos los 25 de diciembre se recuerda el histórico descenso de la bandera de la Unión Soviética del Kremlin en 1991. La edición inglesa de Meduza dedicó días atrás con motivo de este aniversario un reportaje a la figura del último líder de la URSS, Mijaíl Gorbachov. «La línea argumental que favorece el desmembramiento de este país y la dispersión de sus Gobiernos ha prevalecido, y no puedo estar de acuerdo con ella», afirmó Gorbachov en su último discurso como presidente de la URSS, el 26 de diciembre de 1991. Desde entonces, Gorbachov ha sido testimonio de primer orden de la azarosa evolución de Rusia.

El artículo acompaña al político ruso desde 1991, cuando creó la fundación que lleva su nombre, hasta la actualidad, pasando por la fundación en 1993 del periódico Novaya Gazetao la Cruz Verde Internacional, dedicada al desarme de las armas químicas. Lo hace sin obviar sus amargas diferencias con Yeltsin, sus fallidos intentos por regresar a la política —con la hostilidad de los comunistas, que lo acusaron y siguen acusando de haber destruido la URSS— o su controvertida aparición en anuncios publicitarios para Pizza Hut o Louis Vuitton, que Gorbachov siempre justificó como un medio para recaudar fondos para sus fundaciones.

Hoy el expresidente, de 87 años, vive solo en una modesta residencia en las afueras de Moscú, acompañado por un pequeño equipo de asistentes y personal de seguridad. Varios días a la semana Gorbachov recorre «el trayecto que va desde su hogar, en la antigua dacha del ministro soviético de Agricultura, en Rublióvskaya, hasta las oficinas de su fundación en Leningrádskoye.» «A la edad que tengo», confiesa Gorbachov al autor del artículo, «no puedo más que repetir un viejo dicho: ¡ay, si los viejos pudieran y los jóvenes entendieran!».

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