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Mil años de mentiras sobre Numancia

Un estudio demuestra que Zamora diseñó un plan y falsificó pruebas para hacerse pasar durante siglos por el asentamiento celtíbero con el fin de conseguir ser sede episcopal

Zamora es una ciudad bella, impresionante, pero quiso ser más que eso. Así que los reyes Asturias, en el siglo X, diseñaron un plan para convertirla en Numancia, el asentamiento celtíbero que resistió heroicamente durante 18 años a las legiones romanas. Para ello, no dudaron en falsificar pruebas, destruirlas o hacer caso omiso de las existentes. Ahora el estudio El ladrillo de Zamora, existencia, desaparición, reparación y destrucción de la prueba material de que Zamora fue Numancia, que el doctor en Historia Medieval Josemi Lorenzo, ha publicado el Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo, pone punto final a una polémica que ni el descubrimiento de la ciudad celtíbera real en el cerro del Garray (Soria) a finales del XIX había acallado del todo.

La idea posiblemente partió de Alfonso III, el Magno, rey de Asturias (852-910). Necesitaba crear una sede episcopal en Zamora, algo difícil de conseguir en aquellos inestables momentos, Por eso, y con el fin de hacer ganar renombre a la ciudad ante la jerarquía eclesial, cuando ordenó escribir La crónica de Alfonso III se introdujo un dato falso para inclinar la balanza a favor de Zamora: la ciudad era, en realidad, Numancia. Palabra de rey.

Josemi Lorenzo lo explica: «Fueron los intereses del reino los que hicieron apropiarse de la historia y del mito de Numancia para hacer a la ciudad de Zamora heredera de las glorias antiguas. Al estar la ciudad junto al Duero [como Numancia] y el desconocimiento leonés de las lejanas tierras sorianas, fue fácil la mistificación. Incluso, diversos autores zamoranos mantuvieron esta versión durante siglos, haciendo oídos sordos al humanista Florián Ocampo (1499-1588), zamorano por cierto, que ya defendía que el Cerro de Garray [en Soria] ocultaba a la Numancia real». En el siglo XVII, sabios de ambas zonas de España seguían disputándose el lugar. Algunos historiadores, como Pedro Tutor y Malo, en un intento de rebajar las tensiones, escribió Compendio historial de las dos Numancias. Pero no valió de nada y la polémica continuó.

Fue Francisco Mosquera Barnuevo quien en 1612 introduce un nuevo factor en la polémica: un ladrillo, del que habla en su obra La numantina, y en él se podía leer la inscripción «ONUMACIA», lo cual demostraría el aserto de que ambas ciudades eran la misma. Pero Mosquera, que era soriano y por lo tanto contrario a esta tesis, sostuvo que el ladrillo pudo haber sido creado por un obispo y dejado en Zamora para que allí fuera hallado «casualmente». 

Lo que está comprobado es que la pieza «estaba expuesta [en 1618] en una pared de la sala de reuniones del edificio consistorial», pero que el muro se derrumbó y el ladrillo comenzó un largo periplo por todas las dependencias municipales. En los siglos XVIII y XIX, la polémica continuó, si bien la tesis zamoranista perdía cada vez más adeptos. «En realidad”, dice Josemi Lorenzo, “Zamora quería capitalizar dos de los tres integrantes de la triada que en el siglo XIX se presentaba como fundacional de España: Numancia, Viriato y Sagunto. Los zamoranos sostenían que el caudillo lusitano había nacido en su ciudad y el escultor Eduardo Varrón le hizo una célebre estatua en plaza principal de la ciudad. 

En 1773, el secretario de la Real Academia de la Historia José Cornide (1734-1803) visitó Zamora y dibujó la supuesta «prueba» con su inscripción. Pero la copia, a escala 1:1, se mantuvo doblada durante mucho tiempo, lo que hizo que algunas de sus grandes letras se impregnasen de la tinta de la otra mitad. Unos hechos que provocarían, a su vez, nuevas polémicas.

El epigrafista alemán Emil Hübner, que recorrió España entre 1860 y 1862, también quiso ver la pieza. Concluyó que se trataba de una falsificación. Años después, el reputado arqueólogo Eduardo Saavedra y Moragas (1829-1912) la analizo y afirmó que era de época romana, pero que la interpretación de la inscripción era errónea. En realidad debía ser traducida como «Oficina del [alfarero] Numanciano». A Saavedra lo que le sorprendió es que hubiese una “tilde o travesaño encima de la primera A, según el estilo de la escritura de los siglos XVI y XVII, a fin de sacar adelante [producir el mismo sonido] que la N que tanta falta hacia para que el ladrillo sirviera de algo”, ya que la inscripción exacta era «ONUMACIA». La tilde, que es un signo de abreviación, era necesaria para que se pudiese leer MANCIA y no MACIA. Los estudiosos zamoranos esgrimieron como prueba de sus tesis una escritura de Alfonso VII (1105-1157) en la que citaba la catedral zamorana de San Salvador de Numancia. El ladrillo, finalmente, fue colocado, de nuevo, en la sala de plenos del Ayuntamiento “para que los regidores lo tuvieran bien presente”.

En 1903, visitaron Zamora los estudiosos Manuel Gómez-Moreno y Elena Rodríguez-Bolívar para redactar el Catálogo monumental de la provincia. Nada más llegar Gómez-Moreno pidió ver el «dichoso ladrillo», pero este no aparecía por ninguna parte.  

Lorenzo resume: «De este largo culebrón lo único que se puede extraer es que el único testimonio material que vincula a Zamora con Numancia es una prueba inscrita en el XVI o incluso antes», un ladrillo que desapareció justo cuando un experto reclamó examinarlo a principios del XX. Un informe de la época dice que los operarios lo tiraron a la basura cuando hicieron reformas en el Ayuntamiento: pensaban que era un escombro, no sabían lo que había detrás. O sí.

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