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Mad Cool: el falso cabeza de cartel y la impuntualidad de Lauryn Hill

La cita madrileña arranca sin grandes aglomeraciones, con la poca pegada de Bon Iver como figura principal, con los gritos de Iggy Pop y con el triunfo de Vampire Weekend

Primera jornada del Mad Cool el año pasado: 80.000 personas. Primera jornada de la edición de 2019: 45.000. Cabeza de cartel del año pasado del primer día: Pearl Jam. Cabeza de cartel de este año: Bon Iver. Incidencias del año pasado: aglomeraciones, avalanchas, protestas y dos horas de colas. Incidencias de este año: ninguna. Moraleja: pon un cabeza de cartel de perfil bajo y evitarás incomodidades al público. Fácil y estúpida tesis ¿no? Un símil futbolero: es como jugar con un falso nueve. Puedes marcar goles, pero cuesta horrores.

Eso ocurrió anoche en la jornada inaugural (de las tres de que consta, hasta el sábado, más el llamado Welcome Party del miércoles con Rosalía) del festival madrileño Mad Cool, que cumple su cuarta edición en el recinto de Valdebebas. Si los que se quedaron en casa lo hicieron para evitar sufrir lo que padecieron hace 12 meses se equivocaron. Si los que no desembolsaron el coste de la entrada (165 euros el abono) porque no les parecía de suficiente tirón el cartel, acertaron. Ojo, hablamos de tirón en taquilla, no de calidad. El caso es que de los 70.000 que esperaba la organización hace unos meses anoche había algo más de la mitad.

Mad Cool es un festival zarandeado por la cara menos risueña de la realidad. Las criticas a la gestión de una lamentable desgracia de 2017 (la muerte del acróbata Pedro Aunión cuando participaba en un evento del certamen) y el rosario de incidencias (el ya comentado colapso, la suspensión de Massive Attack en el último minuto, un autobús de la organización colgado de un puente…) de la pasada edición han obligado a los organizadores a luchar con todas sus fuerzas en una misión: que sea un festival tranquilo, por favor.

Ayer se podían caminar holgadamente y no había colas. Se estaba cómodo en un festival con mayoría de treintañeros y un nutrido grupo de británicos, que no dejó de traficar con crema protectora en las primeras horas de la tarde, cuando el sol era fuego.

Con los antecedentes de mala prensa que tiene el festival a la organización se le ocurrió contratar a Lauryn Hill, seguramente la artista más impuntual de los últimos años, dejando a Axl Rose como un inocente gamberrete. Retrasos de media hora, de 45 minutos… hasta alguna suspensión. ¿Por qué? Porque ella es así. Si hay alguien ingobernable en el pop esa Hill, aquella mujer que, con 23 años, le dio un corte de mangas a una industria musical, patriarcal y abusona. Hill no permitió que la controlasen.

Y huyó, se esfumó, desapareció, dejando atrás cinco grammies recién ganados y 19 millones de ejemplares despachados de su primer disco en solitario, The Miseducation of Lauryn Hill. 21 años después sigue teniendo el mismo único disco.

A la hora señalada en el programa empieza a sonar la música y… No es Lauryn Hill. Es Dj Reborn, una chica que se movía mucho mientras pinchaba canciones bailables. ¿Lauryn? ¿Dónde estás? Cinco minutos, diez… Y Lauryn sin aparecer. La gente, que empezó entusiasta a zarandearse con lo que pinchaba la ya famosa DJ Reborn, empieza a inquietarse. Recordemos que los horarios en los festivales son sagrados, los cumple todo el mundo, por muy estrella que seas. A los 20 minutos un tipo de la organización aparece en la tarima y le dice algo al oído a DJ Reborn. Se va el tipo y la DJ empieza a poner Queen, Bowie… Esto huele mal.

Con media hora de retraso se marcha la dj, salen los músicos y ahí está Lauryn Hill, 44 años. Sofocada, con un vestido blanco aparatoso y con un pañuelo que se pasa por la cara continuamente. Entra incómoda, dando órdenes, quejándose de algo en los oídos.

No estuvo bien de voz la estadounidense y ex de los Fugees. Se mostró incómoda durante buena parte del concierto, mirando a los laterales, dando indicaciones a alguien (no nos gustaría estar en el pellejo de ese sujeto) de un lateral. Algunas veces se escuchaban más los berridos de Iggy Pop, que guerreaba en otro escenario. Cantó (o lo intentó) Lost ones, Superstar… Cerró con Killing me softly with his song. Solo en algún tramo pequeño nos recordó Hill a la reina del soul y el hip-hop que fue, con esa voz cálida y a la vez rebelde.

De los 85 minutos que tenía programados estuvo apenas 45. Eso sí, conocimos a DJ Reborn.

Esto es lo que pasó en el concierto de Bon Iver (o sea, es estadounidense Justin Vernon). Espectadores sentados en la hierba artificial a diez metros del escenario, en los dos laterales, siguiendo el concierto tranquilamente por las pantallas. Si dabas una vuelta por alrededor había mucha gente a lo suyo, charlando, bebiendo. Bon Iver no tiene la culpa, claro. El músico estadounidense estuvo bien, defendiendo su intensa propuesta (autotune incluido), sin concesiones. Son músicos barbudos, de gesto ceñudo, que tocan ensimismados. Seguramente no es un grupo que pueda encabezar un festival y tocar a la mejor hora. Hubiese sido más disfrutable en un escenario más pequeño. Y mucho más placentero en una sala se 2.000 personas. Da la sensación de que Bon Iver está algo sobrevalorado por ciertos sectores de la prensa y la industria. Es joven, veremos cómo se desarrolla.

Y salió Noel Gallagher, con una bandera de su querido Manchester City (entrenado por Guardiola) en uno de los altavoces. 

Anda el hombre apuntalando su propuesta, intentando desprenderse de esa inmensa sombra que es Oasis. Hay que alabar la honestidad de Noel, aunque es muy difícil que el británico se acerque siquiera a su exgrupo. En Mad Cool ofreció su música de 2019, unas veces cerca de unos Chemical Brothers, otras de un personal soul rock gracias a los vientos y a una vocalista negra que le acompaña buena parte del concierto. Y algunas incluso recuerda a los Bay City Rollers setenteros.

A pesar se todos sus esfuerzos por convencer con su cancionero nuevo la gente no paró de pedirle Wonderwall. Se resistió 40 minutos. Luego sonaron pieza del repertorio de Oasis como Little by little, Don’t look back in anger, Wonderwall.. Cuando empezó los acordes de esta, por cierto, la cámara le enfocó en la cara y en pantalla se percibió un gesto de hartura. Igual solo fue una percepción de este cronista. Igual… Una pena también que haya dejado de tocar la guitarra, con lo buen instrumentista que es. Sí, se la cuelga, pero tiene a otro músico que lleva el peso. Finalizó con All you need is love, tan trillada como genial. Todo el festival la coreó. Siempre los Beatles.

En el apartado de rockeros veteranos ahí estaba Iggy Pop, 72 años. Más arrugado y más cojo. Pero igual de eficaz y guerrero. Cantó lo de siempre y con la misma fiereza. Para qué más. Perry Farrell, ex Jane’s Addiction es otro que ha pasado de todo, no todo bueno. Delgadísimo y pintón, pretende seguir el camino que construyó Bowie. Nunca llegará, pero en el escenario pasaron cosas y eso es meritorio.

De lo mejor del día fue Vampire Weekend, que tocaron ya de madrugada. Los neoyorquinos, liderados por el elegante Ezra Koenig, hicieron bailar al recinto con su pop africanizado. Coronaba el escenario una gigante bola del mundo sobre la cabeza del percusionista. Vampire Weekend son divertidos, sofisticados y desprejuiciados. La gente vio el recital con una sonrisa.

A altas horas de la madrugada el público abarrotaba la principal atracción fuera de los escenarios: unos coches de choque de feria donde sonaban los Chichos, Peret, Camarón…

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