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Los 30 años del IVAM, la innombrable y el ‘superdomingo’ electoral

La gala de celebración del museo valenciano ajusta cuentas con su pasado entre dimes y diretes del calendario político

“Tiempos de renacimiento”, dijo el presidente valenciano, Ximo Puig. Y al poco subió las escaleras para inaugurar en el IVAM la exposición Tiempos convulsos. Le seguía una nutrida comitiva política autóctona que atestiguaba que los tiempos, en realidad, son más bien preelectorales. El alcalde de Valencia, Joan Ribó, la vicepresidenta valenciana, Mònica Oltra, el presidente de las Cortes, Enric Morera, y los consejeros de Cultura, Vicent Marzal, de Hacienda, Vicent Soler, de Transparencia, Manuel Alcaraz, entre otros, no se perdieron la gala de los 30 años del Institut Valencià d’Art Modern, que se celebró la noche del miércoles. Entre el numeroso público que se agolpaba en el vestíbulo se veían artistas locales, amigos del museo, asesores políticos, algunos galeristas, periodistas y cazadores de tentempiés a la espera de que se abriera la veda.

Pero antes, se sucedieron los discursos, correctos, no muy extensos. Destacó el recuerdo recurrente de la figura de la exdirectora del IVAM, Carmen Alborch, fallecida el pasado año, que arrancó el mayor y más sentido aplauso. Y también las alusiones a “los momentos para olvidar” del museo, como apuntó Marzal, en referencia al decenio bajo la dirección de Consuelo Ciscar, la directora más longeva del museo cuyo nombre no fue pronunciado. No hizo acto de presencia la exdirectora, ahora investigada por varios delitos, pero sí su hermano, Ciprià Ciscar que fue el promotor político del IVAM durante la presidencia de la Generalitat de Joan Lerma, que también asistió al acto. No se dejaron ver, sin embargo, las caras conocidas del PP, en el día en que se levantó el secreto del sumario del caso de corrupción que afecta al otrora todopoderoso expresidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana. Tampoco de Vox, aún pendiente de buscarse los rostros por Valencia. Y en el último momento surgió Toni Cantó, el candidato de Ciudadanos, cuando ya la comitiva política del Govern del Botànic, es decir, PSPV-PSOE y Compromís, culminaba el recorrido a través de las 375 obras de 125 artistas integrantes de una muestra que vuelve a poner de relieve el interés de la colección que ha logrado atesorar el IVAM, incluidas las adquisiciones más recientes de Gilliam Wearing, Martha Rosler o Chema López.

Las palabras, como es normal en estos casos, se dirigieron a los inicios, cuando el IVAM sorprendió al mundo el arte contemporáneo por su apuesta de rigor y talento. No en vano, unas prodigiosas manos esculpidas por Julio González, sobre cuya obra se edificó la colección del museo, reciben al visitante en la exposición. Unas manos que parecen gritar y salir del horror.

Tras las sucintas palabras del actual director, José Miguel Cortés, salieron a colación nombres como Andreu Alfaro, Tomás Llorens o Vicent Todolí. El primero ya fallecido, y los otros, dos ausentes anoche. Todolí, ex director de la Tate Modern, no vuelve al IVAM desde su marcha a mediados de los noventa y es el alma mater de la colección del nuevo centro privado de atracción artística en Valencia, Bombas Gens. Tampoco hubo representación institucional, artística o museística madrileña (si se excluye la cesión por cinco años por parte del Museo Reina Sofía del llamativo cuadro Socialité, de Warhol y Basquiat que se puede ver en la muestra). La cosa fue más de andar por casa, sin las fanfarrias protocolarias del 25 aniversario, que presidió la reina Sofía, cuando Ciscar, la innombrable, dirigía y el PP gobernaba.

Ni Puig, ni Ribó, ni Marzal hicieron mención en sus discursos, como es lógico, a la atmósfera preelectoral, pero abajo del estrado, entre el gentío, sí era comidilla. Al menos, entre ese conglomerado tal vez no muy saludable de dimes y diretes que forman los plumillas, los políticos, los asesores y los carguitos. Que si convenía la coincidencia de las generales, las autonómicas y las locales en el superdomingo del 26 de mayo; que si mejor el 28 de abril y así separar las citas con las urnas con el fin de diferenciar entre la gestión de aquí y de allá; que si va a dar igual porque Cataluña y la agenda nacional viciarán antes y después el debate más local. Unas disquisiciones no muy artísticas que se ramificaron en múltiples racimos cuando los piscolabis empezaron a desfilar, la música a sonar y las salas de la exposición a vaciarse de personal.

Entonces sí que era un buen momento para subir y disfrutar de la muestra, comisariada por María Jesús Folch, Sergio Rubira y el propio Cortés, y de las obras de Rauschenberg, Genovés, Equipo Crónica, Brossa, Hamilton, Civera o Duchamp, a través de las cuales se pretende aunar grandes momentos del arte contemporáneo con microhistorias personales, lo cotidiano y lo extraordinario, lo histórico y lo actual. Pero no es tan fácil: lo dimes y diretes tiran mucho. Pero tiempo hay, hasta el 19 de abril del 2020 que se clausura la exposición. Más de un año para descifrar los tiempos convulsos.

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