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Ligero de equipaje

El relato crea una sólida ilusión de la dificultad de ese existir hecho de cicatrizaciones, pérdidas y renuncias

Durante su encuentro con un psiquiatra, Gabriel Dahan, el protagonista de Maya, deja claro que su idea de la curación no pasa por desvelar su alma a un desconocido tendido en un diván. Gabriel se niega a ser una víctima. O a que lo consideren como tal. Periodista de guerra, acaba de ser liberado tras largos meses de secuestro en Siria y su reingreso en la normalidad no va a ser fácil: el cautiverio ha dejado rastros en su piel torturada, pero lo más relevante son las heridas que siguen dentro y que pertenecen al terreno de lo inefable.

Tanto el actor Roman Kolinka, que encarnó al estudiante politizado de El porvenir (2016), como la directora Mia Hansen-Løve saben que lo inefable no es necesariamente incomunicable: el sintético, preciso lenguaje cinematográfico de la cineasta, capaz de dotar de resonante fuerza dos cruciales elipsis en este relato, y la interiorizada interpretación del actor se alían para armar un relato complejo que solo parece responder a las elusivas directrices de lo humano. La manera de contar de Hansen-Løve pone en evidencia hasta qué punto esa retórica de arcos dramáticos, puntos de giro y dinámicas de redención de la cultura del guion no es instrumento para desvelar las sutilezas de la vida, sino para amordazarlas e uniformizarlas. Instrumento para subestimar, entre otras cosas, esa inteligencia del espectador que la directora tiene en alto aprecio.

De nuevo, la capacidad de supervivencia se convierte en elemento de cohesión del discurso: el viaje a Goa de Gabriel tras una profunda experiencia de desconexión de lo cotidiano y lo afectivo en París no cobrará la forma de un tópico renacimiento espiritual, porque, sin necesidad de enfatizar nada, todo se revelará mucho más complicado. Viaje no necesariamente reconciliatorio al origen, reencuentro con un paisaje en transformación –un paraíso perdido, en definitiva: otro tema recurrente en Hansen-Løve- y esbozo de un posible renacimiento sentimental, Maya es muchas cosas a la vez: entre otras, un matizado retrato de personajes, hecho de delicados trazos que esquivan todo tópico en torno a la seducción por el exotismo en lo referente al personaje del título. La resaca de la cultura hippie, sus daños colaterales en la historia familiar y la especulación turística también se manifiestan en un relato que no es que quiera abarcar demasiado, sino que crea una sólida ilusión de la dificultad de ese existir hecho de cicatrizaciones, pérdidas y renuncias.

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