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La fiebre de los viajes soviéticos

La editorial Renacimiento recupera el viaje que María Teresa León realizó con Alberti en 1934, una de las “romerías a Rusia” que obsesionó a los intelectuales españoles

La Rusia de la Revolución hechizó a los intelectuales españoles en la década de los años veinte y treinta. Unos lo describieron como el paraíso y el horizonte que debía servir de ejemplo en España, mientras que otros lo narraron como el infierno que había que evitar. El escritor Ernesto Giménez Caballero definió con su habitual sarcasmo “romerías a Rusia” aquella fiebre viajera. Y el periodista José Escofet advertía en las páginas de La Vanguardia: “Pronto se podrá formar un Himalaya con los libros sobre Rusia que aparecen todos los días”.

Dos de los más célebres intelectuales españoles que viajaron al país de los sóviets fueron Rafael Alberti y María Teresa León. Ambos escribieron artículos, ofrecieron conferencias y publicaron libros donde contaban sus experiencias rusas. Viajaron en numerosas ocasiones invitados por las autoridades soviéticas que veían en la célebre pareja el modelo perfecto para importar su modelo político y social. En 1932 se trasladan a la URSS con una beca para estudiar las nuevas tendencias del teatro europeo; en 1934 participan en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos y en 1937 como representantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para pedir ayuda para el bando republicano en la Guerra Civil. Luego seguirían otras estancias en plena Guerra Fría.

Ahora la editorial sevillana Renacimiento acaba de editar el libro que María Teresa de León publicó a raíz de la visita de 1934, que coincidió con un momento efervescente: la revolución en Asturias que provocaría uno de los primeros exilios de españoles a la URSS en el siglo XX. “El viaje a Rusia de 1934”, que cuenta con edición de la profesora de la Universidad de Zaragoza, Ángeles Ezama Gil, desvela los detalles de este segundo viaje.

Alberti publicó varios artículos sobre el viaje en el diario madrileño Luz además de describir vivencias en su colección de poemas revolucionarios Consignas: “Los relojes del Kremlin os saludan cantando la Internacional”. María Teresa León anotaba todos los detalles en sus cuadernos de viaje y sus impresiones aparecieron publicadas en Heraldo de Madrid.

Los viajes a Rusia se convirtieron en algo parecido al Grand Tour que hacían a Italia en el siglo XVIII los jóvenes ricos e ilustrados del norte de Europa como parte de su formación clásica. Viajar a la novísima Rusia fue una experiencia similar a la de los viajeros románticos apasionados por la España pintoresca del siglo XIX. En el siglo XX todos querían tener su aventura soviética.

Pionera en los viajes y libros sobre Rusia fue la periodista Sofía Casanova, corresponsal del Abc en la Gran Guerra, que publicó varias crónicas recopiladas en la obra De la Revolución rusa (1917). Después de ella llegó la gran oleada. Uno de los libros que tuvieron más relevancia fue Mi viaje a la Rusia sovietista (1921), obra del ministro socialista Fernando de los Ríos que apuntaba ya algunas fisuras del «paraíso de los sóviets». Igual que hicieron el anarquista Ángel Pestaña en Setenta días en Rusia y el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, que señaló los peligros del totalitarismo en los reportajes que escribió para El Heraldo de Madrid y que publicaría en 1929 en La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja. En su travesía europea, Chaves Nogales reconoció la amenaza del comunismo como hizo con el nazismo en su recorrido por Alemania y con el fascismo en Italia.

Miguel Hernández también visitó la URSS en 1937 como parte de la delegación asistente al V Festival de Teatro soviético. Otros escritores que viajaron a Rusia fueron Pedro de Répide, cuya experiencia plasmó en La Rusia de ahora (1930); César Vallejo, que lo hizo en Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; o Ramón J. Sender, que en Madrid-Moscú. Notas de viaje 1933-34 apuntaba aspectos positivos, pero advertía de “errores de planificación, pésimas cosechas, requisas indiscriminadas de grano o la matanza de miles de ucranianos”.

Otros intelectuales españoles subrayaron los peligros de la revolución bolchevique como Luis Hoyos, Eloy Montero, Ramiro de Maeztu o Félix Ros en Un meridional en Rusia (1936). “Ambas visiones se difundieron por España durante el periodo de entreguerras, presentando a Rusia como el modelo revolucionario del siglo XX y como punto de partida de un mundo diferente, temido por unos, admirado por otros; y se tendió a identificar la Rusia imaginada con los acontecimientos que tuvieron lugar en España a partir de la República”, explica Ángeles Ezama Gil, autora de la edición.

Tanto María Teresa León como Rafael Alberti mostraron el paraíso del proletariado como un idealizado campo de pruebas del mejor de los mundos. Sin embargo, en 1956 la escritora ya mostraba su desengaño con la utopía comunista. Así lo desveló en Memoria de la melancolía al referirse a amigos desaparecidos: “Ni Mijaíl Koltsov, nuestro gran amigo ruso, ni María Osten, su amiga alemana, podrán leer lo que estoy escribiendo. Están muertos. Muertos no se dónde ni cómo. Perdidos en la última noche staliniana”.

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