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La era de la psicosis del ‘spoiler’

El final de ‘Juego de Tronos’ invita a reflexionar sobre la obsesión actual por mantener la ignorancia sobre la trama para disfrutar de las historias

“Si oímos un golpe, no le damos mucha importancia. Si oímos dos, esperamos el tercero”. Así explica Nora Catelli, profesora de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona, la percepción que tienen los seres humanos de las series. “Es la necesidad de medir el tiempo”, añade. “Y la forma básica de hacerlo es el relato. Todas las sociedades los tienen”. Y todos los relatos tienen un final. Catelli cita un estudio del británico Frank Kermode titulado precisamente El sentido de un final cuya tesis sostiene que necesitamos que las historias tengan cierre para creer que el mundo tiene sentido. “No es una cuestión literaria sino antropológica. Surge de la pregunta: ¿Y después? La tradición dice que después comieron perdices”.

Esta madrugada se ha emitido el esperadísimo capítulo final de Juego de Tronos. Sus seguidores se dividen hoy en dos: los que trasnocharon lo suficiente o madrugaron lo suyo y ya conocen el desenlace y quienes pasarán el día esquivando cualquier fuente de información (artículos, redes sociales, charlas de bar) para evitarse spoilers (destripes, en su alternativa en español). Si usted pertenece al segundo grupo, puede seguir leyendo; no encontrará nada que le estropee la sorpresa, sino más bien la búsqueda de una explicación a por qué seguimos dando tanta importancia a los finales. ¿O no hemos disfrutado siempre de historias, de Casablanca a Guerra y paz, cuyo desenlace conocemos de sobra?

Catelli, autora de Testimonios tangibles, sobre el papel de la lectura en la narrativa moderna, relaciona la expectación suscitada por el final de una serie con los folletines decimonónicos. Y rememora la llegada de Charles Dickens a Nueva York. En el puerto lo recibieron lectores ansiosos por saber del siguiente episodio que aparecería en el periódico. ¿Y el miedo al spoiler? “Tiene que ver con nuestra mala memoria porque, como demostró Vladimir Propp hace un siglo, las tramas se repiten con variantes”.

A diferencia de Catelli, Alfonso Mateo-Sagasta, arqueólogo y escritor de novelas de intriga histórica, sí ha visto Juego de tronos. Y subraya que el valor de la serie no está en su originalidad —“escasa”—, sino en el modo en que juega con los espectadores: “Te hace encariñarte con personajes a los que matan de forma atroz. La sorpresa es fundamental”. Claudia Piñeiro, autora de novela negra y guionista (ahora trabaja en un encargo de Netflix), reivindica el suspense frente a la sorpresa. Por eso remite a la clásica distinción de Hitchcock: si muestras al espectador una bomba bajo la mesa en la que conversan dos personas generas suspense; si la haces estallar sin mostrarla, generas sorpresa. “El suspense genera tensión, que es mucho más atractiva”. Piñeiro, además, recuerda la tendencia del francés Pierre Lemaitre a postergar la resolución de algunas de sus historias hasta el último párrafo. Ella tuvo ocasión de preguntarle por ese empeño en la feria del libro de Buenos Aires: “Me respondió que ahora escribe tratando de que la revelación se dé no ya en el último párrafo sino en la última palabra”.

Como explica Catelli, el culto al final dominó toda la narrativa anterior a la consideración de la novela como arte: “Desde el siglo XIX, la gran literatura —Conrad, Henry James, el último Flaubert— se separa del fetichismo de los finales. Permanece en la literatura popular porque se basa en fuertes convenciones que producen placer al lector. No un placer estético, sino de cumplimiento o no de sus expectativas. Por eso casi siempre son decepcionantes. En la literatura, digamos, artística no importa el final porque no contiene un sentido mayor: el sentido está disuelto en todo el texto”. A veces, el final está incluso en la primera línea, ya la firme García Márquez en Crónica de una muerte anunciada o Emmanuel Carrère en El adversario. Para Piñeiro, en una serie “la regla básica es que cada capítulo termine con algo interesante para que la gente quiera ver el próximo, incluso la temporada debe terminar con un final abierto para que haya una posibilidad de continuación”. Las series, explica, mantienen un gran apego a las convenciones, pero “han cambiado radicalmente la cuestión del final”.

Ray Loriga, también novelista y cineasta, recuerda una serie cuyo final suscitó en 1990 una expectación similar a la que hoy despierta Juego de tronos: Twin Peaks. Se llegaron incluso a estampar camisetas con la leyenda “Yo sé quién mató a Laura Palmer” en alusión al misterio inventado por David Lynch. “Es una maravilla, pese a que todo era un timo en esa serie. Lynch quería enredarnos hasta que nos diera igual quién la mató”. Loriga, que adora novelas como El gran Gatsby o Lolita a pesar de sus desenlaces, sostiene que “hay buenos finales que no mata un spoiler: Tiburón, por ejemplo. Ya sabes que van a matar al tiburón, pero está muy bien contado. Es una película perfecta”. Para él, el único spoiler imperdonable es una frase: “Ya no te quiero”. El resto es literatura.

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