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La ansiedad es un disco duro lleno de fotografías

Matías Uris publica su primer fotolibro, una reflexión sobre la saturación de imágenes en la sociedad por las redes sociales

«Estamos saturados de imágenes». Haciendo limpieza de sus discos duros, el fotógrafo Matías Uris (Puertollano, 1981) se dio cuenta de la apabullante cantidad de fotografías personales y  profesionales que almacenaba y que probablemente no iba a volver a usar. «Todos las conservamos, pero no nos sirven de nada», dice por teléfono. Así que decidió darles salida, en parte, en forma de fotolibro y, de paso, invitar a diferentes reflexiones, surgidas tras agrupar por temas tantísimo material. Uris, que como profesional hace sobre todo trabajos de moda y también de viajes, colaborador de distintas marcas y publicaciones, entre ellas El País Semanal, se ha autoeditado su primer fotolibro en solitario, Toshiva. Una publicación de la que lo primero que llama la atención es su forma, que imita a un disco duro, con sus tapas negras, y contiene 275 fotos en tamaño postal. Todo empaquetado en una cajita blanca, con la descripción en varios idiomas de lo que contiene, como si fuera un disco duro de verdad.

Uris ha ordenado el libro por series, desde sus selfis, o las que hizo que reflejan el turismo masivo, famosos… Él reconoce que ha sido uno más de los contagiados por el «consumo obsesivo de imágenes, propiciado por una cultura del usar y tirar». También hay en Toshiva retratos de jóvenes que posan buscando su mejor aspecto. «Vendemos una imagen nuestra en las redes que no es la real. Es todo muy falso, queremos parecernos a las celebrities porque pensamos que son mejores que nosotros. Es ridículo». Ese culto por la imagen «es horroroso en el caso de los niños», subraya. Uris recuerda su experiencia, hace un año, «en un pequeño pueblo de Malaui en el que las niñas, cuando las fotografiabas, sabían cómo sacar cadera y echaban el hombro adelante».

En cuanto al nombre del fotolibro, se trata de un juego por la compañía japonesa de productos electrónicos y Shiva, el dios de la destrucción en el hinduismo. Así, borrando y revisando sus fotos, Uris apunta cuestiones como que «la propiedad cultural hoy está en el limbo, sobre todo por las redes sociales, que han traído saturación e impersonalidad. Nos proporcionan tanta información que al final al cerebro no llega casi nada». Es lo que califica de «basura digital».

Precisamente con las redes sociales, de las que hace uso por su profesión, se muestra muy crítico, en especial Instagram, a la que los usuarios suben fotos y vídeos. «Hace años entraba a diario, hasta que empezó a producirme rechazo. Hoy solo la utilizo de manera profesional porque pasarte largos ratos embobado mirando fotos genera sentimientos que no me gustan. Es una red en la que ves una acumulación de vanidad y egocentrismo. Un trampantojo que te creas en tu casa».

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En esa línea, apunta la ansiedad por tener Me gusta en nuestras publicaciones en redes y recuerda lo que auguró Susan Sontag en Sobre la fotografía hace más de 40 años. «Ella decía que una sociedad capitalista se basa en imágenes y hoy estamos metidos de lleno en ello. También hablaba de que habría un género que calificaba de ‘la dictadura de lo interesante’, exactamente como los likes de hoy».

Él, que empezó en el oficio hace una década de manera autodidacta, cree que «esta locura» de la imagen en la que se vive «empieza a cambiar, los jóvenes están más orientados a hacer vídeos y stories», contenidos audiovisuales efímeros, que duran 24 horas.

Una tendencia que le da ideas para su próximo proyecto, un nuevo fotolibro en el que ahondará «en la cuestión de la basura digital y en la necesidad de un ecologismo de la fotografía, de no consumir tanto, de no producir tanto, de hacer limpieza de las fotos que hacemos».

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