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Gravedad de rostro apretado

Película de extrema seriedad en el tono, de la que han desaparecido definitivamente la frescura y cualquier gota de sentido del humor

Hace ahora ocho años una precuela, X-Men: primera generación, consiguió levantar una franquicia que languidecía entre la rutina y el hartazgo. Sin embargo, tres producciones después, aquellas virtudes, impresas en buena medida por el director y coguionista Matthew Vaughn, se han ido difuminando hasta el nuevo fin de ciclo que supone X-Men: Fénix oscura, película de extrema gravedad en el tono, de la que han desaparecido definitivamente la frescura y cualquier gota de sentido del humor, que se entrega a una grandilocuencia que se pretende acorde con el fondo del asunto pero que es más plúmbea que trascendente.

De más a menos, el relato se abre con un prólogo de enorme potencia visual (y también de fondo) sobre los orígenes familiares del personaje que da título a la entrega, Fénix, esquinada en Apocalipsis (2016), la anterior de la serie, y aquí protagonista casi absoluta. al que sigue la muy interesante exposición de su conflicto interior: relacionado una vez más con unos superpoderes que se acercan más a la tortura que a la bendición y, sobre todo, con su condición de proscrita dentro de un grupo formado por proscritos: es decir, doblemente condenada dentro de una alegoría política en la que los X-Men pasan de colaboradores con el gobierno a perseguidos por el poder ejecutivo y la sociedad.

Sin embargo, junto a la convencionalidad de las secuencias de acción (exceptuando un par de planos en modo viñeta de cómic de gran belleza estética), el mayor problema de la historia dirigida por Simon Kinberg, hasta ahora en tareas de producción y escritura, es que quizá por ser conscientes de que la perversidad la pone esta vez una de los suyos, añaden una trama en paralelo con una villana en toda regla, una alienígena que ni está bien desarrollada ni importa en absoluto, pese al carisma de Jessica Chastain. Todo ello con la solemnidad un tanto vacua de algunos de sus momentos de acción, representados por el paradigma de esas luchas entre personajes con poderes mentales, que se enfrentan unos a otros simplemente con el rostro apretado y pleno de concentración.

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