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Grandes directores sacuden el polvo a la zarzuela

Lluís Pasqual es el úlimo nombre en sumarse a la tendencia: firma una actualización de ‘Doña Francisquita’, estrenada ayer

Se han abierto de par en par las puertas y ventanas de la zarzuela y el vendaval de aire ha entrado en estampida sacudiendo el polvo adherido durante tantos años a sus caducas y obsoletas estructuras. El género lírico español, tan incomprendido como criticado, ha emprendido un decidido camino acogiendo a grandes dramaturgos e intérpretes de la escena teatral en un intento de poner en valor este teatro musical, arraigado en la cultura más popular. Lluis Pasqual (Reus, 1951), uno de los grandes referentes teatrales en Europa, se pone de nuevo al frente de un montaje zarzuelero -ya lo hizo en 2009 con un programa doble Chateau Margaux y La viejecita- con Doña Francisquita que le lleva a su infancia “feliz” y a los cantos de su madre los domingos por la mañana cuando la panadería familiar se encontraba cerrada. Doña Francisquita se estrenó ayer martes en el Teatro de la Zarzuela, donde se representará hasta el 2 de junio.

Pasqual es el último de los dramaturgos que esta temporada se han puesto al frente de este género lírico en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, que dirige Daniel Bianco. Pablo Messiez, Alfredo Sanzol, que en enero próximo se hará cargo del Centro Dramático Nacional, o Bárbara Lluch se han estrenado este año en la zarzuela dando una vuelta de tuerca a los libretos, la mayoría de ellos textos rancios o de cartón piedra, y, quitándose complejos, han presentado propuestas más actuales acordes con un público que se rejuvenece poco a poco. Pero en este escenario del teatro han dejado también su huella Miguel del Arco, con su irreverente y valiente ¡Cómo está Madriz¡, Natalia Menéndez, Amelia Ochandiano o Guillem Clúa y autores como Alberto Conejero o Borja Ortiz de Gondra. Actores como Paco León, Julieta Serrano y, ahora, Gonzalo de Castro en Doña Francisquita, se han sumado a esta revolución imparable.

“No tratar a la zarzuela con complejos”. Este era uno de los objetivos que Daniel Bianco (Buenos Aires, 1958) se prometió a sí mismo llevar a cabo cuando se hizo cargo, en noviembre de 2015, de la dirección de Teatro de la Zarzuela. “Fuera prejuicios. La zarzuela puede ser mala o buena como cualquiera de los espectáculos teatrales o musicales”, defiende Bianco, que ha puesto su mirada en los jóvenes, con un 25% de la programación dirigida a ellos, y con el desarrollo del proyecto Zarza, cuyo objetivo es acercar este género a las nuevas generaciones, que ha conseguido 1.000 tarjetas jóvenes y reducir la media de edad del público de los 64 a los 58 años actuales.

Para Lluis Pasqual a la zarzuela le ha pasado lo que le pasó al flamenco o la copla, que se identificaron con el franquismo. “Todo coge polvo, hasta el Partenón, y hay que soplar y limpiar. Cuando se limpia la zarzuela queda una maravillosa música popular, alegre y brillante que está en nuestro ADN”, dice Pasqual que reconoce la mirada nueva que pueden aportar los directores de escena a este género y, en especial, al gran nivel de los repartos.

La música poderosa y de gran calidad choca con unos libretos facilones y cercanos al pastiche. Nadie se rasga las vestiduras a la hora de adaptar a Shakespeare, Calderón o Lope de Vega. ¿Por qué no había posibilidad de hacerlo en la zarzuela? También esto se ha desterrado y se busca la luminosidad y el alejamiento del costumbrismo. “Es muy sano revisitar todos los textos. Las obras clásicas no tienen dueños, nos pertenecen a todos y hay que buscar el establecer comunicación con la gente”, asegura el argentino Pablo Messiez, que con su debú con La verbena de la Paloma descubrió el “misterio enorme y la gran revelación” que fue el trabajo con la música. Para Miguel del Arco, sería interesante que no solo los libretos sino también los textos de las arias cantadas se pudieran tocar y no fueran, como ahora, inamovibles.

La primera mujer que estrenó una zarzuela en el Teatro de la Zarzuela fue Amelia Ochandiano (Madrid, 1959) en 2007. “La zarzuela es teatro musical nuestro y no conozco a nadie, ni moderno ni antiguo, que no se estremezca con estos grandes compositores. El problema de la zarzuela es que es un género muy caro que para que sea digna tiene que tener detrás una gran producción”. Natalia Menéndez defiende la ductilidad y el derecho a equivocarse para hacer volar a la zarzuela. “Hay que desterrar los prejuicios de una parte del público, pero también de algún sector profesional”, asegura Menéndez. Unos espectadores de los que Alfredo Sanzol (El barberillo de Lavapiés) sale en su defensa. “Es un público que conoce muy bien el género y por tanto cualquier cambio, que ellos perciben al instante, tiene que ser para mejor. Hay unas minorías nostálgicas y raciales a las que nunca se las podrá contentar pero eso no puede paralizar las nuevas propuestas. La zarzuela es un género más dentro de la cultura española que ha estado aplastada por los prejuicios y no conocemos su relevancia real”.

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