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El videoarte de Charlotte Prodger gana el Turner en una edición que margina la pintura y la escultura

El activismo político y social define las obras de los cuatro finalistas

La obra que Charlotte Prodger sustenta en una variedad de formatos de vídeo ha sido receptora la noche del martes del premio Turner de arte contemporáneo, que por primera vez en su historia ha excluido tanto la pintura como la escultura de la lista de finalistas. La artista inglesa, de 44 años, partía como favorita entre una crítica muy dividida en su juicio de los trabajos seleccionados para la presente edición, todos ellos filmes y dominados por el activismo social y político.

Nacida en Bournemouth (sur de Inglaterra), y hoy establecida en la ciudad escocesa de Glasgow, Prodger utiliza el smartphone o teléfono inteligente como una extensión del propio cuerpo para registrar sus movimientos y narrar en un filme autobiográfico sus experiencias a la hora de salir del armario como lesbiana o su trabajo en el precario sector de las residencias de ancianos. El sonido que acompaña esas imágenes –algunas bucólicas de la campiña escocesa- incluye la lectura de extractos de sus diarios y de figuras prominentes que combaten por los derechos de la comunidad homosexual.

Junto a su carga social y política, los trabajos de la flamante ganadora del Turner y de su cheque de 25.000 libras –amén de la proyección que brinda el premio– pretenden investigar una gama de formatos visuales, desde los antiguos sistemas de grabación hasta los teléfonos más sofisticados. Y, con ello, reflejar cómo la forma en que se elige presentar la realidad acaba condicionando lo que vemos y sentimos.

Sesgo polémico

Sus propuestas lograron encandilar sólo a una parte de la prensa especializada, mientras que el resto consideraba la selección de Prodger un mal menor frente al resto de nombres en liza. Ha disgustado a muchos el cuestionado y polémico sesgo adoptado este año por el Turner, cuyos artífices han resumido en la necesidad de “abordar las cuestiones más importantes que hoy afrontamos, como la identidad de género, los abusos de los derechos humanos, la brutalidad policial o el legado migratorio de la era poscolonial”. Motivos muy loables, pero más allá de la declaración política ¿dónde está el arte?, argumentan los críticos de una edición que consideran insustancial.

En lo que todos han coincidido –detractores y defensores– es en que las obras finalistas que expone la Tate Britain londinense desde septiembre exigen al visitante una cantidad ingente de tiempo para recorrerlas. Porque se trata en todos los casos de películas, y con un considerable metraje como media.

En ese eterno debate sobre lo que es el arte ha redundado la inclusión entre los cuatro nominados al Turner de un colectivo de activistas integrado por intelectuales, abogados, ingenieros informáticos, arquitectos y periodistas de investigación. El Academic Group Forensic Architecture –con sede en Goldsmiths, Universidad de Londres– no es un grupo de artistas en sentido estricto, aunque sus trabajos sean expuestos en galerías. Sus miembros, cuyo número fluctuante ronda hoy las 19 personas, utilizan el filme, la fotografía y las herramientas digitales para reconstruir y denunciar casos de abusos de los derechos humanos o la violencia institucional.

Su inserción en la final del galardón de arte más prestigioso del Reino Unido no ha sido, en realidad, una novedad. Otro colectivo de diseñadores y arquitectos, Assemble, se hizo con el premio hace tres años gracias a un proyecto de regeneración de vivienda social en Liverpool.

Los otros dos aspirantes en liza, el neozelandés Wiillis Thompson y el londinense de origen bangladeshí Naeem Mohaiemen, exponen en sus respectivas propuestas fílmicas la desigualdad por motivos de raza y los efectos del colonialismo en sucesivas generaciones de emigrantes. 

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