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‘El vecino’, el superhéroe español que lucha contra la proliferación de las casas de apuestas

Quim Gutiérrez se enfunda el traje de un personaje con capa torpón y egoísta

Quim Gutiérrez ha descubierto que puede tener agujetas en «sitios que no sabía que existían». Las últimas nueve semanas las ha pasado colgado de alambres, girando y dándose golpes. En un perchero de su camerino, mientras cuenta sus peripecias, sobresale un enorme traje rojo en el que se tiene que embutir cada día para convertirse en Titán, superhéroe español protagonista de El vecino. Tarda 30 minutos en ajustárselo. «Por suerte el personaje también es torpón», resume el actor en un descanso del rodaje en Madrid de la serie de Netflix mientras come algo.

En este espacio de desconexión ajeno al loco mundo de la comedia que se estrena el 31 de diciembre los guantes rojos comparten espacio en la mesa con un libro de John Berger. No todo va a ser tonificarse para que volar sea más sencillo. «Curiosamente convertirte en un superhéroe en la ficción te vuelve un hombre con menos habilidades, un ser tonto. El casco es lo más difícil, te mueves peor, ves menos, no oyes… Te limita el espacio hasta darte cuenta de cuántos automatismos tienes al rodar», cuenta. Esa ha sido su manera de adaptarse al naturalismo cómico de esta serie de 10 episodios de 25 minutos que adapta el cómic de Pepo Pérez y Santiago García.

Algo que sirve para trasladar que esto no es Gotham ni Nueva York. El costumbrismo patrio debe transpirar entre alienígenas y poderes. En los primeros dos episodios de orígenes dirigidos por Nacho Vigalondo hay referencias a Airbnb y los problemas de alquiler, Blablacar, Mecano, y un villano sin capa: las casas de apuestas que se multiplican en el barrio obrero en el que viven los protagonistas. Un hábitat que convierte al madrileño Las Águilas en su particular Metrópolis, con grandes bloques de viviendas marrones, toldos verdes y parques descuidados. El bar, ese clásico de la ficción española, lleva por nombre esta vez Bar rio.

En el interior, levantado en una nave industrial en el también obrero Ciudad Lineal, los pisos de paredes de gotelé acumulan basura, latas de cerveza, muebles antiguos y hasta algún CD de Operación Triunfo en un pequeño espacio. El plató está listo para entrar a vivir. «Jugamos a los superhéroes pero no con la visión estadounidense habitual, sino la de un barrio que podría ser el de cualquier lugar. Un juego de estilos», explica Adrián Pino, el otro protagonista de la historia. «Hay una entidad que no tendría sentido en otro lugar, es lo que la hace diferente. Los valores salen solos, sin forzarlo a lo castizo», observa Vigalondo.

La casa es de Javier, héroe que recibe los poderes por casualidad de un ente con el rostro de un Jorge Sanz convertido en Marlon Brando. El crápula interpretado por Gutiérrez nunca quiso esa responsabilidad; es un «jeta encantador» que vive sin complicaciones como camarero y copiando camisetas a Mr. Wonderful. «Es un egoísta puro, no lucha para conseguir lo suyo aplastando a los demás, sino que ante una ganancia propia, los demás ni existen. Es una percepción muy auténtica», explica el actor, ya habituado al tebeo y la acción gracias a Anacleto, que desde el primer momento entendió a este personaje «tan español». Por suerte, al ponerse el traje, conoce a José Ramón, vecino que acaba de aterrizar en Madrid para estudiar oposiciones.

El escudero del superhéroe interpretado por Pino ha leído todos los cómics que el superhéroe no. Al actor, el único que ya se había leído antes el tebeo original, le pasa lo mismo: «Me gustaba cómo la historia sucede en la trastienda de los superhéroes, y acababa tirando por caminos oscuros. Me parezco tanto a mi personaje que me daba miedo. Me gasto tanto en cómic que ya no me caben más». De este enfrentamiento tan dispar nace El vecino. Es el momento de enseñarle que «todo poder conlleva una gran responsabilidad» en esta relación quijotesca. «El superhéroe tiene la brújula moral rota y su Sancho acaba siendo el verdadero héroe, el que sabe lo que es bueno», explica la show-runner y guionista Sara Antuña: «La vocación era bajar a la calle».

Los guiños al género son omnipresentes. Así, Javier también tiene su propia Lois Lane: Lola, periodista cansada de las tonterías de su novio interpretada por Clara Lago que se enfrenta a adaptar su trabajo a la época de las influencers. Esta ha sido la oportunidad para Lago de acercarse a la sitcom del mundo actual que siempre ha querido enfrentar: «Si hay un proyecto del que me hubiera gustado formar parte es Friends, que lo tengo gastado en Netflix». Gutiérrez también agradece la cotidianidad del proyecto: «Es la primera vez que cuando mi personaje se aburre puede agachar la cabeza y en cámara ponerse con el móvil. Es algo que hacemos todos, pero que no se ve en ficción». No todo va a ser estar colgado y recibir tortazos.

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