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‘El testigo’, un acercamiento al espejo roto de la guerra de Colombia

El documental acompaña a Jesús Abad Colorado, el fotógrafo que mejor ha retratado el conflicto armado. La producción está disponible en Netflix

Dice la Canción de las simples cosas “que uno vuelve siempre a los lugares donde amó la vida”. Jesús Abad Colorado, fotógrafo y testigo del conflicto armado colombiano le cambió el sentido: “Yo vuelvo a los mismos lugares donde se ofendió la vida”. Y en Colombia, donde la guerra ha dejado ocho millones de víctimas, retornar a ellos le permite documentar también “la resistencia de los más pobres”.

Ese es el eje narrativo de El testigo, Caín y Abel, el documental que ya está en Netflix y en el que la directora británica Kate Horne acompaña a este fotorreportero a aquellos sitios donde fotografió alguna masacre, un desplazamiento, la barbarie colombiana durante más de 25 años.

Lo sigue hasta las ruinas de una escuela donde Jesús tomó una de sus primeras fotografías de los estragos de la guerra; a visitar a una pareja que se casó en medio de las ruinas de un atentado terrorista; a reencontrarse con el llamado “niño de Colombia”, un pequeño al que retrató cuando vestía un muerto, después de una masacre; a Bojayá donde él inmortalizó la imagen de un Cristo destrozado por la matanza en la iglesia. A revisitar “la masacre de San José de Apartadó, una de las historias más dolorosas del país: el asesinato de cinco personas y tres niños, degollados, a manos de agentes del estado y paramilitares”.

El testigo rompió todos los récords de audiencia en un país donde hay poco interés por los documentales. Más de tres millones de personas lo vieron a través del Canal Caracol, que lo transmitió en abril pasado, y tocó fibras muy profundas. Algo llamativo, porque aborda un tema que en Colombia muchos quieren pasar de largo: la guerra de medio siglo. Ahora está disponible en el continente.

“Que Latinoamérica conozca esta historia permitirá entender que los millones de víctimas de Colombia tienen rostro y nombre, que no es una guerra anónima como la ve el mundo”, dice el protagonista durante una conversación en Bogotá. “La guerra se ve como si fuera entre narcos, pero no se entiende que es por la tierra que ha sido expropiada a los más humildes y que son precisamente ellos los que han pagado las consecuencias”, agrega a EL PAÍS.

El testigo no tiene una narrativa pretenciosa sino que pone su guion y foco en acompañar a Jesús y, por esa vía, a las víctimas que aparecen en el documental. Les otorga todo el lugar a ellas. Pero además, revela una faceta del fotógrafo de la que se conoce poco: que también ha sido víctima.

Su familia vivió la violencia en carne propia: su abuelo fue asesinado y un tío decapitado en el mismo hecho; y los sobrevivientes, entre ellos el padre del fotógrafo, debieron desplazarse del campo. “También tengo dos primos hermanos desaparecidos. Uno por el Ejército, en 1981; otro, secuestrado por las FARC en el Meta, en 1994. También las FARC fusilaron a una prima mía entre Granada y San Carlos”, cuenta. Hace unos días le preguntó por ellos a Rodrigo Londoño, el ex jefe de la guerrilla, que fue a visitar su exposición de más de 500 fotografías, también llamada El testigo.

Colorado es uno de los fotógrafos más conocidos de Colombia y su trabajo se destaca porque pone el foco en los “humillados de la guerra”. Su ojo jamás revela cuerpos calcinados o destrozados, aunque los ha visto, sino que ahonda en las miradas de desconsuelo de las víctimas, en los pies descalzos de un desplazado o los efectos más cotidianos de la guerra, en la historia de un perro marcado por los grupos armados, o en los hornos crematorios donde los paramilitares incineraban campesinos.

Para Kate Horne, “el documental y el mensaje de Chucho son más importantes que nunca ahora que el acuerdo de paz está en peligro”. Y aunque su trabajo se enfoca en Colombia —dice— se trata de una historia universal. “Es una meditación sobre el perdón, sobre lo que significa perdonar y ser perdonados”.

No era la primera vez que a Jesús le proponían hacer un documental. Pero fue el proceso de paz y más importante aún, el sueño de su padre, un campesino defensor de las negociaciones, el impulso para dejarse grabar. Su padre murió el 22 de junio de 2017, justo cuando Colorado reporteaba en uno de los campamentos donde las FARC entregaban las últimas armas.

Y en ese mismo campamento guerrillero fue donde encontró una de las historias más sorprendentes del documental. Sin buscarlo, halló a una niña que retrató 10 años atrás cuando le mataron a su familia. Un ejemplo de cómo se reedita la violencia.

Doloroso, pero necesario, este documental busca que “los colombianos se miren en el espejo roto de la guerra”. “Nos tiene que dar vergüenza y descubrir un pedazo de culpa, entender que ésta no solo es de los hombres en armas; la han tenido líderes, parte de la ciudadanía que muchas veces cerró sus ojos para no ver y no tuvo voz o pies para caminar con las víctimas independientemente de quiénes fueran los responsables”.

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