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El tema angustia, la película menos

Cuenta la historia del hijo de un pastor baptista gay obligado por su familia a internarse

Existe un problema grave: la calidad narrativa es inexistente

El argumento de esta película puede causar estupefacción en cualquier mente y espíritu que aspiren a la racionalidad, que sientan respeto en su cabeza y en su corazón por el término tolerancia, ante las tendencias sexuales que acompañan al género humano desde su nacimiento. Puedes entender la legítima cautela o el miedo de los progenitores ante la posibilidad o la realidad de que si sus vástagos son homosexuales o lesbianas puedan tener una existencia más complicada que si fueran heterosexuales, aunque afortunadamente el paso del tiempo y la evolución del pensamiento ya no consideren un estigma social o una aberración genética la atracción hacia el mismo sexo, pero supone una barbarie pretender u obligar a los gais a cambiar su naturaleza o sus gustos mediante terapias, como si fueran apestados. El Papa, tan inteligente, hipnótico y aparentemente transgresor, manifestaba a Jordi Évole en Salvados su convicción en ese tema. Y el pastor supremo de las almas católicas de Alcalá de Henares lleva practicando esa presunta aunque salvaje curación desde hace no sabemos cuánto tiempo.

Joel Edgerton, actor profesional y autor de la muy curiosa El regalo ha escrito y dirigido Identidad borrada, basada en hechos y personajes reales. Cuenta la historia del hijo de un predicador baptista, alguien que a los 19 años les confiesa a sus rectos, cariñosos y también recelosos progenitores que ya tiene claro que le gustan los hombres, y es obligado por su familia a internarse en un centro entre médico, esotérico, religioso y psicológico para que le curen de su desvío sexual, encuentre la paz y el equilibrio interior y descubra que lo que en realidad le atraen son las mujeres y que su existencia será plena si retorna a su antigua novia (a la que lógicamente no deseaba), o encuentra en el futuro a la mujer conveniente, se casan, forman una familia, y a ser felices y comer perdices.

El tema impresiona. Y te remueves ante la tenebrosa tela de araña que monta el poder con gente confusa y aterrorizada a la que juzgan gravemente enferma por su amor y su deseo hacia personas de su mismo sexo. Pero existe un problema grave. Y es que la calidad narrativa es inexistente. Está contada de forma grisácea y convencional, no existe la fuerza ni la complejidad ni el estremecimiento en sus nada memorables imágenes.

¿Y qué te mantiene ligeramente entretenido en ella? Pues los actores y las actrices. Lucas Hedges, ese chaval tan solicitado por el pretendido cine de autor estadounidense, incluido el independiente, está sobrio, creíble y conmovedor dando vida a esa víctima desgarrada entre lo que verdaderamente siente y lo que esperan de él sus padres, su entorno y su ambiente social. Russell Crowe, gordo como una foca —y sospecho que no se debe a imposiciones del guion—, hace muy convincente a ese hombre tradicional y conservador, digno y amante de su familia, que se siente trastornado ante la naturaleza sexual de su único hijo e intenta ponerle arreglo. También es muy veraz Nicole Kidman, esa madre con aspecto de Barbie envejecida, inicialmente pasiva ante el siniestro tratamiento al que someten a su hijo y finalmente protectora y rebelde constatando la devastación que está padeciendo el ser que más quiere.

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