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El tabú del orgasmo femenino

Un documental rescata el testimonio de cinco mujeres que sufrieron represión y violencia en su intimidad sexual y se rebelaron

Un día, Deborah Feldman subió a su hijo al coche y se marchó. No llegó a salir de Nueva York: apenas recorrió unos pocos kilómetros y atravesó el puente de Brooklyn. Pero, en realidad, cruzó la frontera a otro universo. Llevaba cinco años preparándose para ello, aunque tal vez ni eso bastó ante lo que vino a continuación. Cuenta a la cámara que su familia únicamente contactó con ella para animarla a “comprar una lápida”. La invitaron a suicidarse, así podrían “bailar sobre su tumba”. Tampoco cambiaría mucho: para ellos, Feldman ya estaba muerta. Era el precio por romper sus cadenas, por una rebelión inaudita. Una mujer se alzaba contra la comunidad judía ortodoxa de Williamsburg; contra una vida de obediencia, un marido impuesto, un idioma que no prevé la expresión “te quiero” o la prohibición de tocar siquiera a su esposo si tenía la menstruación, para no contagiarle su impureza.

La cineasta Barbara Miller (Zúrich, 1970), en cambio, quiere que la historia de Feldman se difunda por todo el planeta. Y, con ella, la de las otras cuatro protagonistas de Placer femenino, un documental que se estrenó el pasado viernes en España. “Me preguntaba por qué la sexualidad de la mujer es un tabú y solo se habla del deber. El placer nunca está en el centro”, aclara la cineasta sobre el origen del proyecto. Tras realizar filmes sobre el clítoris o la pornografía en Internet, Miller apuntó con su foco hacia las sombras que envuelven la intimidad.

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Acabó iluminando fragmentos que invitan a golpear, humillar o controlar a la mujer en los textos sacros de las cinco religiones más importantes del mundo. “Hace cientos de años que se demoniza nuestro cuerpo, afirmando que es la fuente de todos los pecados. No es un filme contra la religión, pero se ha abusado de ella para perpetuar nuestra sumisión”, afirma la directora. De ahí que buscara otras tantas voces, una por cada fe, dispuestas a contar su tragedia y su rebeldía: mujeres que hubieran sufrido la injusticia en sus carnes y hubieran tenido el valor de oponerse. Solo así, asegura Miller, podrían afrontar también las amenazas que vendrían por aparecer en el filme.

Al fin y al cabo, para todas ellas ha sido el pan amargo de cada día. La japonesa Rokudenashiko se enfrenta a dos años de cárcel por “obscenidad”, por crear moldes de su vagina como obras de arte, en un país donde se anuncian mangas de contenido pedófilo y el festival del pene se celebra con desfiles y esculturas tan colosales como explícitas; Vithika Yadav ha pasado del acoso y el manoseo callejero a sufrir ahora la intimidación de sus compatriotas indios, desde que lanzó la web de educación sexual Love Matters; la alemana Doris Wagner prometió amor eterno a Dios y al catolicismo y recibió a cambio los repetidos abusos de un cura; y a la somalí Leyla Hussein, con siete años, le pusieron su vestido más bonito y la llevaron a casa de la tía, junto con su hermana de tres años. Cuando escuchó los gritos de la pequeña desde la otra habitación, supo que no habría fiesta. Ya era tarde para ambas, como para las otras 200 millones de mujeres en el mundo que han sufrido la mutilación genital.

Placer femenino también tuvo que pelear, en una carrera de obstáculos de varios años. “¿Cinco mujeres, hablando de religión y de su sexualidad? Demasiados tabúes”, le decían a Miller los potenciales financiadores. Finalmente, entre otros fondos, logró también una ayuda del Parlamento Europeo. Al fin y al cabo, por más que su filme cuente historias extremas y tal vez remotas para algún occidental, un hilo resistente las une desde hace siglos. “Como se dice en la película, el patriarcado es la gran religión global. A la mujer se le oprime y se le pide que sea linda. Lo importante es que el hombre esté feliz”, sostiene Miller. Y cita violencia de género, brecha salarial, anuncios machistas o una pornografía a medida masculina, donde el clítoris y el éxtasis femenino son ausentes injustificados. La cineasta, básicamente, viene a decir que ningún país está a salvo. “El lugar más peligroso para una mujer es su casa”, tercia, antes de recordar que el 75% de las violaciones en Alemania ocurre entre las paredes domésticas.

Además de la violencia, tanta presión conlleva secuelas psicológicas. “Siempre nos están juzgando por ser mujeres”, dice Hussein en la película. “Pierdes confianza, te haces chiquita”, agrega Miller. Ambas comparten la convicción de que la represión invade también la cama y las preferencias sexuales femeninas. En otro documental, En pocas palabras de Netflix, se estima que solo el 65% de las mujeres alcanza regularmente el clímax en el coito heterosexual, frente al 95% de hombres. Hussein, en el filme, lo resume más gráficamente: “Hay un coro de orgasmos femeninos fingidos que resuena por todo el mundo”. También lo contó ante la ONU o el Parlamento británico, así como Feldman ha escrito el libro Unorthodox. Ahora, su relato llega a la gran pantalla: se estrenará incluso en alguna sala de la India y, en otoño, en Japón. Más difícil es que el contagio llegue hasta la comunidad judía ortodoxa de Williamsburg. Pero nunca se sabe: en el barrio, desde luego, hay un par de cines.

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