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El lugar del monstruo

Dosificando cada revelación con palpable sabiduría, ‘Border’ sabe ir siempre un paso por delante de la imaginación del espectador

La inteligente, concienzuda y perturbadora lectura del mito vampírico que propuso una película como Déjame entrar (2008) de Thomas Alfredson llevó a un considerable número de espectadores, con sana curiosidad por las fuentes, a descubrir la obra literaria del sueco John Ajvide Lindqvist, autor de perseverante producción que sigue estando muy poco traducido a nuestra lengua. Sigue, por ejemplo, inédito el libro de relatos –originalmente titulado Pappersväggar, pero ampliado en su primera traducción al inglés bajo el título de Let the Old Dreams Die- del que se ha extraído la historia que sirve de fundamento a la sorprendente y radical Border, segundo largometraje del cineasta Ali Abbasi, que había explorado en su anterior Shelley (2016) las posibilidades de los vientres de alquiler para un terror tan alejado de lo espectral como, al modo de esa poética cronenbergiana reivindicada por la Julia Ducournau de Crudo (2016), pegado al vértigo de lo orgánico.

Son muchos los lazos que unen Déjame entrar con Border: en ambos casos, un arquetipo extraído del folklore y el mito –conviene no revelar la naturaleza de la figura que entra en juego en la película de Abbasi- es enfrentado a una contemporaneidad dominada por el vacío, el mancillamiento de la inocencia y la sordidez moral. También las dos películas hablan de la ternura del monstruo, sin caer en sensiblerías: lo monstruoso nunca deja de serlo… y queda claro que libra una encarnizada batalla con esa arbitraria normalidad que se encarga de designar y delimitar el territorio de lo anómalo sin reconocer su propia sombra. Border es, así, puro Ajvide Lindqvist, pero también puro Abbasi, desde el momento en que el lenguaje expresivo de la película parece somatizar la respiración, la transpiración e incluso el avasallador deseo animal del perturbador cuerpo de su protagonista.

Vigilante de un puesto fronterizo con capacidad de oler la culpa y la vergüenza del viajero, Tina parece encontrar su reflejo en el espejo cuando revisa el equipaje de un enigmático viajero. Dosificando cada revelación con palpable sabiduría, Border sabe ir siempre un paso por delante de la imaginación del espectador. La película cae de pie tras su giro más arriesgado y defiende con uñas y dientes esta historia improbable para convertirla en un provocador discurso sobre las ambiguas fronteras que separan la civilización de la barbarie, lo humano y lo monstruoso, reivindicando la posición liminar de su heroína como único territorio de asediada integridad.

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