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El invierno azota a los refugiados sirios en Líbano

La ONU advierte que 70.000 desplazados están en riesgo por las bajas temperaturas y su precaria situación

Unos pequeños dedos son lo único que asoma de la bola de mantas que envuelve a Mohamed al Nur. Con cuatro meses de vida es el más pequeño del asentamiento informal Ghares el Rahme donde conviven 370 refugiados sirios repartidos en 60 tiendas. Durante los últimos cuatro días han quedado aislados por la nieve que ha caído con la tempestad Norma. Samar el Sayed arrima a su benjamín a la estufa de fuel: “Tenemos miedo de que ocurra lo de la última vez”, musita. Ha visto pasar ocho inviernos en la localidad libanesa de Arsal, en la frontera oriental con Siria, y no logra olvidar que hace solo cuatro tuvieron que enterrar a tres recién nacidos congelados por el frío. La tempestad Norma se ha cobrado su primera víctima este miércoles cuando los equipos de rescate libaneses hallaron el cadáver de una niña siria de ocho años arrastrada por las lluvias en el norte del país.

Más de 11.000 refugiados sirios se han visto afectados por la tormenta y unos 300 han tenido que ser realojados. Según los datos del Gobierno, Líbano acoge a 1,5 millones de sirios que huyeron de la guerra, lo que representa una cuarta parte de la población total de este país, el que cuenta con mayor densidad de refugiados per cápita en el mundo.

Es en Arsal donde se han registrado las temperaturas más bajas de Líbano, por debajo de los 10 grados este jueves, mientras que en otras regiones las inundaciones han anegado 15 asentamientos informales. Las imágenes de puentes y marquesinas agrietadas por las lluvias han inundado a su vez las redes sociales poniendo en evidencia el colapso de unas infraestructuras que literalmente se caen a pedazos.

Por Arsal llegaron hasta 120.000 sirios en 2013 huyendo de los virulentos combates al otro lado de la frontera. Quedan 35.000 en esta montañosa localidad. La gran mayoría vive en asentamientos informales en frágiles tiendas cubiertas de maderas y finas lonas blancas que se transforman en hornos en verano y lodazales en invierno. Conforme arrecia la tormenta, los trabajadores de la ONG Urda Spain se han munido de palas para poder abrir un pasaje hasta este campo, el más alejado de la ciudad, y “así poder distribuir en varios asentamientos de Arsal más de 38.000 litros de fuel entre los refugiados”, explica su presidente, Ziad Abou Hoch.

“Para nosotros ahora el combustible es más importante que la comida”, cuenta Oum Ali, alojada en la primera tienda que se avista en el campo. Ya con la estufa en marcha y el ambiente caldeado, resuenan las carcajadas de sus cinco hijos. Se turnan para relatar las cuatro horas que pasaron atrapados en los 12 metros cuadrados de tienda hasta que los vecinos lograron despejar la nieve que bloqueaba la portezuela.

Los refugiados se quejan de la falta de ayuda y aseguran que los 20 litros de combustible que reciben por familia se consumen en dos noches. Las ayudas menguan y la ONU solo obtuvo el 50% de los 4.780 millones de euros que solicitó en 2018 para asistir a los 5,6 millones de refugiados sirios, repartidos entre los países vecinos. Temiendo los estragos que provoque la nueva tormenta que se espera para este domingo, son pocos los refugiados que disponen de cuatro euros diarios para comprar combustible.

“Gracias a dios no ha muerto ningún bebe en el campo”, se consuelan las mujeres. La tormenta Norma se ha cebado con unas gentes que han perdido a sus seres queridos, sus casas, ahorros de toda una vida y que desde hace años malviven como refugiados en tierras extranjeras. Compartir penas estimula la solidaridad que hace que a Sayed no le falte fuel para calentar a su pequeño y que a los hijos de Oum Alí los acogieran en una tienda vecina mientras achicaba el agua de la suya. Y, sin embargo, la desesperación también está presente con sombríos episodios como cuando un puñado de hombres se lía a empujones tras una discusión por unas pocas tablas de madera.

Para Khaled el Ganzi, en la cincuentena, Norma ha supuesto la gota que ha colmado el vaso. Desalentando tras cinco años de espera para una reubicación en Europa y hastiado por las duras condiciones de vida en unas tierras donde ya no se le quiere, Ganzi dice querer retornar a su país aunque no lo considere seguro. La Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) eleva a 9.000 los sirios que han regresado a Siria en 2018 incitados por las políticas del Gobierno libanés. Un tercio ha salido de Arsal.

Son los más pequeños, muchos nacidos en su refugio libanés, los únicos que parecen dar la bienvenida a la tormenta de nieve. Las impracticables carreteras les han dejado sin colegio desde hace una semana. Y con los primeros rayos de luz se han abalanzado sobre la nieve virgen para enzarzarse en guerras de bolas o deslizarse cuesta abajo sobre bolsas de plástico.

Los más inconscientes se dedican a chupar las estalactitas de hielo que cuelgan de las lonas de sus tiendas lo que puede provocar que se sumen al ejército de bronquíticos que pululan por los campos. Los más mayores, como Bahiya al Dein, de 86 años, aún esperan que algún coche pueda llevarlos al hospital. Son las madres las que observan con terror como la nieve apelmazada sobre los techos de sus tiendas comienza a derretirse y gotear en el interior de las tiendas.

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